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Reportaje:EL PAÍS SEMANAL | LA LIGA DE LAS ESTRELLAS

Hollywood llega al fútbol español

La gran competición de verano, la de los fichajes, la ha ganado, y de manera abrumadora, la Liga de fútbol española. Por los que han venido y por los que no se fueron. El mejor jugador de la liga inglesa, Cristiano Ronaldo, ha recalado en España. También el mejor de la francesa, Benzema, y los dos mejores de la italiana, Kaká e Ibrahimovic. Los grandes goleadores de la Liga española, Villa y Forlán, siguen (contra todo pronóstico) donde estaban. El brasileño Luis Fabiano, igual. Iniesta, el pequeño genio español, tampoco se mueve, y el crack mundial, Messi, declara que no se quiere ir a ninguna parte, nunca.

Arranca la nueva temporada: ¡bienvenidos al show más grande de la Tierra! No hay espectáculo que compita con el fútbol, y no hay ningún país futbolero que compita hoy con España, cuya selección, encima, es campeona de Europa y una de las grandes favoritas para ganar el Mundial el verano que viene. Hay crisis, y mucha, en el mundo real, pero la máquina de los sueños que es el fútbol sirve de consuelo para las multitudes, o para buena parte de ellas. Si esto fuera cine, posiblemente el segundo espectáculo mundial, diríamos que España hoy es Hollywood, destino de las superestrellas.

El 'crack' del Barcelona, Leo Messi, declara que no se quiere ir a ninguna parte, nunca
Los dos mejores del calcio, Ibrahimovic y Kaká, han venido
Pep Guardiola encontró talento y hambre. su logro fue maximizarlo
El que despierta más interrogantes, y por ello más interés, es el Madrid
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Muchas expectativas, poco juego

Esto no significa que los Oscar, que los grandes títulos, vayan a recaer en clubes españoles. Los resultados en el fútbol, como en la vida misma, están a merced de factores enigmáticos, caprichosos, crueles. El Barcelona fue, sin duda, el equipo que jugó el mejor fútbol la temporada pasada, o en muchas temporadas, y en este feliz caso la superioridad en el campo se reflejó en la conquista del triplete con el que todos los grandes sueñan: Copa, Liga y Champions. Pero es saludable recordar que todo podría haber acabado sabiendo a poco si otro árbitro hubiese pitado la semifinal de la Liga de Campeones contra un feo y eficaz, duro y desafortunado Chelsea. El Real Madrid, en su versión Galácticos II, pretende repetir la hazaña del Barcelona, o como mínimo conquistar la Copa de Europa, cuya final, además, se juega esta temporada en el Bernabéu. Pero como nos demostró el proyecto Galácticos I en 2003-2004, se puede juntar a los mejores jugadores del mundo en un equipo, el Madrid de Zidane y Ronaldo el brasileño, y no ganar absolutamente nada. El talento no garantiza títulos, igual que el dinero no compra el amor.

Lo que sí es verdad es que hoy las expectativas globales se concentran en España. En el planeta fútbol, nuestra liga es la que fascina. A las otras ligas europeas les consume la envidia. Especialmente a la inglesa, que durante los dos últimos años parecía haber marcado una distancia insuperable con las demás, tanto en sus ingresos como en el terreno de juego. Hoy los ingleses se preguntan, con estupor y perplejidad: ¿qué ha pasado?, ¿qué nos han hecho?

La revolución se fraguó en apenas dos semanas. El 27 de mayo, el Barcelona "aniquiló" (verbo elegido por el Daily Mail de Londres) al campeón inglés y hasta entonces campeón de Europa, el Manchester United, en la final romana de la Liga de Campeones. El 2 de junio, el Real Madrid batió el récord mundial de fichajes cuando cerró un acuerdo con el Milan por Kaká, balón de oro europeo y FIFA world player 2007. Y el 11 de junio, el mismo Madrid lo volvió a batir cuando el Manchester aceptó una oferta por Cristiano Ronaldo, ganador de los dos mismos trofeos individuales en 2008. Y con eso, game over: los tres mejores jugadores del mundo (Messi ganará el Balón de Oro y el FIFA World Player de 2009) captados, listos para exhibir su talento la temporada entrante sobre el escenario español.

Hasta el partido de Roma no se habían enterado en Inglaterra, ni en los muchísimos países donde el fútbol inglés se sigue con fervor por televisión, de que el Barcelona era tan especial como habíamos constatado en España a lo largo de una espectacular temporada. Y el Real Madrid, destrozado por el Liverpool en octavos de final de la Liga de Campeones con la misma facilidad con que el Barcelona destrozaría al Manchester en la final, parecía condenado a vivir de sus viejas glorias europeas, como un Rolls Royce empolvado.

Se suele atribuir el mérito de lo que ha logrado el Barcelona a su entrenador, Pep Guardiola. No hay duda de que combina una enorme capacidad de trabajo con una gran astucia táctica y un hábil manejo psicológico de su equipo. Pero, como él mismo ha sido el primero en reconocer, no habría logrado lo mismo con otro grupo de jugadores. No habría hecho gran cosa, por ejemplo, si hace un año los dueños árabes del ambicioso pero inmaduro Manchester City le hubieran hecho una oferta imposible de rechazar. Guardiola tuvo la suerte de ser nombrado en el momento histórico en el que las estrellas se le alinearon con impecable simetría, en el que todos los jugadores del Barcelona estaban a punto. Guardiola llegó y se encontró con la mezcla perfecta de talento y de hambre, de jugadores que lo tenían todo pero no habían ganado nada. El gran logro de Guardiola fue maximizar lo mucho que tuvo. Otro no lo habría hecho. Pero la deificación de Guardiola que se vio en los medios a final de la temporada pasada responde tanto a su capacidad individual como a la tendencia al pensamiento mágico que tenemos todos los forofos del fútbol, aquella insistencia en buscar figuras redentoras, poseedores del secreto del triunfo y la gloria sobre la injusticia y la precariedad de la vida.

En el caso de Florentino Pérez, el presidente del Real Madrid, la comparación mesiánica es menos exagerada. Una vez que se empiece a jugar en el campo, su poder será tan limitado como el de cualquiera, pero en el negocio de generar ilusión (el 50% de lo que significa el fútbol para las grandes masas, por lo menos) es el indiscutible campeón. Pérez ha sido el Lenin, o el George Washington, de la revolución del verano. Como decían los estadounidenses de Washington después de que lograra la independencia de su país, es "el hombre indispensable". Combinando osadía y astucia en igual medida, ha dejado desnudos al Manchester y al Milan con los fichajes de Ronaldo y Kaká, ha regenerado de manera casi milagrosa el decadente proyecto madridista y ha asegurado que el centro de gravedad del fútbol mundial pase de Inglaterra a España. Emilio Butragueño fue ridiculizado por confesar que lo consideraba "un ser superior", pero la diferencia entre Butragueño y otros que rodean a Pérez en el círculo íntimo del Bernabéu fue la ingenuidad, decir en público lo que todos piensan en privado.

Pérez, sacando máximo provecho tanto de los créditos bancarios que solo él es capaz de captar como del poder de atracción del Real Madrid (en el Manchester City, igual que Guardiola, no habría logrado lo mismo), no se conforma con soñar a lo grande, sino que actúa a lo grande. Y los demás, sin excluir a los bancos, lo siguen ciegamente, confiando en su demostrada capacidad para convertir agua en vino. Llega Pérez a la presidencia del Madrid por segunda vez y, en un parpadeo, el equipo pasa de la vulgaridad a la brillantez, aparentemente capacitado para deslumbrar y vencer al que quizá sea el mejor Barcelona de la historia. A los fichajes estelares de Ronaldo y Kaká, Pérez sumó la gran promesa francesa, el delantero Benzema, y tres contundentes jugadores de la selección española, Albiol, Arbeloa y -otra calamidad para la Premier inglesa- Xabi Alonso. El nuevo entrenador, el chileno Manuel Pellegrini, ha demostrado en el Villarreal sus dotes para armar un equipo que combina eficacia con buen gusto. Lo que queda por ver es si posee la fuerza mental para imponer su voluntad sobre un club de enorme peso histórico y sobre un vestuario inundado de estrellas.

El nuevo Madrid es maravilloso sobre el papel. Pero, como observó una vez un antiguo seleccionador estadounidense, Bruce Arena, el fútbol no se juega sobre el papel, se juega sobre la hierba. Ha terminado "la guerra falsa", frase con la que se denominó al verano de 1939 en las grandes capitales europeas, con triunfo rotundo del fútbol español en general y del Real Madrid en particular. Ahora empieza la guerra de verdad. Pérez pasa a un segundo plano, un observador más, y el destino pasa a las manos menos seguras de los jugadores.

La ilusión en el fútbol español es enorme en este arranque de temporada, incluso en los equipos más modestos, debido a la impresionante talla de los dos grandes a los que van a retar, y a la dimensión global que de repente tiene la Liga. Un Xerez-Real Madrid o un Tenerife-Barcelona generarán un interés inimaginable hace apenas tres meses en Kuala Lumpur, Seattle y Johanesburgo. Pero en cuanto quién va a ganar y quién va a perder, solo puede haber preguntas, empezando por el Barcelona, cuya "temporada" veraniega no fue tan triunfante como la del Madrid. La compra de Zlatan Ibrahimovic al Inter de Milán por 45 millones de euros, con el regalo incluido de Samuel Eto'o, pasará a ser uno de los peores negocios en la historia del fútbol, lo cual es mucho decir. En el Inter, cuyo entrenador José Mourinho se murió de la risa cuando se enteró de lo que había pasado, no se deben de acabar creyendo su buena suerte. Decir que Eto'o, que tiene la misma edad que Ibrahimovic, vale 45 millones menos que el nuevo fichaje del Barça es un disparate, como Mourinho ha señalado. Pero bueno, el feeling de Guardiola le aconsejó, según él mismo explicó, que Eto'o se tenía que marchar por el bien del equipo. El feeling de Guardiola, en todo lo que tiene que ver con el fútbol, es muy digno de respetar, pero tampoco hay que olvidar que Ibrahimovic, como Eto'o, tiene la reputación de ser un personaje conflictivo, que no siempre demuestra el respeto deseado hacia su entrenador.

Cómo impactará Ibrahimovic sobre la química del vestuario del Barcelona es, entonces, una de las preguntas a las que tendremos respuesta en los próximos meses. Quizá resulte ser otro golpe maestro de Guardiola, ya que el sueco no solo tiene gol, sino una mágica habilidad con el balón. Y además es grandote, cualidad que le gusta a Guardiola en un delantero centro. Pero el gran reto del Barça esta temporada, como Guardiola sabe mejor que nadie, va a ser mantener aquella misma intensidad que tanto fruto les dio la temporada pasada. El juego de posesión y de ataque del Barcelona fue, y seguro que seguirá siendo, una sinfonía. Pero si ganaron todo lo que ganaron fue porque también demostraron un hambre desesperada por recuperar el balón perdido, lo cual quizá explique el intento fallido de fichar al voraz perro de presa argentino del Liverpool, el centrocampista Javier Mascherano.

Pero el mayor y más sorprendente fracaso del verano lo compartieron el Barcelona, el Real Madrid y algunos equipos ingleses al no lograr convencer al Valencia de que vendiese a David Villa, el mejor jugador que no disputará la Liga de Campeones esta temporada. Esto le viene bien a la selección española, que lo tendrá más descansado para el Mundial, pero es difícil creer, pese a las palabras diplomáticas que han salido de su boca, que Villa no haya vivido las últimas semanas corroído por una desesperante frustración. Tiene casi 28 años y el tiempo pasa. No hay mejor goleador nato en el mundo, pero ahí sigue, en un equipo rocoso, completo, que le dará unas buenas batallas al Madrid y al Barcelona a lo largo de la temporada, sin duda, pero que a lo más que puede aspirar es a clasificarse para la Liga de Campeones la temporada entrante. Si es capaz de lograr eso, dependerá en gran medida de la capacidad de Villa de superar el disgusto veraniego y entregarse con fría profesionalidad a la causa de un club cuya situación económica es tan grave que ha sufrido este año para pagar los sueldos de sus jugadores.

El Sevilla tendrá un reto similar con Luis Fabiano. Pocos habrían apostado a principios del verano que el delantero de la selección brasileña no recalaría en un equipo grande, como el Milan. Las ganas de Luis Fabiano de entregarse a la causa serán decisivas para el Sevilla, cuyo entrenador, Manolo Jiménez, sufrirá para superar el escepticismo que su presencia en el banquillo genera entre gran parte de la afición. La gran hazaña del Atlético, similar a la del Sevilla, ha sido mantener en sus filas al uruguayo Forlán, el máximo goleador de la Liga la temporada pasada, y al Kun Agüero, indiscutible delantero en la selección argentina que hoy entrena el abuelo de su hijo, Diego Maradona. Pero no se ha reforzado el Atlético, y el peso de disputar la Liga de Campeones le complicará su único objetivo realista, acabar la temporada una vez más entre los cuatro primeros. Un equipo que promete ponérselo difícil es el Villarreal, que ha perdido a Pellegrini como entrenador, pero ha encontrado un digno suplente en Ernesto Valverde y mantiene una plantilla fresca, hábil y con ganas de seguir compitiendo de tú a tú con los grandes, o casi.

En la lucha para evitar el descenso, tan apasionada a su manera como la lucha por los puestos altos, es difícil evitar la sensación de que una vez más el Athletic, con su empeño quijotesco en no fichar a jugadores de fuera del País Vasco, padecerá repetidos ataques de nervios. Quizá padezca también uno que ya ha sufrido demasiado, el Espanyol, al que le costará recuperarse del terrible golpe anímico que ha producido la muerte cruelmente súbita de su capitán, de 26 años, Daniel Jarque. La ilusión que rodeaba al club tras la mudanza a un nuevo estadio esta temporada, después de muchos años viviendo de alquiler en el estadio olímpico de Montjuic, se ha hundido en la tristeza más absoluta. El desafío del Espanyol va a ser adaptarse a vivir sin su símbolo y capitán, algo diferente al del Real Madrid, cuya mayor dificultad va a ser lograr que cuajen sus nuevas figuras.

Pero lo lograrán, aunque tarden un tiempo, y con un Barcelona ya muy cuajado es difícil evitar la conclusión de que esta temporada será, más que nunca quizá, una cuestión de dos. La sorpresa esta temporada sería que hubiese un campeón sorpresa. El abismo de clase y de dinero que separan al Barcelona y al Real Madrid de los demás hace casi inconcebible que uno de ellos no gane la Liga. El que lo tiene más complicado, el que despierta más interrogantes, y por eso más interés, es el Madrid.

Cristiano Ronaldo puede que se convierta en el favorito del Bernabéu, o puede que no. Hay una parte nada desdeñable de la afición que tiene sus dudas, que no le cae bien el indisimulado narcisismo que manifiesta dentro del campo. Podría resultar difícil de tragar para muchos la tendencia que tiene a sobreactuar cuando pierde el balón, de reaccionar como si le perteneciese por derecho divino y como si la única explicación posible de su desliz es que hubo una falta que el árbitro no quiso ver. Habrá que ver si se le contagia la elegante generosidad de Kaká, si madura un poco como persona. O si responderá con profesionalismo al caballeroso estilo de su nuevo entrenador, muy diferente al de Alex Ferguson, su jefe en el Manchester, cuyo método de persuasión es el miedo y la brutalidad. La clave, por supuesto, será si Ronaldo es capaz de guiar al equipo a la gloria y meter 42 goles, como hizo en Inglaterra hace dos temporadas, en cuyo caso todo se le perdonará. Todo ello dependerá, a su vez, de la fibra del resto del equipo, de si Xabi Alonso está a la altura de las expectativas que despierta como director del juego en el centro del campo, de si en el Madrid Kaká sigue fluyendo como un río, de si Benzema inspira terror en las defensas rivales como lo hizo el brasileño Ronaldo, con el que mucho se lo compara.

El Barcelona, en cambio, ya sabemos cómo jugará, ya sabemos que va a cuajar, que es el equipo al que hay que vencer, tanto en España como en Europa. Si existe una duda tiene que ver con la figura de Thierry Henry, al que Guardiola logró exprimir todo el talento que le quedaba la temporada pasada. Por su fe y por su empeño, el entrenador catalán devolvió a la vida a un jugador que parecía haber iniciado el camino al retiro. Difícilmente lo logrará una vez más, lo cual nos hace recordar que los españoles no se salieron totalmente con la suya en el mercado de fichajes. No puede haber ninguna duda de que el fichaje prioritario para Guardiola a comienzos del verano era Franck Ribéry, el delantero francés del Bayern Múnich y el encaje perfecto para suplir el vacío que, tarde o más bien temprano, dejará su veterano compatriota Henry.

Pero tampoco es ningún desastre, ni para el Barcelona ni para la Liga española, en cuyas filas se puede declarar, y con convicción, que juegan siete u ocho de los 10 mejores jugadores de la Tierra y los que más dinero valen. Aquí juegan Messi, Iniesta, Xavi, Dani Alves, Ibrahimovic, Cristiano Ronaldo, Kaká y Villa. Y tampoco olvidemos a Iker Casillas, Carles Puyol, Yaya Touré (cuyo reconocimiento en el Barcelona no está a la altura de lo que ha rendido), Sergio Ramos, Rafa Márquez, David Silva (del Valencia) y Luis Fabiano. La temporada pasada exageraban los que decían que la Liga española era la mejor del mundo. Ya no. Sería, más que nunca, una grave decepción para el Barcelona o el Madrid que uno de los dos no ganase la máxima competición de clubes, la Liga de Campeones, del mismo modo que para el resto de los envidiosos clubes europeos sería, más que nunca, una grata e inesperada sorpresa. P

Hollywood llega al fútbol español es un reportaje de EL PAÍS SEMANAL del 30 de agosto de 2009.

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