Choque de trenes
Las aficiones de Athletic y Anderlecht se enfrentan en San Mamés
No era un buen partido , pero tenía esas trazas de los grandes enfrentamientos, que es cosa distinta. Tan distinta que acabó en batalla campal en San Mamés al término del encuentro cuando los seguidores belgas saltaron al césped y se enfrentaron a los rojiblancos, lo que obligó la intervención de la Ertzaintza.
En el partido, los chicarrones eran los de la comuna de Anderlecht (por algo el lateral izquierdo se llama Van Damme) y los corajudos, los de la ciudad de Bilbao, apoyados por un público fiel mientras el equipo belga sólo veía a sus cientos de aficionados enfrentarse con la Ertzaina (cuatro habían sido detenidos antes del encuentro). Y primero se impuso el músculo. Un carrerón de Lukaku, 16 años, 1,92m y 94 kilos, orgullo del fútbol belga, demostró que el tamaño sí importa. Ganó, aguantó, resitió y quebró el acoso del desesperado Castillo. Le ayudó Iraizoz al poner manos de pastel a su fuerte disparo y dejarlo en los pies del argentino Biglia. No hizo más Lukaku en la primera mitad. Fue suficiente para su equipo que no buscaba más botín que la calderilla del empate y se vio por delante en el marcador.
ATHLETIC 1 - ANDERLECHT 1
Athletic: Iraizoz; Iraola, San José, Ustaritz, Castillo; Gurpegi (Susaeta, m. 55), Orbaiz, Javi Martínez, Yeste (Muniain, m. 46); De Marcos (Toquero, m. 65) y Llorente. No utilizados: Armando; Koikili, Etxeberria e Iturraspe.
Anderlecht: Proto; Gillet, Mazuch, Juhasz, Van Damme; Legear, Boussoufa (Suárez, m. 91), Kouyate, Kanu; Biglia y Lukaku. De Sutter (m. 79). No utilizados: Schollen; Chatelle, Bernárdez, Diandy y Rnic.
Goles: 0-1. M. 34. Contragolpe de Lukaku, falla Iraizoz y marca Biglia. 1-1. M. 57. San José empuja un centro-chut de Susaeta.
Árbitro: Simone Trefoloni (Italia). Amonestó a Legear, Juhasz y Kouyate.
Unos 35.000 espectadores en San Mamés.
En la otra área sufría Llorente. Primero con los centrales que le daban y le daban, le empujaban, le agarraban y el colegiado italiano ni miraba ni pitaba. Y sufría con su propio equipo que le trata, en la forma de jugar, como a un novel, como a un meritorio que está allí para que les devuelva el balón cuando lo baje de las nubes. Así que decidió jugárselo él solo, a sabiendas de que podía y podía con los rugosos centrales del Anderlecht. El resto de compañeros estaba tan lejos que Llorente se empezó a buscar la vida.
A Caparrós, al Athletic, no le preocupa su visibilidad, ni siquiera su previsibilidad. Es plano, en la pizarra, como la casita de las montañas. Da igual. Prevalece el corazón. Más aún cuando se encuentra con un gol insospechado que le acelera la tensión hasta el límite permitido. Incluso así Caparrós reacciona y busca la habilidad, el desborde, la actitud individual, es decir, Susaeta y Muniain, dos bajitos a los que les gusta improvisar de vez en cuando. Y cuando inventó Susaeta se sacó un centro-chut que era gol, pero por si acaso lo remachó San José.
El Anderlecht había sacado su lado más belga, aquel que le hizo grande y pequeño consecutivamente. Le dejó una jugada a Lukaku para que amedrentase a Iraizoz con un disparo durísimo y correteó con Biglia, el pequeño de al lado del grande. El empate no le incomodaba en la misma medida que le picaba al Athletic. Y tenía pica-pica en los bolsillos de Muniain, el otro menor de edad en el campo, de esos que parecen que nacieron para el fútbol antes del parto.
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