Silenciosa agonía asturiana
Los paisanos del delantero langreano se comen las uñas con las ocasiones falladas
La fiesta en Tuilla, una diminuta parroquia del municipio asturiano de Langreo, comenzó a las cinco de la tarde en los alrededores de la confitería Tito Lan, donde la peña de David Villa tiene su base nodriza. Sofía Marina Villamayor, de 63 años y vecina de Piloña, había llegado con su particular pulpo Paul al hombro. Su cumpleaños, que fue ayer, lo había pasado cocinando. "Estoy segura de que España va a ganar y de que Villa marcará un gol", exclamaba optimista.
Dos trenes especiales llegados de Lavinia y Gijón habían descargado a centenares de aficionados del corazón y la costa asturiana. El campo de fútbol El Candín acogía a más de 4.000 personas en un pueblo de apenas 1.500 paisanos. Hora y media antes del comienzo del partido, Ángel Sánchez, el tío del Guaje Villa, ya buscaba nervioso un hueco en la primera fila, enfundado en la camiseta de su sobrino. Frente a la grada, una pantalla gigante para retransmitir la final del Mundial entre España y Holanda, mientras una panda de chavales ensayaba tiros y jugadas en el césped.
"Me he tenido que quedar aquí por trabajo, pero me siento en Sudáfrica", explicaba Sánchez, emocionado pese a todo por poder ver el partido en el pueblo. No había querido hablar con su sobrino antes del encuentro. Tampoco lo hizo en la Eurocopa. "No he querido molestarlo, pero él siempre me dice que sabe que tiene mi apoyo", explicaba. No muy lejos, Carlos Álvarez, el primo del delantero, vendía bufandas y llaveros del Tuilla Fútbol Club.
Pese al nerviosismo, o quizá por ello, la grada apenas emitió algún ¡uy! de susto o frustración durante el primer tiempo. Ni cánticos ni aplausos, excepto alguna salva dedicada a Casilla, el salvador de la noche, casi tan celebrado como el héroe local. "Si no tocan balón, no hay manera de ver un gol de Villa", decía Aitor y Mario, dos estudiantes de 18 y 20 años. Entre tanto, cada ocasión de España era acompañada por golpes contra la valla en la primera fila, de aficionados que en su ansia parecían querer comerse la pantalla.
Al final del tiempo reglamentario muchos se fueron a comer, hambrientos o tal vez cansados de sufrir. Las luces de El Candín se encendieron al comienzo de la prórroga, y así se quedaron hasta el final del partido, alumbrando el juego de los futuros guajes sobre el césped, y las caras serias de los seguidores de Tuilla. Los forasteros ya habían sido avisados horas antes de que los trenes de vuelta a Gijón y Lavinia saldrían a las once y veinte. Mala hora para afrontar la agónica ronda de penaltis. Apenas unos minutos antes del final de la segunda parte de la prórroga, gol de Iniesta. España campeona del mundo, y aún restó casi media hora para celebrarlo y coger el tren de vuelta para seguir celebrándolo aún más.
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