Ardor y decadencia en Riazor
El Depor se queda otra vez sin marcar y roza la eliminación tras caer ante un Liverpool menor
Con todo el arrojo del mundo, pero escaso de fútbol y vacío de gol, el Deportivo se despidió de forma oficiosa de la Liga de Campeones, en la que ha brillado en los últimos cinco años. El Deportivo de las remontadas, el de la épica, el de las semifinales de la Champions Recuerdos. La vulgaridad de la Liga la exportó a Europa, donde no anota desde hace siete partidos y un puñado de meses. Fue retratado por un Liverpool que tampoco es lo que fue, en el que Benítez intenta trenzar cuatro mimbres y siete alambres de aspecto desmejorado, cuyas limitaciones se acentúan cuando le falta Xabi Alonso. Le sobrepasó el Deportivo en intensidad, quizás demasiada, pero tras su derrota dejará de contar. Ni con Pandiani y su rudo estilo en la primera parte, ni con Tristán y el acoso ciego de la segunda, le alcanzó a los gallegos para anotar salvo en su propia puerta, lo que incrementó su frustraciones domésticas y le complica hasta la suave red de la Copa de la UEFA.
Después de jugar al engaño, Irureta no sólo dejó que el Rifle fuera el Rifle, sino que hizo de él una declaración de intenciones. Tristán volvió a estallar pipas fuera del equipo titular, y con él Fran, con lo que ello suponía de mensaje al mundo. En un partido sin apenas jugadores ingleses, el Depor y el Liverpool rindieron homenaje a la Premier con un fútbol directo; un choque en el que el protagonismo fue para los centrales y para los dos pivotes de Benítez, que descosieron a los gallegos en su punto de enganche. Con Xabi Alonso entre los algodones del banquillo, Biscan y Hamann agarraron la escoba, y el Deportivo sólo supo replicar buscando la altura y la carrera de Pandiani, que prolongó el secano que arrastra desde hace demasiadas semanas.
El entrenador del Depor había solicitado intensidad, y anduvo sobrado su equipo, obsesionado en la búsqueda de atajos hacia Kirkland. En medio de tanto ir y venir, sólo la pérdida de balones generó ocasiones, como la que el sobrerrevolucionado Andrade convirtió en gol ajeno. Ocurrió cuando no había transcurrido un cuarto de hora, y muchos aficionados buscaban todavía su butaca, cuando Riise retrató a Héctor en una apertura en profundidad de Biscan, que el extremo se limitó a lanzar hacia el área pequeña, para que la ansiedad del central asturiano convirtiera en la losa que comenzó a arrastrar el Deportivo.
El error de Andrade solventó los problemas con el gol que el equipo de Rafa Benítez también arrastra, y que el checo Baros era incapaz de solventar. Había insinuado el entrenador español la posibilidad de que Luis García le acompañara arriba, pero ayer fue el partido de los faroles, un encuentro en el que nadie hizo lo anunciado, y el ex azulgrana explotó las debilidades de Romero en la banda izquierda del Deportivo. Por lo demás, Baros se movió solo por el frente de ataque, apenas respaldado por Kewel, a la expectativa de que alguna pérdida de balón le diese la oportunidad de encarar a Molina. La tuvo en el primer minuto del encuentro, pero el portero del Deportivo le sacó el balón de los pies.
Algo de lo insinuado ejecutó Benítez tras el descanso, cuando el Deportivo y el Liverpool comenzaron a parecerse más a lo que de ellos se esperaba. Del lado inglés, Luis García pasó a resguardar a Baros. Si hubiera algo que resguardar, porque en la segunda mitad el Deportivo se animó a echar el balón a la pradera y a ver el partido con otros ojos, lo que dejó definitivamente a su rival encarcelado en su terreno. Para empezar, el amonestado César dejó su sitio a Pablo Amo, para evitar frivolidades atrás. Y, a partir del minuto 60, al fin con Tristán en el campo, para regocijo de una afición que repentinamente le ama. No así a Irureta, víctima del desgaste de siete años, al que parte de Riazor le recriminó el cambio de cromos con Pandiani, dada la desventaja en el marcador.
Por si el acoso no fuera suficiente, Héctor dejó su sitio a Scaloni, un tipo de estilo contagioso y experto en remontadas imposibles. Pero la fe del argentino no fue suficiente, ni tampoco la electricidad descargada por Tristán, más efímera que nunca. Al primer minuto se coló en el área y tembló Riazor, que por entonces aún confiaba en la porfía de los suyos. Y se apagó a continuación, mientras el Liverpool comenzaba a estirarse y los cánticos del millar y medio de hinchas ingleses acallaban al resto de un estadio que, premonitoriamente, no alcanzó el lleno. Los diablos rojos, que penan en su Liga, descartaron al semifinalista del pasado curso, dejando una oscura y tupida nube en el horizonte de un Deportivo de aire decadente.
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