Hazaña de Marta Domínguez en los 5.000
La española conquista la medalla de plata, sólo superada por la polémica rusa Yegorova
Marta Domínguez, una mujer tenaz que jamás se rinde en la pista, consiguió en Edmonton una hazaña de proporciones históricas. No hay metáfora para definir el éxito de esta atleta, segunda en la final de 5.000 metros, en lo que se preveía como un duelo entre la rumana Gabriela Szabo y la rusa Olga Yegorova, cuya presencia en el Mundial ha levantado un escándalo considerable. Su positivo por EPO en la reunión de Saint Denis y su participación en Edmonton han provocado tanto ruido que pocas pruebas han recibido tanta atención. Pero no hubo tal duelo, y si lo hubo fue con Marta Domínguez, cuya eficacia no se discute. Lleva tantos años en el primer nivel del atletismo que se ha convertido en un referente de las excelentes fondistas y mediofondistas españolas. Su segundo puesto tiene un contenido personal y otro simbólico. Para Marta es su consagración en el panorama mundial. De aquella atleta pequeña y llena de coraje que hacía maravillas en la pista cubierta se ha pasado al primer escalón, después de ocho años de progresión constante. Pocas atletas responden como Marta a la definición del deportista competitivo, capaz de sobreponerse a todas las adversidades. Hace un año, fue eliminada de primeras en los Juegos de Sydney, adonde había llegado con las mismas expectativas que ahora. O quizá más. Pero en la semana previa de Adelaida pagó el invierno y el viento australiano. Un monumental catarro le negó el sueño de su vida: no decía nada pero esperaba algo grande, un puesto entre las cinco primeras, un medalla si las cosas eran perfectas. El sueño se aplazó un año. Marta Domínguez se sobrepuso como tantas otras veces a la frustración y emprendió una temporada que ha cerrado de forma espectacular.
Pero su éxito tiene una lectura añadida, de carácter simbólico. En Marta Domínguez se reúnen todas las cualidades que han proyectado a las atletas españolas a lugares impensables hace 20 años. Si el deporte de nuestro país ha progresado en todos los órdenes, las mujeres lo han hecho exponencialmente. Durante el franquismo, la doctrina oficial rechazaba de forma taimada la práctica del deporte por las mujeres. No formaba parte de las buenas costumbres ver a una mujer corriendo o saltando. Sólo en los años sesenta comenzaron a surgir algunas nadadoras, como Paz Corominas, o posterioremente la fondista Carmen Valero. Eran pioneras en un mundo hostil, en un país que predicaba la gimnasia con bombachos, en una España pacata que despreciaba a las deportistas que se atrevían a desafiar las reglas. Los efectos fueron desastrosos. España acumuló un retraso que parecía imposible de salvar en varias generaciones. Pero gente como Marta Domínguez, o como Arantxa Sánchez Vicario, han logrado lo imprevisto. Con ellas hay una deuda de gratitud porque han servido como bandera de enganche a jóvenes de gran talento, como Natalia Rodríguez -sexta en la final de 1.500- o a Maite Martínez, finalista en 800 metros.
"Nunca apuestes nada contra Marta. Es la atleta más positiva que he visto", comentaba uno de los fisioterapeutas del equipo español. Estaba sentado en la grada, observando con atención la carrera. "Va bien", decía. "Si termina cuarta, le dolerá de verdad. Ella quiere entrar en el podio". Y así fue. No era una final cualquiera. En la pista estaban atletas impresionantes, como Gabriela Szabo, una leyenda viviente. Campeona olímpica, mundial, dueña del medio fondo desde hace cinco años, su figura es una de las más reconocibles del atletismo. Gana al año más de un millón de dólares por participar y ganar en las grandes reuniones de verano. Y estaban las dos rusas, tan temidas por Marta Domínguez, además de la etíope Worku y la china Dong. El "caso Yegorova" ofrecía un grado añadido de interés a una de las carreras más esperadas del Mundial.
Yegorova fue abucheada cuando se escuchó su nombre en el estadio. La favorita sentimental de los aficionados era Szabo, la mujer que había amenazado con no disputar la final si participaba la rusa. Alrededor del caso se había escuchado tanto ruido que la prueba parecía más un combate de boxeo. Sólo había sitio para dos: Szabo y Yegorova. Marta no decía nada. No hablaba de la rusa, ni de sus posibilidades de alcanzar uno de los tres primeros puestos. Con la sonrisa contagiosa que le caracteriza, prefería guardar silencio. Pero su estado de forma recordaba al de 1999, cuando logró una marca de 8,29 minutos en los 3.000 metros. Allí, en Zúrich, descubrió que su mundo no se limitaba a la pista cubierta. Comprendió que podía medirse con las mejores del mundo. Pensó que Sydney sería el lugar, pero el sueño lo ha completado en Edmonton, tras una carrera que se saltó el guión. Szabo no tuvo ningún papel. Perdió el contacto con las cinco de cabeza a falta de 700 metros. Hasta entonces, el ritmo había sido bajo, con parciales muy lentos que parecían ayudar a Yegorova y Szabo. No ocurrió así. Domínguez, que había estado atenta a todos los movimientos, no se había desgastado en la carrera. Corrió por el interior, sin permitir que nadie le apartara de allí. Cuando acelararon Dong, Worku y Yegorova, la atleta española siguió la estela sin dificultad. Ante la sorpresa general, Szabo se desfondó. Era la mejor noticia posible para Marta Domínguez, habida cuenta la facilidad de la liviana rumana en los últimos metros.
El ataque de Yegorova a falta de 300 metros no encontró otra respuesta que la de Marta. Ni Worku, ni Dong, ni Zadoroznaia pudieron seguirla. Hubo un momento de estupor entre los atletas y directivos españoles que seguían la carrera. A falta de 200 metros se hizo evidente que Marta Domínguez conseguiría la medalla. La impresión en todos ellos eran tan grande que ni tan siquiera podían gritar. Sabían que estaban asistiendo a un momento histórico del atletismo español. Entró Yegorova en medio del abucheo de los espectadores y detrás Marta Domínguez, con el gesto abrumado de los atletas que han superado un desafío monumental.
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