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Crónica:FÚTBOL | 24ª jornada de Liga
Crónica
Texto informativo con interpretación

El Madrid resuelve sin despeinarse

El conjunto blanco vive un partido sencillo ante un Alavés que se suicidó por orden de Piterman

Está de fiesta el Madrid. Andaba inspirado el equipo hasta que el Zaragoza le acuchilló en La Romareda, en aquel 6-1 que a punto estuvieron de remontar los blancos en un partido de vuelta que supuso la eliminación más triunfal que se conoce. Anoche, en un Bernabéu deseoso de prorrogar la juerga del miércoles, despachó al Alavés sin despeinarse. Le bastó con que Guti levantara de vez en cuando la cabeza y Robinho se arrancase a todo tren para tumbar a un Alavés que fue la viva imagen de su presidente, entrenador, delegado, dueño y capataz. Esto es, un disparate.

Fue el Alavés un equipo tan caricaturesco como Dimitri Piterman, el generalísimo que se sentó en el banquillo en calidad de utillero, acompañado de un súbdito ejemplar, de nombre Mario Luna, tras haber echado hace pocos días a un entrenador por cometer la insolencia de ganar partidos.

Quiso ser valiente Piterman y lo único que consiguió fue que el Alavés adquiriera la condición de cadáver en sólo 11 minutos. Intentó jugarle de tú a tú al Madrid, sin presionarle, al ataque, con tres puntas, despoblado su centro del campo. Un suicidio fue aquello. El Madrid se divirtió un ratito, jugando a uno, dos toques, una filigrana por aquí, un taconazo por allá, y cerró el partido sin inmutarse. Precisamente de un taconazo nació el primer gol. Robinho fue su autor, abriendo un pasillo a Raúl Bravo. El centro de éste fue un churro, pero los centrales no supieron qué hacer con el balón, que acabó de nuevo en los pies de Robinho. El brasileño vio a Guti tan bien plantado al borde del área que no pudo por menos que regalarle la pelota. El zurdazo del capitán, seco y cruzado, se fue dentro.

Había optado López Caro por las rotaciones, roto como quedó a nivel físico el equipo tras la paliza de la Copa. Dio descanso a Cicinho, Woodgate, Roberto Carlos y Zidane. Podía haber cambiado a otros tantos que nada hubiera variado. Lo que se antojaba una solución arriesgada, la de dejar la salida del balón en manos de Diogo, resultó un hecho sin mayor trascendencia, que no hace falta ser Guardiola para igualar el ideario futbolístico del ausente Gravesen.

Tal y como fue la puesta en escena del Alavés, era imposible que el Madrid no resolviera por la vía rápida. Porque se han visto partidos de chapas en los que los jugadores están mejor colocados que los del Alavés en Chamartín, desperdigados como si acabaran de caer en el césped.

Y como la pelota era del Madrid, las ocasiones eran del Madrid y el fútbol era del Madrid, pues el gol tuvo que ser del Madrid. Llegó merced a dos obras maestras que se encadenaron. Una de ellas, suave, delicada, sutil; la otra, salvaje. Nadie como Guti y Baptista para representar uno y otro papel. Recibió el capitán el balón, se plantó al borde del área y levantó aquél con una cuchara de dibujos animados. Baptista recibió en el punto de penalti, bajó la pelota con la cabeza y, sin dejarla caer, se sacó de la manga una chilena que fue un misil. El balón salió despedido de su pie derecho a mil y se estampó en el poste. El rebote le llegó al más listo del barrio, Robinho, que la clavó por arriba.

No había dado dos pases seguidos el Alavés y ya tenía perdido el partido, aunque la impresión es que ya llegó a él derrotado. Encantado de haberse conocido y, lo que es peor, convencido de haber descubierto el fútbol, asunto sin duda más freudiano que deportivo, Piterman demostró que de fútbol sabe más bien poco y permitió que el Madrid viviera el partido más plácido del siglo.

Tan fácil lo tenían los blancos que bajaron el listón de forma descarada. Pudo marcar Baptista, autor de un partido más que decente, pero el gol se le está atragantando al brasileño. Lo mereció con la chilena que dio origen al segundo y con un chutazo bestial que rechazó el portero.

Fue transcurriendo el encuentro con Robinho regateándose a sí mismo, con Sergio Ramos asomándose al centro del campo e intentando pases que ya quisiera Laudrup, con el Madrid, en fin, no dando una carrera de más. Apareció Cicinho, que está como un cohete, para hacer el tercero. Pero antes de que llegara, el Bernabéu en pleno ya se había puesto en pie para saludar con una ovación estruendosa la entrada al campo de Raúl. Eran ya momentos para el sentimiento y el jolgorio de un equipo que vive buenos tiempos y que derribó sin despeinarse a otro que vivía una buena racha hasta que su caudillo decidió hacerse con las riendas, firmar despidos y llamar mercenarios a sus jugadores, esos mismo jugadores que ayer demostraron que la osadía y la ignorancia de su jefe no tiene límites.

Salgado (izqda.) y Cicinho se abrazan tras conseguir éste el tercer gol del Madrid ante el Alavés.
Salgado (izqda.) y Cicinho se abrazan tras conseguir éste el tercer gol del Madrid ante el Alavés.EFE

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