Bambilandia
Elfriede Jelinek ,Premio Nobel de Literatura 2004, presenta "Bambilandia", un alegato contra la guerra escrito por una de las plumas más combativas y comprometidas de nuestros días. Esta obra reúne dos textos de aire teatral sobre una actualidad en guerra permanente y su reflejo tergiversado en los medios de comunicación
Fragmento
No sé no sé. Pónganse un gorro de ésos que se hacen con una media con un nudo arriba, como solía usar siempre mi padre con su ropa de trabajo cuando estaba construyendo nuestra casita familiar. Nunca vi nada más horrible. No sé qué castigo, por qué culpa merecen ustedes ponerse algo tan feo. Se corta la media, se le hace un nudo arriba de modo que quede una especie de pompón y luego se calza en la cabeza. Eso es todo.
Vaya mi agradecimiento a Esquilo y a Los persas en la traducción de Oskar Werner. Si es por mí también pueden agregar una pizca de Nietzsche. Pero el resto tampoco es mío. Es de malos padres. Es de los medios.
Ya se abre paso, a través el sol, primer mensajero de la desgracia, alcanzando al señor que, ¿cuál era su nombre?, todos conocen su nombre, ya se abre paso el ejército por la ciudad, poderoso en tamaño el ejército, y no obstante no lo suficientemente poderoso, entre hambrientos, sedientos se abre paso, estrangulándose, el ejército, y a través de la ciudad también llena de gente que aparece amenazante en su camino, demasiado grande, enorme en número, tan malvados sus actos, menor no es, lo que ella debe tolerar, la ciudad, que resulta familiar al fondo, allí donde yace, en el desierto, sus habitantes hace tiempo cocidos por el sol como un ejército de terracota. ¿Cómo podemos después de todo esto volver a reconciliarnos con el pueblo babilonio? No importa lo que se diga, ellos claman sólo agua sólo agua sólo agua, sólo comida, sólo comida. Mi hijo, mi hijo, mis dos hijos, mis tres hijos, mis cuatro hijos. Ya no están. Ya no están. Mejor ambas cosas juntas: agua y comida. Los paquetes de alimentos, vamos, a bajarlos ya de los camiones, más rápido por favor, que si no, ya no más regados por el agua, los habitantes de la ciudad les aplastarán los cráneos a las huestes elegidas del señor, y con ello todo un mundo de sentimientos, como sólo nosotros sólo nosotros conocemos en occidente, y una oleada de odio, como sólo ellos la conocen allí. También tenemos sed nosotros, sí señor, pero por lo menos no odiamos, sí señor, aunque sí tenemos nuestros sentimientos al respecto. Pero no los exteriorizamos por lo menos. No carecemos en absoluto de sentimientos nosotros, ¿y adónde conducimos nosotros los sentimientos? ¿De dónde vienen, y adónde van? ¿Adónde nos conducen ellos a nosotros? A liberar al pueblo nos conducen a nosotros.
¿Y por qué entonces se comportan así? ¿No quieren ser libres? ¿Libres pero sólo a condición de que los entiendan? ¿Qué? Siempre se dice demasiado o demasiado poco. Esa exigencia de desnudarse totalmente con cada palabra que uno dice es una ingenuidad. Por eso esta vez no digamos nada. Mejor así. Uno siempre espera que el otro ponga la mejor intención para entenderlo a uno, si no no diría ni una palabra ante tantos micrófonos y cámaras. Uno siempre se protege frente a lo desconocido. Uno siempre dice lo que uno quiere que piensen sobre uno, no lo que uno piensa. ¿Qué?
¿Qué? ¿Que ellos no quieren en absoluto que se los entienda? ¿Y entonces por qué nos preocupamos? Si a nosotros nos da lo mismo. Nosotros hacemos lo que queremos. No, no siempre podemos hacer lo que queremos. Pero no por eso hacemos un escándalo. Somos auténticos. Directamente nos lanzamos a la rapiña, y pierden nuestras presas cuando queremos algo. Y perdemos el juicio cuando no lo conseguimos. ¿Adónde fue a parar todo ese petróleo desaprovechado? Arde. Arde. Explosivos alrededor de los pozos donde el petróleo estancado arde sin sentido. Algo difícil de imaginarse, y más difícil de predecir aún. A quien lograra salvarse de la corriente del mar salobre, a ése por lo menos lo mataríamos. Puede arder nuestra casa, pueden arder las imágenes de nuestros dioses, pero no nuestro petróleo, no nuestro televisor, debemos conservarlo, nuestro altar no puede desaparecer sin dejar huella,¡pues él es la huella! Es nuestra bala trazadora que deja una estela luminosa para que podamos ver en la oscuridad. Para que también en la oscuridad podamos ver cómo cae el rayo sobre el torrente del ejército enemigo. Y ahí tenemos también nuestra munición de uranio empobrecido, la busqué hace poco, es que la necesitamos perentoriamente. Vea,le explicaré bien, claramente, el por qué: la energía cinética de un proyectil depende de la velocidad y la masa. No puede comerse ningún Mars, ¿no es así? No puede comerse ninguna barrita de cereales, ni ninguna de esas barritas Kinder, lo más ligero y nutritivo que los padres pueden comprarles a los niños para que se lleven a la escuela y estudien bien, todo esto a fin de recuperar las energías perdidas, o para obtener la energía que no posee el proyectil. No puede ni debe comer
en absoluto, en eso ha tenido suerte. De ahí es de donde surge su fuerza y poder de penetración, y donde lamentablemente termina la fuerza de nuestros argumentos. Los cañones del tanque de combate tienen un diámetro pequeño, de no más de 12 cm,¿no es así?,¿cómo se puede obtener con eso un poder de penetración decente? Nuestro problema es que tenemos que lograr un gran impacto en poco espacio y el uranio tiene una alta densidad, ésa es su desgracia. También es nuestra desgracia, porque puede ser que nos termine enfermando. Pero es más nuestra suerte que nuestra desgracia, si lo pensamos desde el punto de vista de la guerra. Embestidas de espolón contra barcos indóciles, eso seguro que no, eso es cosa del pasado. El impacto es total, el del uranio. Así como también impacta lo que este señor nos acaba de decir. Constantemente corren a enviarse más refuerzos, pero él no tiene que correr personalmente. No me lo puedo sacar de la cabeza: ¿los sentimientos están todos muertos, todos, en serio?
¿Por qué tuvieron que ver tantas cosas espantosas, tanto sufrimiento, o qué, o por qué? ¿Todos? ¿Que ustedes tenían algunos sentimientos, pero los otros no tienen ninguno? ¡Eso no puede ser! No, eso no lo creo, están vivos, están vivos aún, no, no lo están. Están muertos, no hay nada que hacer. Tal vez ellos no conocen ningún sentimiento personalmente. Y pensar que creen en Dios. Pero eso no les basta. Ellos quieren liberar a la patria. Pero no pueden, pues sólo nosotros resistimos con firmeza al seductor, que no querría más que detenernos firmemente, y cuestionamos la religión y la arena cuestionamos y el agua cuestionamos, sólo nosotros conocemos a Dios y nos hemos dado cuenta de que no lo queremos, nosotros, seductores de nadie, nosotros, seductores de la imagen solamente. Cuando llegamos a casa, en seguida encendemos la imagen. Tiene que funcionar. Y funciona. En seguida. Jamás se desvanece sin dejar rastro nuestra divinidad, las imágenes, que allí vemos, que sólo allí vemos, en la pantalla encendida. Entonces, apartamos a este pueblo de la fe, a cambio le damos nuestras imágenes, y se acabó. Y así todo estará bien. Así este pueblo quedará destruido, este pueblo que desconoce la primacía de la persona, pues un pueblo sin la persona individual no existe. Pero al dios, a él sí lo conocen. Eso es lo principal. No conocen a nadie, no quieren a nadie, pero al dios, a él sí lo conocen. Desconocen lo que son los sentimientos, pero a un dios conocen supuestamente. Ellos lo dicen. Y también saben que ese dios es el suyo. Pero ahora nos conocerán a nosotros. ¿Apostamos a que pronto nosotros seremos sus dioses? ¿No? Bueno, entonces no. El que no quiere, es que ya tiene. Ya se abre paso del señor coronado el ejército, amenaza de todas las ciudades, y ya vienen todos los nombres, que conocemos o que no conocemos, qué más da, Arabia o como se llame rebosa de nombres, algunos de ellos los conocen todos, no hay nadie que no conozca a nadie, hasta el que no conoce a ninguna persona conoce por lo menos a alguien que conoce a una persona pues Babilonia envía raudamente abigarrada muchedumbre y ya no la retira. Y todos ellos, los señores que imparten las órdenes, los que portan los nombres, llevan una pesada carga en sus áureos vehículos, quiero decir, en realidad los coches los llevan a ellos y no al revés, ellos sólo llevan el combustible detrás de nuestros vehículos, donde a veces nosotros también perecemos. Gracias de todos modos, con gusto lo tomamos, con gusto, el jugo dorado, con él regamos esa flor espléndida de hombres que partió hacia la tierra babilonia. ¿Pero qué quería decir? Sí. Todos ellos, que amenazan al vecino, hallan más interesante el orgullo que ser todos iguales, sí, eso hallan. Así es. En serio. Pero en cambio a ellos los hallamos, donde sea que se encuentren, subordinados al implacable mandato del rey. Quizás alguien huirá de ellos, pero más serán los que vendrán. El pueblo inglés y el norteamericano, que marcharon a la guerra, por ejemplo. Son ellos de moradas opulentas y ricas en oro. Pero por supuesto quieren más. Siempre quieren más.
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