Alejandro Sanz en Marina Bay
A las primeras de cambio en la pantalla de un bar indio que uno cree totalmente exótico aparece Fernando Alonso, mientras por los altavoces se escucha a Alejandro Sanz cantando 'La Tortura'. Entonces uno se da cuenta de que Madrid, con Moratalaz a la cabeza, existe
Que nadie se llame a engaño. Singapur nada tiene que ver con los paraísos terrenales que adornan esta zona de la tierra, con playas blancas de agua transparente, de palmeras infinitas y cócteles imposibles al borde del mar. Singapur es un paraíso, sí, pero financiero. Dar una vuelta por el centro de la ciudad es descolgarte el cuello en busca de los nombres de los bancos allá en lo alto de los rascacielos. El resto son hoteles de lujo, lo cual no está mal para el visitante, aunque le quite un poco de aventura al contarlo.
Singapur, sobre todo, es humedad y limpieza. Es un golpe de calor al salir del aeropuerto que ya no para hasta que puedes alcanzar cualquier local climatizado. Es una pulcritud que da miedo hasta despistarte. Existen ceniceros en las aceras y el hecho de tirar un chicle al suelo puede llevarte a la comisaría más cercana sin solución de continuidad.
La ciudad-estado, independizada de Inglaterra y próspera hasta decir basta, guarda eso sí parte de su tradición. Unas coquetas bicicletas con carro se ofrecen para llevarte a cualquier sitio por un módico precio Hasta que descubres que una especie de tuning ha alcanzado a tan modesto artilugio y un sintetizador último modelo bajo el asiento, con todo tipo de luces azules, truena con el "Because the Night" de Patti Smith pasado por una turmix.
Y es que Singapur es también el paraíso de la tecnología. Móviles imposibles se agolpan en los escaparates, cachivaches cibernéticos a precios insultantes y cámaras digitales que hacen fotos sin que uno esté presente adornan el cuello de cada uno de los singapurenses que pasean por Marina Bay.
La bahía es el epicentro de la capital, rodea los grandes rascacielos del barrio financiero y deja buenas puestas de sol desde sus pequeños puentes. También tiene su aroma local, donde se agolpan los restaurantes y bares con punto malayo. Toda una aventura para el conocimiento si no fuera porque a las primeras de cambio en la pantalla de un bar indio que uno cree totalmente exótico aparece Fernando Alonso, mientras por los altavoces se escucha a Alejandro Sanz cantando La Tortura. Y entonces uno se da cuenta de que la globalización es un poco puñetera. Eso sí, Madrid, con Moratalaz a la cabeza, existe. Y doy fe.
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