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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

La suerte bendice a la Real

El Getafe paga con creces sus errores y los caprichos del árbitro

Ni en los mejores sueños de la Real Sociedad se antojaba un partido tan dulce. Por ejemplo, que un equipo con la vítola de líder sorprendente y trabajador infatigable se arrugue a las primeras de cambio y muestre toda la humildad que se le presuponía. Conclusión: el primer gol de la Real, obra de Aranburu, fue un caso de manual de la mala defensa que practicó el Getafe. Y sólo habían transcurrido cuatro minutos. Más ejemplos. El segundo, de Nihat, doce minutos después, fue por obra y gracia de Luis García, el portero, que falló primero con la mano y luego con el pie, como si con un desliz no fuera suficiente. El tercero, de Xabi Prieto, lo marcó el árbitro, contagiado del protagonismo de los colegiados a los que alguien les ha comido el tarro para que piten penaltis como locos. Que Puentes Leira se inventa un penalti en el Camp Nou, abducido por Ronaldinho, pues Ramírez Dominguez no iba a ser menos. Salta Kovacevic, se cae el defensa y el árbitro penaliza su resbalón con un penalti que el serbio aplaude con fruicción. En ese momento, el Getafe se dio cuenta de que, siendo pobre, por mucho que seas líder virtual, no pintas nada. Sigues siendo pobre porque nadie cree que te ha tocado la lotería primtiva.

En verdad, el Getafe se arruinó pronto. Salió aturdido, dudoso, demasiado apocado para la jerarquía que defendía. Y, si a la primera cantada, la Real te hace gol, lo normal es que la humildad te salga a borbotones. Vale lo de correr, como argumento de compañía en el fútbol, pero conviene hacer algo más. Y, mientras la Real se limitaba a combinar y disfrutar de los fallos del rival —y de un amigo, el colegiado—, el Getafe se limitaba a hacer correr a Gavilán, tan activo como mal centrador, y buscar a Güiza, acostumbrado a buscarse la vida en situaciones difíciles.

Lo cierto es que la Real, sin hacer nada, se encontró con tres goles que casi no había buscado. Y el Getafe, obligado a defender su honor en una segunda mitad en la que prevalecía el orgullo sobre la esperanza. Fue un asedio en toda regla. Herido, el Getafe funcionó mejor. Riki puso arte y profundidad a un equipo demasiado rutinario. Y la Real, que se sentía ganadora sin merecerlo, decidió encomendarse a la táctica del murciélago: colgarse de la portería y despejar el bombardeo.

El fútbol tiene sus caprichos, como el de premiar con una goleada el peor ejercicio de la temporada, caso de la Real, o castigar tan excesivamente a un colectivo por dos fallos y un antojo del árbitro, caso del Getafe. Todo el asedio de la segunda mitad no fue sino un ejemplo de actitud del Getafe, un ensayo para un futuro menos luminoso y más acorde a sus posibilidades. La Real sumó lo tres puntos y pasó la página. No había que recordar más que la suerte y la habilidad para bendecir los regalos del rival. Para el Getafe no los hubo: ni regalos, ni suerte. Ocasiones muchas, aciertos pocos y quizá la primera lección en el aprendizaje del sufrimiento.

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