Racing y Málaga empatan con cinco expulsados
La antítesis del fútbol, bien sazonada por el ego desmesurado de un árbitro que perdió la razón, cobró forma ayer en Santander. Con cinco expulsados, tres por roja directa, y nueve tarjetas amarillas mostradas, Megia Dávila desdibujó ayer lo que en teoría era un partido de fútbol y acabó en guerra de guerrillas. El colegiado madrileño sembró de tarjetas las filas del Racing y del Málaga, que bastante hicieron con empatar.
Lo que no hicieron los futbolistas lo hizo Dávila. El monzón de amonestaciones que sacudió el Sardinero rompió el ritmo del juego, que simplemente no existió en el segundo tiempo. Y eso que perdonó la segunda amarilla a Moratón y que en el minuto 20 no sancionó un penalti escandaloso de Regragui sobre Edgar. Poco después Dávila echó al primero de la tarde, Anderson. Los demás cayeron como fruta madura, uno detrás de otro, en fila y bien ordenaditos, en los últimos 45 minutos.
El Racing llevó la iniciativa, con poco peligro, hasta que Megia Dávila torpedeó el partido. Las internadas de Raúl hacían pupa por el arcén derecho y entre Vitolo y Casquero borraban del mapa a los centrocampistas malagueños. En plena lucha por la supervivencia, por otro año en Primera, el Racing regaló el gol a Navas. Salva peinó malamente un balón por alto, que rebotó como un melón por al área del vendido Aouate. Con Neru y Moratón bien mecidos por las musarañas, la pedrada se convirtió en una asistencia impensable.
Fue entonces cuando el árbitro empezó el espectáculo. Ya no quería ser el telonero, así que largó a la ducha a Anderson. Los montañeses, ajenos al chaparrón de cartulinas que les iba a caer, se frotaron las manos. Antoñito, desaparecido, se reencontró, y Casquero empató al filo del descanso. Sus requiebros en el balcón del área, con chut ajustado a la cepa del palo, fueron lo mejor del encuentro.
El Málaga, que se contentaba con un puntito, juntó líneas y se parapetó a la espera de otro obsequio. En el minuto 65 se equilibraron las fuerzas cuando Vitolo vio la roja directa tras cortar por lo sano una incursión de Salva. Como era el último defensa, la cosa no escandalizó más de la cuenta. Seis minutos después, sin tiempo para reponerse, Megía Dávila se convirtió en un autómata cuando echó a Pinillos. Con los ánimos calientes, ejerciendo de sheriff justicieron antes que de árbitro sosegado, dejó a todos desquiciados.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.