El Kun acaba con el sufrimiento
Agüero levanta al Atlético en el tramo final, cuando el Betis acariciaba el empate
Definitivamente, todo se reduce a un problema de pánico. El pánico que provocan su imaginación, su potencia, su colocación, sus regates, su fe, su ambición, sus goles, su fútbol, la sola visión del balón cerca de su inmensa sombra. Todo es un problema de angustia, la angustia que transmite al rival, que no sabe por dónde va a llegar, por dónde se va a ir, qué va a intentar, qué va a inventar. ¿Y si no se acerca?, implorará alguno. Pero Agüero siempre se acerca, siempre está, presto a convertir cada una de sus apariciones en un acontecimiento. Ahí va un ejemplo: recibió el chico en la derecha y regateó hacia dentro, hacia fuera, de nuevo hacia dentro, con Juanito balanceándose, intentando tapar su salida, intentando una quimera. Acabó el Kun cediendo a Maxi, que chutó para que Casto se luciera. Ahí va otro ejemplo: recibió el chico en la izquierda, con Arzu de nueva víctima, y en el pico del área amagó, una, dos veces, hasta dejarle sentado para levantar la cabeza y enviarla a Forlán, que chutó alto. El tercer ejemplo llegaría una hora después. Y acabó en gol.
Atlético 2 - Betis 0
Atlético de Madrid: Franco; Perea, Ujfalusi, Heitinga, Pernia; Maxi (Luis García, m.83), Assunçao (Raúl García, m.73), Maniche, Simao, Forlán y Agüero (Ever, m.82).
Betis: Casto; Nelson (Xisco, m.65), Arzu (Melli, 82), Juanito, Vega; Damiá, Capi, Emaná, Mehmet Aurelio, Juanma (Segura, m.75); y Sergio García.
Goles: 1-0, m.20: Maxi. 2-0, m.81: Agüero.
Árbitro: Miguel Angel Pérez Lasa, Comité Vasco. Mostró tarjeta amarilla a Nelson, m.63; Emaná, m.75; Aurelio, m.79;
Incidencias: Decimoquinta jornada del Campeonato Nacional de Liga de Primera División. Estadio Vicente Calderón. Tres cuartos de entrada en una noche muy fría.
Agüero fue un gigante, que no el Atlético. Porque cada asonada del Kun no descompuso al Betis, un equipo que tiene una magnífica relación con la pelota. Y que tras un inicio titubeante se hizo amo del juego. Lo logró a partir de la buena disposición de su centro del campo. Juntó allí Chaparro hasta a cinco futbolistas y el Atlético se vio en una inferioridad manifiesta. Porque en esa franja sólo remaban Assunção y Maniche, con Maxi y Simão, como de costumbre, descolgados en las bandas. Y siendo la capacidad creativa de Assunção la que es (ninguna), todo quedó en manos de Maniche. No se achantó el portugués, un trilero a la hora de manejarse entre un ejército de rivales. Rebañó Maniche un balón que no tenía dueño y adivinó la carrera de Maxi. Al pecho se la mandó para que el capitán la bajara y fusilara junto al palo. Se quejaron los béticos de un posible fuera de juego, pero Maxi arrancó en línea mientras Forlán, que no intervino en la acción, estuvo hábil a la hora de largarse del lugar de los hechos.
La pegada, su descomunal pegada, había dado premio a un Atlético que había convertido su centro del campo en una zona prohibida, evitando que el balón circulara por un territorio dominado por el Betis. Vio el Atlético que buscar la espalda de Nelson en el lateral derecho era un chollo y a la tarea se puso, venga a llover pases largos. Sólo por ahí logró crear peligro, con Simão o el omnipresente Agüero de protagonistas. Pero el Betis comenzó a empujar. Y lo hizo casi en manada. Adelantando líneas, desactivando la conexión entre los defensas del Atlético, cada vez más retrasados, y su frente de ataque.
Llegó entonces el turno de Leo Franco, que les sacó sendos zapatazos a Juanma y Sergio García. El Betis sentía la tentación de lanzarse con todo el ataque, pero le aterrorizaba quedarse en cueros atrás ante el Kun y compañía. El partido se convirtió en un intercambio de golpes. El Betis no aprovechó los que tuvo; el Atlético, mejor dicho, Forlán y Agüero, sí. Estaba el Betis convencido de que llegaría el empate, de que aquella resitencia no podía ser eterna, cuando el Atlético enhebró un contragolpe. Mal asunto. Llegó el balón a Forlán, que vio al Kun a su derecha, lanzado hacia la espalda del defensa. Inspirado como vive, el uruguayo la tocó de primeras, dejando solo a Agüero ante Casto, que debió vivir el colmo del pánico, de la angustia, del terror, qué hacer ante aquello, aguantar en pie, vencerse a un lado, no perder de vista la pelota, y cómo lograrlo si ésta, venciendo cualquier ley física, se va empequeñeciendo a medida que se acerca atada a la bota del rival, del enemigo mayor del reino, del Kun en estado de gracia, que chutó fácil, alto, colocado, a gol, punto final a un partido en el que el Atlético aprendió a sufrir y sólo respiró cuando Forlán y Agüero se leyeron el pensamiento.
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