El Atlético es un escándalo
El equipo de Aguirre vuelve a protagonizar una locura de partido, del que sale indemne en el minuto 92
El Calderón vive en un estado de juerga perpetua. Dicen las cifras oficiales que el Atlético tiene unos 44.000 socios. Pocos son. Millones debería tener. Tantos como aficionados al fútbol hay en el planeta. Porque este equipo es un vicio. Juega a la ruleta rusa sin torcer el gesto. A veces se vuela la cabeza, como le ocurrió ante el Villarreal, pero sea cual sea el desenlace consigue convertir cada partido en un festival de goles. Ahí el equipo de Aguirre es una máquina. De marcarlos y de recibirlos. En los siete partidos de Liga que ha acogido hasta ahora, el Calderón ha visto 33 goles, casi a cinco por día, algo insólito. El Atlético ha logrado, desde la más absoluta anarquía, convertir cada cita en un acontecimiento, en un intercambio de golpes sin razón que lo explique. En un disparate, un maravilloso disparate.
El Valladolid es un equipo valiente, sin duda. Pero no por lo demostrado ayer. Porque ser valiente en el Calderón no tiene mérito. Lo sería un equipo alevín. El Atlético te obliga a serlo. En el Manzanares no hay táctica que valga. Uno llega allí y se dispone a recibir un gol antes de ponerse la camiseta. En lo que se lleva de torneo, el Atlético ha marcado ocho goles antes de que se cumpliera el primer cuarto de hora. Ayer le bastaron dos minutos y unos pocos segundos para estrenarse. Agüero conectó con Maniche y Butelle, portero del Valladolid, no tuvo muy claras las medidas de la portería. Porque el disparo del portugués no era nada. Pero debió pensar Butelle que el balón no iba hacia el palo que él cubría y se largó de allí, raudo, al otro.
Sin embargo, recibir un gol en este estadio al poco de pisar el césped no es malo. Al contrario. Porque a uno le da tiempo a asentarse, tocar, empujar y esperar a que el Atlético se suicide. Y se suicida. Dos, tres veces por partido. Por aquí ha pasado el Sevilla y ha marcado tres goles. Pero es el Sevilla, dirán algunos. Por aquí ha pasado el Villarreal y ha marcado cuatro goles. Pero es el Villarreal, dirán otros. En fin, que por aquí ha pasado el Valladolid, con toda su modestia, y ha marcado tres goles. Como pudo marcar siete.
Porque a este escenario se asoma Sesma y se convierte, no se sabe bien por qué, en el mejor extremo del mundo. O se asoma Víctor y uno cree que ha vuelto el Torpedo Müller. Teniendo ellos mérito, más lo tienen los defensas del Atlético, tan dados a inmolarse. Recibió Llorente dentro del área y ante él se colocó Pablo, al quite, con las piernas abiertas, tan abiertas que entre ellas rodó el balón dirección a Víctor, que fusiló.
Y de repente, a la vuelta del descanso, ocurrió lo que sería inimaginable en cualquier otro lugar. Sin razón alguna, comenzaron a caer goles: uno, dos, tres, cuatro en ocho minutos, dos por equipo, un éxtasis de ida y vuelta. Comenzó la orgía en la bota izquierda de Sesma, enorme ayer. Envió un centro que controló Llorente antes de que Zé Castro se la birlara de cabeza, lo que hubiera sido una magnífica idea de no ser porque su envío fue a parar a Sisi, al que cubría Pernía, pero no del todo.
No le quedó a Sisi más remedio que marcar. Igual que a Maxi al rato. Medio gol fue de Simao, que abrió las piernas ante el envío de Pernía, engañando a todos menos a Maxi, que ejecutó. Ni cinco minutos le duró al Atlético el jolgorio. Sesma regaló a Llorente una obra de arte y éste cabeceó. Al Atlético, tan dado al llanto, no le dio tiempo a llorar. Sacó de centro, provocó una falta en el carril derecho y el envío de Reyes lo cazó el inspirado Maxi. Ocho minutos, cuatro goles. Ni en el futbolín.
Al instante, Aguirre tomó medidas. Dado que el Atlético encajaría menos goles si no tuviera defensas, prescindió de Zé Castro y apostó por Forlán. Pero el Valladolid no se arredró. Ni siquiera ante un par de acciones estelares de Agüero. Vio claro que el Atlético estaba partido en dos y se echó en brazos de Sesma, que recibió el agarrón de Valera tras dejarle tirado por enésima vez. Fue expulsado el lateral. y Aguirre rectificó su apuesta atacante.El partido estaba en manos del Valladolid, que no supo hacerse con él. Y allá en el minuto 92, Maniche se inventó una jugada que acabó en pies de Forlán. Éste centró para que Pablo cabeceara desde el suelo, al segundo palo, donde estaba Pedro López, que la tocó, también de cabeza, hacia atrás, hacia su portería, desastrosamente, colofón de un partido que no fue un partido, que fue un frenesí y en el que el resultado final no lo firmó el Atlético, ni el Valladolid, sino un intruso que se ha alojado en el Calderón. Se llama azar.
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