Federer es exquisito
El suizo vence a Rafa Nadal por 6-3, 3-6 y 6-1 en la final de la Copa de Maestros
No hay bombas. No hay tierra. No hay hierba. Rafael Nadal, el número uno mundial, sale a la pista del O2 Arena igual que un arquero a la búsqueda de su diana. Conoce el camino. Tiene las mejores flechas: su derecha, la piedra que martiriza siempre el revés del suizo Roger Federer, zumba. Esto, sin embargo, no es Roland Garros. Esto, ya se sabe, no es Wimbledon. Esto es la final de la Copa de Maestros. Es cemento y se juega bajo techo. Donde el número dos siempre golpea a la altura de la cabeza, incómodo y torturado, encuentra ahora la pelota bailándole por la cintura. Donde Nadal siempre encuentra respiro, descubre de repente a un inesperado adversario.
El choque de golpes, la falta de picado en la pista, altera la geometría de una rivalidad épica. Las piernas hacen el resto, aunque mucho menos que los tiros del suizo: después de tres horas y 11 minutos de semifinal el sábado y tres días de juego seguidos por los 79 minutos de Federer con un día de descanso en medio, Nadal cierra un curso glorioso siendo derrotado (3-6, 6-3 y 1-6) por un genio.
"¡Vamos, Rafa; con un par...!", gritan desde el abarrotado graderío. "¡Vamos, chiquitín!", completan otros compatriotas mientras también resuenan los cencerros de los aficionados suizos. Había huelga de metro, la amenaza del aislamiento en la península de Greenwich era conocida, pero el O2 estaba repleto.
El público acudió a presenciar el último desafío: Nadal asaltaba el último coto, la final que nunca ha ganado, el último reino, la última plaza segura de Federer, invicto contra el español en pista rápida y bajo techo tras dos partidos.
Así empieza todo. El suizo, quizá el mejor tenista de todos los tiempos, asalta la final intentando marcar distancias desde el principio. Llega hasta el suelo azul rodeado de humo, igual que si fuera suya la voz de Mick Jagger que luego acompañará desde los altavoces su camino. Federer saluda a la gente y se sienta en el primer banquillo. No sigue. No camina. No ocupa la banqueta más lejana, la que corresponde a cualquier tenista que juegue contra el número uno. Después consigue que Nadal acuda el primero al sorteo con el juez de silla. Eso, en sí mismo, es como ganar el primer punto del partido. La lista de jugadores que han esperado al español en la red es abultada. El suizo quiso marcar el territorio. Ganar desde el vestuario.
Así sigue el partido. No se encienden las llamas hasta el sexto juego (3-2 y saque de Nadal). Ahí empiezan las curvas: Federer, que acabará con 32 golpes ganadores por 11 de su rival, lidera la carga. La bola de Nadal no pica en Londres. El revés del suizo abre surcos por la pista igual que el carnicero abre tajos en la carne que trincha. El mallorquín, con su panoplia de saques al cuerpo, reacciona dibujando una raya. Aquí, mi derecha; aquí, mi arma. "Y de aquí no se pasa", dijo. Durante muchos minutos su cabeza llega adonde no llegan sus piernas. Frenado ante pelotas que normalmente alcanza, Nadal se sostuvo en el partido cuando todo invitaba a las vacaciones.
En el último encuentro del año, Federer arrancó como un tiro. Rápido. Sin pausa. Su tempo de juego desarmó a todos durante el torneo. Ese frenesí le dio la primera manga. Frente a esa tormenta, Nadal actuó como un buen marinero: varió alturas y ritmos, enredó el partido, vio al número dos caído por el suelo y empató el partido.
Cada bola corta del español recibió un castigo. Cada titubeo de Federer, un escarmiento. Ninguno se separó de su estilo. El español puso tanta fuerza en cada golpe, tanta intensidad en cada tiro, que, empujado por esos kilos de energía, por esa onda expansiva, pareció que el suizo se diluiría.
Federer, sin embargo, tiene una muñeca privilegiada. Lo dijo el serbio Novak Djokovic: "Cada bola que toca le escucha". Con eso no pudo Nadal. Ante eso cayó el número uno. El cansancio no sirve de excusa. Fue el mejor adiós al curso. Un partido a la altura del escenario y un campeón que dignifica la temporada del número uno: Nadal cierra 2010 con tres grandes ganados mientras convive con uno de los mejores tenistas de siempre, el único que junto a los estadounidenses Ivan Lendl, de origen checo, y Pete Sampras ha alzado cinco veces la Copa de Maestros.
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