¡Viva la injusticia!
Quejarse de la injusticia en el fútbol es como quejarse de la lluvia, o de la muerte, o del apetito sexual de Silvio Berlusconi. Ahí están. Es lo que hay. El fútbol sin injusticia no sería fútbol; sería un deporte más. La injusticia define al fútbol como la muerte define a la vida y la lluvia define a los cielos y la lujuria al primer ministro italiano.
Que entrenadores de larga experiencia al más alto nivel denuncien obsesivamente las injusticias sufridas por sus equipos es difícil de comprender. Es como si, tras tanto meticuloso estudio de los pormenores tácticos y psicológicos del fútbol, no hubieran entendido nada.
Las injusticias percibidas en el fútbol se centran en dos elementos: en los resultados ("jugamos mejor y los otros no merecieron el empate" y tal); y, con más madera, en los árbitros ("si nos hubiese concedido ese penalti habríamos ganado", etc.). Estas palabras no se oyen después de un partido de baloncesto o de rugby o de tenis o de golf. El que ganó se lo mereció porque jugó mejor o porque el otro la pifió. Y punto. Y en esta diferencia básica, en la infinidad de interpretaciones que el fútbol ofrece para explicar una derrota o una victoria o un empate, radica el triunfo abrumador del fútbol como pasatiempo global.
Porque, siendo un deporte intrínsecamente polémico, nos nutre de permanentes temas de discusión. Por eso vemos tantos partidos y por eso las televisiones pagan tanto por los derechos para transmitirlos, y por eso a los jugadores y a los entrenadores les pagan tanto dinero.
Lo cual nos ofrece una posible explicación racional de por qué los Wenger, Mourinho y compañía insisten en analizar los resultados -bueno, los resultados desfavorables para sus equipos- en función de las injusticias sufridas: se trata de una calculada estrategia de marketing. Al echar más leña al fuego, más hambre generan para el siguiente partido. Lo que se traduce en más contratos multimillonarios para sí mismos.
Otra posible explicación sensata de por qué Arsène Wenger, el aparentemente inteligente entrenador del Arsenal, hubiera decidido achacar su derrota contra el Barcelona en la Champions esta semana a una decisión arbitral, o de por qué el también inteligente José Mourinho atribuye el dominio azulgrana en la Liga española al favoritismo institucional de los árbitros, es que buscan mantener a toda costa la moral de sus jugadores. El mensaje que en tal caso les envían a través de los medios sería: no, no es que el Barcelona sea un equipo mejor sino que fuerzas ajenas y siniestras están conspirando contra nosotros.
Ahora, si esto nos lo estamos imaginando, si sinceramente se creen lo que dicen, entonces existe un problema serio. Entonces, limitándonos a los síntomas que demuestran hoy en día Wenger y Mourinho, la única posible interpretación es que el Barça les está haciendo perder la cabeza. Jugar contra el Barcelona para entrenadores que realmente creen que sus equipos son mejores, o capaces de ganarles, debería de incluir una advertencia sanitaria que diga: "Enfrentarse a este equipo puede tener consecuencias graves para su salud mental".
El Arsenal no logró ni un tiro a puerta contra los 19 del Barcelona el martes en el Camp Nou, pero para el furibundo Wenger (que prefirió olvidar el gol anulado de Messi en la primera vuelta) el único motivo de la eliminación de su equipo fue la expulsión de un jugador. El Real Madrid perdió 5 a 0 contra el Barça, pero si este le lleva una apreciable ventaja en la tabla se debe, según Mourinho, a que los árbitros son todos unos culés empedernidos. (Oh, y a aquello de los calendarios).
Es la negación de la realidad. Es partir de la delirante premisa de que los árbitros son unos dioses que todo lo saben y todo lo ven cuando la verdad, la obvia verdad, es que son la versión hecha carne más visible que existe de aquella gran y terrible verdad identificada por los romanos, "errare humanum est".
Ojalá, por eso, que denuncien todo lo que denuncian sobre la injusticia arbitral en plan frío y calculador: que la ira que demuestran al público sea solo una pantalla. Porque la alternativa, pobres, es que acaben como el jefe de policía en las películas de la Pantera Rosa, maniatados y en el manicomio.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.