Inglaterra golea de rebote
Con bien poco goleó Inglaterra a Dinamarca. Rebote a rebote los ingleses se vieron al pie de los cuartos de final casi sin querer, con todos los astros de cara y lo justo de su parte.
Los ingleses se han italianizado desde la llegada del sueco Eriksson, con amplia formación en el "calcio", y ahora juegan con el libro de cuentas abierto. Es una selección mucho más sólida en defensa que en tiempos anteriores, lo que le da confianza a la hora de congelar el ritmo de juego. Si el marcador le ayuda frena en seco el partido, se queda en su mirador y espera que llegue el momento de exprimir sus tres variantes ofensivas: una pegada de Beckham, una arrancada de Owen o una jugada a balón parado.
Frente a los daneses ni siquiera necesitaron tirar del manual. En cinco minutos, Sorensen, el portero escandinavo, mandó al garete a su equipo. Al sucesor de Schmeichel se le escurrió la pelota de las manos de forma incomprensible tras un remate blandengue de Ferdinand, uno de esos centrales a los que Inglaterra manda a conquistar el área rival en cada córner. El balón era una golosina para el portero, pero le hizo tantas burlas que acabó en la red. Ni que fuera surafricano.
Con el gesto torcido el conjunto de Morten Olsen se puso manos a la obra. Intentó tejer el fútbol aromático y puntiagudo que le había distinguido en la primera fase. Los extremos, Rommedhal y Gronkjaer, ensanchando el campo y Tomasson, su goleador, atento a cualquier barrido. Inglaterra, con la defensa adelantada, se quedó atenta, sin fisuras, sin otro empeño que cerrar todos los rincones. Y como si conociera el destino de antemano, en su segunda excursión hacia Sorensen se encontró con el segundo gol. Un toque muy bien intencionado de Butt dentro del área hizo carambola en las piernas de un danés y le cayó al peor enemigo posible: Owen. Hierático como es, este asesino con cara de niño embocó la pelota sin mover un músculo de la cara, como si regara el jardín de su casa.
El reloj acaba de superar los 20 minutos y los daneses ya estaban con un ataque de nervios, superados por tanta brujería. Tofting y Gravesen, los dos medios centros calvorotas, no intuían la vía de abrir a Inglaterra, que adelantó su zaga varios metros más que en otros partidos e hizo maniobrar a los daneses en un par de azulejos. Dinamarca se encontró con una selección que ha aprendido a dominar sus impulsos. Es un equipo con mayor autocontrol que en otros tiempos, con dos centrales poderosos, sobre todo Ferdinand, y dos laterales rápidos y muy agresivos, especialmente Ashley Cole.
Ferdinand, muy promocionado en Inglaterra, siempre ha provocado dudas fuera de la isla por su tendencia a perder el hilo. Sus lagunas de concentración eran frecuentes, con lo que ello significa cuando se trata de un defensa. Pero en este Mundial parece haberse corregido. Es rápido y fibroso, y se le ve bien engrasado cuando le retan con movimientos laterales. En la actual Inglaterra, en la Inglaterra del italianizado Eriksson, se han evaporado aquellos centrales pesadotes que no disimulaban ni con faja. Y el equipo, a partir de su consistencia defensiva, con los cuatro centrocampistas bien alineados, a pocos metros de los zagueros, ha salido ileso en los cuatro partidos disputados a la espera de que se levanten sus dos grandes estrellas. Beckham aún no ha aparecido del todo por el Mundial, salvo para anotar el penalti frente a Argentina y copar portadas periodísticas en todos los formatos. Owen, que con molestias físicas tuvo que ser relevado en el descanso, tampoco ha llegado a la cima, aunque ha goteado un gol y provocado un penalti.
A ambos debe exigírseles más. Frente a Dinamarca a Inglaterra ni siquiera le hizo mucha falta la huella de ninguno de ellos. A Beckham, como le había pasado a Owen, cuando no estaba le encontraban los daneses. Así, por ejemplo, ocurrió al borde del descanso, en medio de una tromba de agua considerable, cuando Jensen, el lateral izquierdo escandinavo hizo de mensajero con el capitán inglés. Le regaló la pelota de mala manera al cegarse en un despeje de cabeza sin ninguna presión tras un saque de banda. Deslumbrado por el "ápice", Jensen se la dejó a Beckham, que se la sirvió a Heskey para el tercer tanto. Otro rechace, otro gol: partido cerrado. Nada más precisó Inglaterra, que se dio a la buena vida en el segundo tiempo a la espera de que los brasileños llamen a la puerta en cuartos de final. En un Mundial de grandes accidentes entre los clásicos, qué mejor que un Inglaterra-Brasil. Eso sí, siempre que los belgas no capturen tantos rebotes como ayer los ingleses.
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