El primero llora, los últimos ríen
Cavendish, por fin, a la tercera levanta los brazos de nuevo en el Tour
El Tour ya no es lo que era. Lo dicen todos los viejos seguidores todos los años desde que el Tour es Tour; lo dice este año Roberto Damiani. "Estoy en el Tour y desearía no estar, porque éste no es el Tour que yo amo", dice el director del Lotto con la lucidez que alcanzan todas las personas que llevan demasiados años haciendo el mismo trabajo. "Antes en el Tour primaba lo deportivo, ahora es un 80% 'show' y un 20% deporte". Quizás exagere Damiani, a quien le trae por la calle de la amargura el patronazgo que ejerce sobre la carrera el personaje llamado 'Fabian Riis' (o si lo prefieren, Bjarne Cancellara: el cuerpo del corredor suizo inevitable en todas las sopas, la cabeza de su director danés), y, esta primera semana no sea tanto un 80/20, la relación de fuerzas, sino un 80/10/10, dándole al fútbol, al Mundial, lo que es del fútbol.
La porción 'show' se ganó ayer holgadamente su parte contratante con la victoria de Cavendish en el 'sprint' de Montargis. El espectáculo estuvo no tanto en la forma en la que el 'bad boy' de Man la consiguió -aprovechando el trabajo de los Garmin para Farrar, aprovechando que todos los demás 'sprinters', incluido Freire, se desgastaron tratando de mantener su posición ante la última curva, empujones, codazos, manillares en las costillas, para poder rematar en la última recta; aprovechando el 'surplus' de adrenalina que le surgió de las tantas críticas de los últimos días-, sino en todo lo que la acompañó. El día anterior, el de la frustración por la falta de gas, dejó caer su bicicleta al llegar al autobús de la misma manera en la que liberan sus frustración los jugadores de golf malcriados, humillando a sus 'caddies' tirándoles el palo al suelo; y después arrojó el casco por la puerta del autobús, quizás queriendo alcanzar al cámara que lo filmaba. Ayer, el 'show' consistió en una exageración de llanto en la llegada -"no soy tan malo como dicen; a veces me paso, pero tengo buen corazón; he pasado por un infierno porque me creía en una nube después de mis seis victorias en el pasado Tour, pero todo se vino abajo", dijo entre lágrimas y sorbidas de mocos-, acompañada pocos segundos después por el abrazo cariñoso y protector, infructuosamente consolador, del inevitable Cancellara, el líder de todo el pelotón, tan inmenso en su 'maillot' amarillo.
Todo ello bajo un calor insufrible. Segundo día de canícula. 35º el aire en la meta. 61º, la temperatura del asfalto medida en el kilómetro 144, que iguala el récord establecido durante la contrarreloj de Gaillac en el Tour de 2003, aquella en la que Armstrong, que aguanta muy mal el calor, casi se deshidrata. A diferencia del tejano, y de los ciclistas del Este y el Centro de Europa, y los nórdicos, Hernández, que es de la estepa abulense, Navarro, asturiano, De la Fuente, cántabro, y Tiralongo, siciliano, no aborrecen del calor, no ponen cara mustia con el sudor, antes al contrario, mientras Cavendish llora, ellos ríen abiertamente, bromean y beben cocacola. Han llegado los últimos del pelotón, descolgados, a más de cinco minutos de Cavendish, y están felices por ello. "Es lo que tenemos que hacer", dice Hernández, escalador ligero como los otros tres. "Nuestro trabajo no empieza hasta la montaña, y allí tenemos que llegar habiendo gastado lo menos posible, así que todos los días, a 15 de meta, nos soltamos y terminamos más tranquilos, de paseo casi". Son hombres de Contador. Su trabajo es estar con Contador cuando los necesite, que no es en estas etapas estresantes del llano de Champagne y Borgoña, y la maniobra, que a algunos extraña y a otros despista, no es nueva, ya la puso en marcha Martinelli, el director del Astana, cuando dirigía a Pantani en el Tour del 98, que ganó. Claro que entonces, en el llano, Pantani también se quedaba atrás con sus compañeros. "Evitamos estrés, peligro de caídas, desgastarnos a lo tonto en sitios en los que no pintamos nada", dice Navarro, que ganó una etapa en la pasada Dauphiné.
Prosigue así Contador la construcción de su equipo. Así también lo hizo Merckx, creó un grupo de fieles que le siguieron en masa, religiosamente, a todos los equipos en los que desembarcaba. El chico de Pinto, que seguramente renovará tres años con Astana al final del Tour, cerró, además, las cuentas pendientes con Armstrong y Bruyneel, su anterior equipo, acudiendo ayer a su autobús para llevarles los relojes con que premió a todos sus compañeros del pasado Tour. Sólo faltaban ellos de recibirlo. Armstrong lo agradeció y proclamó a Contador "la persona con más talento que jamás se ha subido a una bicicleta".
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