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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un partido para dormirse

El Barça se conforma con un empate en Atenas frente a un Panathinaikos menor en un encuentro decepcionante

El Barça había mimado hasta ahora a la Champions, pero ayer dio un mal paso, y pareció que su torneo preferido se había contagiado de su errático caminar por la Liga. Los azulgrana podían haber encarrilado ya su pase a cuartos de final pero sólo fueron capaces de arrancar un empate sin goles en Atenas. El punto les mantendrá como primeros de grupo, pero su juego volvió a despertar serias dudas. Acomodado en una tortuosa montaña rusa, no supo o no pudo el Barça dominar a un simplón Panathinaikos, que acogió el empate como una victoria. Ronaldinho dejó su virtuosismo en A Coruña y Eto'o, peleado en la competición europea, falló lo que en la Liga hubiera sido gol o gol. Messi salió la última media hora y el Barça pegó un último achuchón. Todo fue inútil. Querían los azulgrana demostrar que han vuelto, que son el equipo de hace un año, pero todo se quedó en un deseo.

Desconcertado, confuso y tan enredado como el mismo club, que vive tiempos de crisis, el Barça fue ayer un equipo desconocido que se estrelló una y otra vez ante la defensa griega. Al menos lo intentó al final, pero durante una larga hora fue casi irreconocible. Riazor fue testigo de cómo los azulgrana son capaces de asustar para después despilfarrar todo su capital. Pero el Olímpico de Atenas no tuvo esa suerte porque el Barça no dio ni una. El partido no tuvo el menor control y fue un constante arriba y abajo sin criterio. Cuesta recordar un encuentro tan mediocre del Barça de Rijkaard. Y dar con una razón que explique altibajos tan colosales. El centro del campo nunca pudo imponer su jerarquía ante los fornidos jugadores griegos y la delantera fue un erial. Eto'o tuvo una ocasión nada más empezar el encuentro. No se sabe muy bien por qué pero su eficacia en la Liga se esfuma en Europa. Peor estuvo Ronaldinho, al que le cortaron todos los caminos hacia la portería griega. Rijkaard no podía contar ayer con Giuly, que se quedó lesionado en Barcelona, y apostó por situar a Larsson de extremo. No sirvió de mucho, porque el sueco estaba a un mundo del área y en la banda no aporta nada.

Galinovic, el portero griego, debió frotarse las manos ante la pasmosa ineficacia del Barça. Suerte tuvieron los azulgrana de que el Panathinaikos, un equipo tosco e inocentón, que vive en horas bajas, no tuviera más acierto ante Valdés. Apenas se acercaron al área, pero ante la inesperada vulnerabilidad de la defensa del Barça, cada rebote, cada indecisión, podía suponer lo peor. Mantzias, el delantero griego que llevaba hasta ayer tres goles consecutivos en otros tantos partidos, tuvo la ocasión de su vida, previa falta sobre Márquez que el árbitro no vio, pero Valdés detuvo el balón. Indeciso en los pases y sin velocidad alguna, nunca se vio al Barça capacidad de imponerse en el partido.

No se sabe si Rijkaard espoleó a sus jugadores en el descanso pero iniciaron una tímida reacción. Al menos se vio algo más a Eto'o y Ronaldinho que estiraron al equipo. Fue entonces cuando el brasileño le dio un pase al camerunés que no fue gol de de milagro. Galinovic puso la mano a tiempo. Rijkaard decidió remover el banquillo pero el cambio fue de cromo por cromo: quitó a Van Bommel, que estaba amonestado, y recurrió a Motta, lesionado este año y que ayer debutó esta temporada. La gris actuación del Barça dio alas a la afición griega, deprimida como está al haber quedado apeada su selección del Mundial y que se restregó los ojos al pasar de contar por cuántos goles perdería su equipo a soñar con la victoria.

Quedaba menos de media hora para el final y Rijkaard tiró de Messi, el hombre más deseado, que fue vital en la victoria en Bremen y que ofreció un recital ante el Udinese. El pequeño jugador sustituyó a Larsson para intentar dar profundidad a la banda derecha, hasta entonces cerrada a cal y canto. Y dio la impresión de que podría suceder algo. Pero lento y sin ideas, el Barça se vio incapaz de abrir el cerrojo griego: o bien trenzaba sus contragolpes a la velocidad de una tortuga o hacía largos rondos inútiles ante un ensordecedor griterío que anuló la creencia general de que un estadio olímpico no puede ser una olla a presión.

El partido quedó abierto al final como una moneda al aire. Sólo esa jugada valió por todo el partido: un magnífico pase en profundidad de Messi a Eto'o, que tras irse de su marcador y sentar al portero, no supo resolver. Consciente de que el tiempo se le agotaba, ya con Iniesta en el campo, que relevó a un Xavi amonestado, apretó al final. Vio huecos en la zaga pero la reacción llegó tarde y el Barça, sumido en las dudas, se llevó el enésimo empate de la temporada.

Al Barça se le atragantó el Panathinaikos, y cedió un empate que no le viene mal a efectos de clasificación, pero para nada arregla su depresión futbolística.

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