Noche desalmada
El BATE, el peor equipo que pasa por Chamartín en años, contagia al Madrid, que no pasa de la mediocridad
A veces, la rivalidad es otra forma de convivencia. En el fútbol también. Hay días que los equipos juegan unos contra otros, y hay días en que la inercia de las cosas los empuja a hacerse compañía en el marco formal del reglamento. El BATE Borisov, el equipo con menos presupuesto de la Liga de Campeones y el más irrelevante de todos los que han pasado por Chamartín en este torneo, saltó al Bernabéu con un objetivo realista: completar la coreografía. Lo logró plenamente. Cada bielorruso fue un soldado de la causa de la colaboración con fines escénicos. Perdieron, pero compusieron una estampa serena, colorida y de apariencia esforzada.
Al final de la noche, no quedó claro qué clase de equipo es el BATE, ni a qué juega, ni si tiene alma o está compuesto de una sustancia sintética. Como el fútbol fomenta todo tipo de contagios, los hinchas se fueron a su casa con la certeza del resultado, pero todo lo demás quedó en el aire. El BATE, como el Numancia, no reveló de qué está hecho este Madrid cuya propaganda proclama que va a por la décima. Habrá que esperar a ver otro tipo de partido. A esta altura del año, los aficionados corren el riesgo de pagar por ver cosas imposibles. Algunos pitaron. Más que prueba de indignación, los pitos fueron síntoma de vacío emocional. En el campo no había nada. La mitad de la gente abandonó el campo antes del pitido final.
Tal vez, lo más genuino de toda la noche fueron los puñetazos que, subrepticiamente, se propinaron Heinze y Sosnovski. Esos dos hombres no actuaban. Eran ellos mismos, atizándose, insultándose, saldando deudas de honor en cada córner, en cada falta lateral. Entre los dos decidieron saltarse el guión. Fue un gesto subversivo y secreto, inadvertido por el árbitro, a espalda de las autoridades, y contrario a la ley de la FIFA y del teatro. A veces, las cosas más verdaderas tienen un componente violento.
El primer gesto del BATE fue toda una declaración de intenciones. Los bielorrusos sacaban del centro del campo y en el primer pase lanzaron la pelota fuera. La media hora que siguió fue un rondito de Van der Vaart, Robben y Guti. Entre los tres manejaron el balón con sentido y precisión. Al principio, con energía, luego, con displicencia. Guti fue el mejor. En una de las numerosas maniobras del Madrid alrededor del área de Veremko, el media punta cambió la orientación de la jugada y colocó el balón en el pie derecho de Ramos con un pase de 20 metros. Lo hizo al primer toque, con gracia y tensión. Ramos, que levantó la mano pidiendo asistencia, prolongó la acción con un golpe seco que metió el balón pegado al segundo palo. El gol fue lo mejor de la noche. Desde entonces, el Madrid empezó a distraerse.
Antes del descanso, Gago sufrió una lesión muscular en el muslo izquierdo, y no pudo seguir. Schuster lo sustituyó por Diarra. Pero la cadencia del partido no cambió. El Madrid se instaló en el conformismo y le concedió al BATE la ocasión de aventurarse con algún disparo lejano. Sólo Sivakov movió un poco a Casillas. Sólo por precaución. Los bielorrusos no tiraron nunca entre los tres palos.
El Madrid se fue al descanso entre pitos. Pero ni la recriminación de la grada, ni la charla de Schuster, agitó la conciencia adormecida de los jugadores. El partido tuvo un aire funcionarial. El Madrid administró la posesión con paso cansino. Raúl, que regresó a la titularidad con el ceño fruncido, dio la sensación de tomarse el trámite con sentido de misión. Dispuso de 90 minutos para marcar. Lo más cerca que estuvo del gol fue en la jugada del segundo. Recibió de Diarra, tiró, y Van Nistelrooy se aprovechó del rechace.
Tras la marcha de Robinho, Raúl encabeza el ranking madridista en lalistaWIP
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