La contradicción y Luis León
El murciano y su equipo discrepan sobre el desarrollo final de la etapa marcada por la frustración del Caisse d'Épargne
De entre las variadas razones que se ha ofrecido a lo largo de los años para intentar comprender el síndrome de la etapa que sigue al día de descanso - entrenar mucho, entrenar poco, dormir, no dormir, sudar, no sudar, relajarse, no relajarse -, pocas veces se ha hablado del efecto decisivo de las visitas recibidas, y no tanto las familiares y amorosas como las profesionales. El lunes, descanso alpino en Morzine, el vestíbulo del coqueto y caluroso hotel del Caisse d'Épargne - el mismo en el que hace cuatro años durmieron el liderato efímero de Óscar Pereiro - es un hervidero de mánagers, representantes de corredores que hacen cola ante la mesa en la que Eusebio Unzue despacha sus asuntos. Le intentan vender, inútilmente, a Riccò y a gente así; le intentan comprar, quizás con más éxito, a Luis León Sánchez, que negocia por intermedio de su padre con el Rabobank y tiene ofertas de los mejores equipos; dan conversación a Christophe Moreau, 39 años, 15 Tours, que acaba de anunciar su retirada al final del año. El trasiego, el ir y venir, da esperanzas a los auxiliares de que Unzue ha encontrado patrocinador para sustituir a las cajas francesas, que lo dejan en diciembre, le da al navarro, que deja caer que algo hay, ideas para el día siguiente. Una exhibición, por ejemplo.
El día siguiente, ayer, el coletazo alpino vive un día grande iniciado por una estrategia global del Caisse d'Épargne, que despliega a sus hombres como un ejército de una manera que podría describir Tolstoi en Guerra y paz, casi. En una fuga de 12, Unzue coloca a tres de sus chicos, no los peores, precisamente, ni los más indiferentes: Luis León, que marchaba a 5m en la general de Evans, Moreau e Iván Gutiérrez, que este Tour no se pierde una. Todo marcha perfecto, todo se desarrolla como sobre engranajes bien engrasados y ensayados - la recolecta de tiempo inicial en los primeros puertos, Colombière, Aravis y Saisies, la defensa meditada y distante del equipo de Evans, la llegada al pie de la colosal Madeleine, de una de las etapas más recordables de la historia, pero, terminada, a la hora de recontar la recolección, la gente del equipo, corredores y directores, se sintieron como si hubieran protagonizado un colosal parto de los montes para dar a luz a un ratoncito: para el francés Casar, del FDJ, la etapa; para Andy, del Saxo, la general; para Luis León, un ganador nato que ya el año pasado le ganó a Casar una etapa similar, el dorsal rojo de la combatividad, la habitual recompensa de los perdedores; para el equipo, el dorsal fosforito de líderes momentáneos.
Para todos, malas caras. Los directores, Unzue y el francés Yvon Ledanois, lamentando que Luis León se empeñara en cargar sobre sus espaldas, largas, con todo el peso de la ascensión al tramo final de La Madeleine una vez que Moreau y Gutiérrez se habían descolgado. "Pensó que podía ponerse de líder y se vació en la subida", dijo Unzue. "Después ya no tenía fuerzas". Mientras, Luis León, daba su versión. "No se aclaraban, primero me decían que fuera a por la general, luego a por la etapa y me quedé con nada", dijo el ciclista, quien vio cómo a su grupo le alcanzaban Contador y Andy y que tomó forzado la última curva. "En el llano me comentaron desde el coche que tenía que pensar en la etapa pero cuando se cambia de opinión luego es difícil que salgan bien las cosas". "Pero no", dijo Ledanois. "Cuando subía yo le decía, que entren los otros Luisle, que te vas a vaciar, pero él me respondía: 'no, déjalo, que prefiero subir yo a mi ritmo".
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