Una pequeña gran derrota
En España, afortunadamente, el debate supera al marcador. El fin no siempre justifica los medios. No se admite la italianización. Ni siquiera a los últimos de la fila. Y, claro, mucho menos a los grandes. En una situación excepcional, el Madrid se empequeñeció con un doble objetivo: evitar los confetis en el Camp Nou y convertir el templo de su gran adversario en el mejor diván posible en estos tiempos a la deriva. De nada le sirvió. A última hora, pagó su corta mirada. Por mucho que despejara una gorrada, el fútbol y la clasificación no están de su parte. El Barça quiso ganar; el Madrid, no perder. La ruleta cayó del lado del más guapo, aunque, a tenor de su tránsito por el campeonato, el Madrid hasta resultara meritorio. Así hay que medir ahora a este campeón, para el que la excelencia es impedir una fiesta ajena.
Para maquillar su distancia con el Barça, en el juego y los puntos, el Madrid optó por la vía más rácana. Su puesta en escena fue un reconocimiento tácito a la superioridad de su esbelto adversario. Fue un equipo tan menguado que sólo jugó medio partido, el defensivo. Cavó su trinchera con un pelotón bien cerca de Casillas, atemorizó a latigazos a Messi, intentó desquiciar cuanto pudo a su rival y manejó todas las pérdidas de tiempo posibles a la espera de encontrar una rendija ante Valdés. Para su desconsuelo, le llegó a Drenthe, que se rindió ante el meta azulgrana. El Madrid necesitaba un refuerzo anímico y para ello Juande puso todo su empeño en desactivar al líder sin importarle el escaparate o la alcurnia de su equipo. Como en los tiempos de la caverna, ordenó marcajes individuales, como el de Gago a Xavi, el de Sergio Ramos a Messi -estuviera éste de extremo o ariete- e incluso el de Guti a Gudjohnsen -el mundo al revés-.
Con el Camp Nou minado por once defensas madridistas, Juande logró desconectar al mejor Barça, en el que sus secundarios tuvieron más protagonismo que el que Guardiola habría deseado. Esposado Xavi, Gudjohnsen, Touré y Abidal condujeron en exceso la pelota sin que el trío ofensivo azulgrana tuviera apenas repertorio. Como antídoto, el Madrid estuvo impecable, pero cayó en la orilla de tanto remar hacia Casillas. Eso sí, frente a los últimos tiempos de Schuster, resultó un equipo ordenado, más gremial, con más voltaje. Alardes, ninguno. Malos tiempos para la poética. La única gallardía de Juande, Palanca, protagonista de las segunda y última gran ocasión visitante y del primer mensaje positivo que recibe en mucho tiempo la academia blanca.
En su medio partido, el ofensivo, siguiendo su rutina habitual, el Barça se precipitó de entrada más de la cuenta, como si pretendiera marcar el segundo gol antes que el primero. El líder se sintió incómodo, bloqueado por el hormigón blanco. Con el paso de los minutos, el Madrid consiguió alterar al conjunto catalán, contrariado por no ser capaz de corresponder a la euforia que había calado en el Camp Nou. Para el Madrid, sin importarle el método, se trataba de evitar un huracán. Lo logró durante más de una hora y, cuando se le redujo el depósito, le resucitó el milagrero, Casillas, que a punto estuvo de sostenerle hasta el final, cuando Eto'o acabó con la resistencia y Messi selló una pequeña gran derrota para el Madrid. El resultado premió al más ambicioso. No hubo lirismo azulgrana, pero sí mayor decisión.
Hoy, el fútbol es del Barça; el liderato, también. El Madrid de anoche buscaba algo de luz y se creyó con coartadas para rebajarse de semejante manera. Ahora, ya a 12 puntos, todo un océano, habrá que medirle en el futuro, cuando tenga que mudarse de traje. La talla del Camp Nou no le servirá.
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