El Atlético no da para más
Se dice, y así lo atestiguan los números, que el Atlético no tiene gol, que vive una dolorosa sequía. El problema, sin embargo, va más allá. Le falta gol al Atlético, sí. Y le falta también calma. Y orden. Y criterio. Y fútbol, sobre todo fútbol. Le falta todo al Atlético. Y como le falta todo, pues puede ocurrir que un equipo como el Espanyol, que tampoco está precisamente sobrado, llegue al Calderón, demuestre pocas cosas más allá de un sentido táctico encomiable, y saque un merecido empate.
Es el Atlético un equipo en el que el futbolista más imaginativo no juega. Alguna razón habrá para que Ibagaza no sea nadie en este Atlético, para que Bianchi le considere un jugador de segunda fila. Cree el técnico que el déficit de fútbol que tiene su equipo no lo llena su compatriota. Por ello le sienta a su vera en el banquillo, a la espera de que vengan mal dadas. Y como suelen venir mal dadas, domingo sí domingo también, pues le da trabajo en la media hora final para que intente salvar los muebles.
Y lo intenta. En el rato que ayer estuvo sobre el césped, Ibagaza regaló a sus compañeros cinco ocasiones de gol que bien pudieron dar al Atlético el triunfo. Pero cuando no se aceleraba Petrov, se trastabillaba Torres, no sin antes liarse de mala manera Maxi. Y eso que todo se le puso de cara al Atlético. En un zapatazo inesperado, por lejano y poco habitual, de Luccin, llegó el gol de un equipo cuya puesta en escena había sido frenética. Desde treinta metros lanzó el francés aquel balón perdido, que Kameni ni vio, tan fuerte y colocado como iba. Debió tranquilizarse el Atlético, manejar el partido, tocar y tocar a la espera de que su rival se destapara en defensa. Pero no le dio tiempo. En la jugada inmediata, el Espanyol hizo gol como acostumbra, en un córner cabeceado por uno de sus centrales, Jarque en este caso.
El partido se volvió loco. Comenzaron a acumularse las ocasiones en uno y otro lado. Fútbol de ida y vuelta era aquello, con tanta velocidad como falta de criterio, sobre todo en el bando rojiblanco. Le venía bien al Espanyol tanto ajetreo. Porque en esas condiciones, con desactivar a Petrov podía bastarle.
Le bastó. Excelente velocista como es, Petrov se ofreció, pidió una y otra vez el balón y sus compañeros no lo dudaron. Dado que la falta de imaginación no les proporcionaba otra salida, decidieron bombardear al búlgaro. Intentó frenarle Zabaleta, una, dos, tres veces, pero en vista del fracaso optó por echar mano de medidas drásticas desde el mismo arranque. Y drástico fue el patadón que le endosó a los seis minutos. No le frenó. Porque a Petrov nada le frena. Ni siquiera el sentido común, la falta de espacios, las leyes de la física. Su fútbol se ha demostrado tan populista como poco efectivo. Pero disfruta la grada con él y a él se agarran sus compañeros como si del mesías se tratara.
Eran del Atlético las prisas y del Espanyol la pelota. Torres tuvo que retrasar su posición, deseando, quizá, que algún socio se acordara de él y dejara de perder el balón buscando a Petrov. Kezman había agotado su repertorio en una clara ocasión que falló ante Kameni a la media hora. Fue fallar el serbio y desaparecer, lo que permitió a la defensa del Espanyol vivir una tarde plácida. Como la vivió Costa en el centro del campo. El brasileño no es Mauro Silva, pero en el Calderón se bastó para cortar, distribuir y superar a un Gabi al que le puede la timidez y a un Luccin que, más allá del gol, mostró su fútbol habitual. O sea, poca cosa.
Al poco de iniciarse el segundo acto apareció en acción Ibagaza y el decorado cambió. Comenzó a correr el balón, que fue de acá para allá, rumbo a Torres, a Maxi a un Petrov que andaba con el depósito agotado. Lotina, técnico del Espanyol, imitó a Bianchi y echó mano de De la Peña, que también agitó a los suyos. Pudieron marcar ambos conjuntos, pero el que más cerca estuvo fue el Atlético en su arreón final. No lo hizo, por mucho que Kameni, a la sazón portero del Espanyol, pusiera todo de su parte. Se comió dos balones, a cual más sencillo de atrapar, pródigo como es el camerunés en actuaciones delirantes. Se dejó todo el Atlético en el intento hasta el último suspiro, hasta aquel balón que mandó Ibagaza al área y que acabó con Galleti en el suelo y la grada pidiendo penalti. No pitó el árbitro y ello sirvió para que la afición pagara su enfado con él y no con el Atlético, que está tieso, que no da para más y que parece asustado. Por su pobre fútbol, quizá.
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