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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

Aimar marca la diferencia

El Valencia, conducido por el jugador argentino, vence en Chamartín al Madrid en un intenso partido

El Valencia acabó con un largo periodo de frustraciones en Chamartín, donde salió ganador de un partido de verdad. Más que el juego, que fue interesante, fue un partido de una intensidad apenas vista este año, con dos equipos vigorosos que combatieron hasta el último minuto. Al desordenado Madrid se opuso la serenidad del Valencia, dirigido por Aimar, que dejó detalles sobresalientes durante toda la noche. A su alrededor se completó la victoria de un equipo que necesitaba una noticia optimista. La recibió en el mejor momento posible. Frente al Madrid, en Chamartín.

Fue un caso curioso de partido. Arrancó con una entrada intempestiva de Pablo García, que recibió la amonestación. Se avisaba un encuentro áspero, quizá desagradable, con mucho trabajo para el árbitro. En las ruidosas condiciones actuales, con el arbitraje cuestionado desde todos los sectores, la noche tenía un aire preocupante: pierna fuerte, muchas rencillas entre los dos equipos, máxima exigencia y un árbitro de silbato fácil. El hombre añadió más material para el conflicto con el penalti que decretó en un forcejeo entre Moretti y Sergio Ramos, un asunto insustancial que no mereció una decisión de tanto calibre. En nueve minutos se habían puesto todos los elementos para una batalla. Pues no. El fútbol fue áspero, la intensidad no decreció, las viejas rencillas afloraron de vez en cuando y el árbitro se vio superado frecuentemente por los acontecimientos, pero lo cierto es que los dos equipos salvaron el partido. Lo hicieron por su interés en jugar, en ofrecer una buena noche de fútbol, con momentos magníficos y con una grandeza que no es habitual en los últimos tiempos.

El Valencia fue más estable y tuvo más recursos durante todo el encuentro. Fue mejor, pero eso no significó demasiado. El duelo podía romperse en cualquier momento: por la voluntad de resistencia del Madrid y por la facilidad del Valencia para llegar a posiciones de remate. Al frente de la orquesta, un jugador. Con un aire de fragilidad que obliga a verle como un futbolista indefenso, Aimar jugó como un gigante en Chamartín, al menos durante una hora. Luego perdió gas y cometió los errores que procura la fatiga. Mientras Aimar funcionó con plenitud, el Valencia siempre encontró la manera de colocar al Madrid en una situación crítica. Nadie en el Madrid detectó a Aimar, que es un manual del fútbol. Se desliza silencioso por el campo, tirando hilos a su alrededor, una monumental capacidad de asociación que Aimar completa con acciones decisivas. Dos pases maravillosos, uno a Angulo y otro a Villa, fueron la cima del partido. Con razón, el árbitro anuló la conexión con Angulo, que estaba en fuera de juego. Sergio Ramos se encargó de anular la segunda acción, interpretada perfectamente por Aimar y Villa, un delantero muy astuto que se ha acostumbrado a darle infinitos problemas a la defensa del Madrid. Villa recibió el pase, desbordó a Casillas y cantó el gol antes de tiempo. Sergio Ramos llegó como un tren y sacó la pelota en la raya, el poste contra el pecho y los pies enredados en las mallas. Esa acción también definió el trepidante partido que se jugó. Todos se empeñaron hasta el límite. Unos lo hicieron mejor que otros -Aimar, Vicente, Ayala, el gran Raúl que emergió en los momentos más complicados para su equipo-, pero nadie se borró.

El desorden presidió el fútbol del Madrid. Hacía tiempo que no se le veía tan desatado, posiblemente porque asumió la inferioridad en el juego. Donde no llegaba con geometría, le alcanzaba con el vigor. Como equipo no dejó otro trazo. Sus centrocampistas fueron superados por la compacta media del Valencia, donde cada uno hizo lo que mejor sabe. Y lo hicieron muy bien. Albelda se enredó en algunas fricciones con Guti, pero ganó la batalla particular. Aunque ha perdido energía, Baraja recordó al centrocampista integral de sus mejores días, Vicente le dio un buen dolor de cabeza a Diogo y Aimar coronó el juego general con la inteligencia que le caracteriza. Enfrente, se proclamaron las carencias de Pablo García para sostener al equipo en el centro del campo. Sin embargo, salió del encuentro más titular que nunca. Gravesen le sustituyó a última hora y su actuación fue una astracanada. Salió expulsado, sin crédito y con la certeza de los malos tiempos que le esperan en el Madrid. No hubo mucho en el medio campo. Albelda se impuso a Guti, Beckham estuvo disperso y a Zidane le superó la agitación del partido. No está para tantas tensiones.

El Madrid no detuvo a nadie en el medio campo y le faltó contundencia en el ataque. La contundencia es patrimonio de Ronaldo, pero Ronaldo no estaba. Lo pagó el equipo, aunque Raúl ofreció su viejo repertorio de pícaro. Anotó el empate en la más previsible, pero menos prevista, de las jugadas del Madrid: un saque de banda de Roberto Carlos y el gol de Raúl. Por simple que parezca, los equipos tienen graves dificultades para atajar esa jugada. El empate se quedó en nada porque el Valencia respondió rápido, en un error del árbitro que vio un penalti que no era en el balón interceptado por Sergio Ramos. Marcó Villa y le evitó a su equipo cualquier amago de depresión. Para eso sirven los goles. Y en el Bernabéu, más. El Valencia se mantuvo firme con la ventaja, aprovechó mientras pudo el partidazo de Aimar, no se dejó alterar por la tensión que se vivía en el estadio y se llevó una victoria que debería anunciar su candidatura al título.

Raúl se prepara ante los jugadores del Valencia.
Raúl se prepara ante los jugadores del Valencia.CRISTÓBAL MANUEL

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