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La marca de Anton

El escalador vasco derrota a Contador en la subida al puerto más duro de Europa

A veces, bromeando, Contador decía que lo único que le faltaba para ser como Pantani era poder atacar, de pie sobre los pedales, con las manos en la parte inferior del manillar: "No sé cómo podía hacerlo. Duelen las piernas terriblemente". Para Igor Anton, que mira la vida con otros ojos, una mirada que quiere ser ingenua, Pantani es, sin más, su ídolo, con todo lo que eso significa, incluido un valor "místico, también mítico" (eso dijo), más allá de cualquier intento de racionalizar nada.

Los dos escaladores españoles que se reclaman hijos y herederos del mejor escalador de finales del siglo XX se encontraron ayer en el mejor lugar posible para, desafiándose desde abajo, homenajear a su guía: el Zoncolan, los 10 kilómetros más duros de Europa (el Angliru le disputa tal condición, pero la mayoría de los corredores otorgan más dificultad al puerto italiano por su regularidad, 11,9% de media, 22% de máximo: Contador lo subió con un 34/32, sin descansillos en los que coger algo de velocidad), convertidos, tras una etapa mutilada (después del Crostis, también se extirpó el Tualis, otros 20 kilómetros, por temor a la reacción del público, que amenazaba con cortar la carretera) y en medio de un Giro cuyo premio gordo parece decidido desde hace días, en el escenario de un duelo de orgullos, hermoso, tremendo.

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Ganó Anton, uno de los pocos que han derrotado a Contador en una subida, mientras que el de Pinto, inteligente, arañó unos segundos más a Nibali, Scarponi y compañía (lo que permitió al del Euskaltel entrar en el podio).

"Contador es un Pantani con cabeza", dice Roberto Damiani, el director de Scarponi; "lleva la capacidad de cálculo inserta en los genes al lado de la capacidad de improvisar, del genio, de su intuición de campeón". Lo que en Pantani era búsqueda de la trascendencia mediante la conquista solitaria de las grandes cimas, en Contador es ambición y orgullo. En ese sentido, Anton es más pantani, aun sin la ambición, la necesidad de ser querido y admirado que amargó al Pirata.

"El Zoncolan era para mí el misticismo de la historia del Giro y la pasión de los tifosi", dijo Anton, aún emocionado, horas después, con el recuerdo del "calvario eterno, de una subida que parece que nunca termina, pero bonita", de un día que da sentido al oficio de ciclista. Cuando atacó el vasco, a falta de siete kilómetros aún ("un ataque muy lejano, muy arriesgado; no sabía si llegaría", dijo), Contador fue el primero en ir por él, como de costumbre. Pero, cuando, kilómetro y medio después, volvió a acelerar Anton, pleno de fuerza, agilidad y potencia, Contador, que pareció no vivir su mejor día, prefirió quedarse a rueda de los italianos, voluntariosos como siempre. "Se trataba de pensar en la general", dijo el líder; "Anton ha estado extraordinario". Primero le subió el entusiasta Scarponi. Agotado este, fue el turno de Nibali, quien se vio obligado a trabajar para el líder. "Le pedí un relevo y no me lo quiso dar. Luego, aceleró", dijo el siciliano, quien no parecía estar muy contento con el comportamiento del español; "me atacó al final y se paró. Y, cuando llegaba hasta él, me volvió a atacar. Ha sido una falta de respeto".

"Pero si precisamente porque le respeto le he atacado. Cuantos más segundos acumule de aquí a Milán, mejor", dijo Contador, quien, al salir de los túneles, tan simbólicos como la propia subida, recibió los pitidos de la afición, que le hacía responsable de la suspensión del Crostis; "no voy a ser yo quien descubra lo bueno que es Nibali. A falta de 500 metros, sí, frené un poco, pero fue para tomar un respiro y subir más fuerte el final". Con su maglia rosa brillando bajo el diluvio final y tras comerse un plátano, Contador se fue en helicóptero. Le espera hoy "la barbaridad", la etapa que más teme. Cinco puertos, entre ellos la Marmolada, a 28 kilómetros del final, y cuatro peligrosos descensos.

El español Igor Anton a su llegada a meta.
El español Igor Anton a su llegada a meta.GIOVANNI AULETTA (AP)

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