No ganó Gebreselassie
Épica actuación española el día en que los kenianos le robaron, por fin, la velocidad al gran etíope
Fueron algo más. Fueron testigos y actores. Como los atletas del 3.000 obstáculos fueron los únicos europeos que pudieron abrir la boca en medio del imperio africano. Quinto, espléndido, tras un keniano y tres etíopes, terminó Roncero, sexto Ríos, 12º Martínez.
El hombre que por fin acabó con la leyenda de Gebreselassie, culminando una dura táctica de todo el equipo keniano, no fue, no podía ser, Paul Tergat, el rival histórico de Gebreselassie que, ya frustrado hasta no poder más, se pasó al maratón el pasado invierno. Ganó Tergat, al fin, pero por corredor interpuesto, por un joven (23 años) policía de Nairobi que asombró a Europa hace dos años corriendo en Bruselas por debajo de los 27 minutos y que se llama Charles Kamathi.
La carrera fue un trabajo paciente y delicado planteado por los tres kenianos con un objetivo único: robarle la velocidad a Gebreselassie. El etíope era una incógnita a la que había que poner a prueba. Había una incógnita: Gebreselassie no había corrido un 10.000 en pista desde los Juegos de Sydney, y entre medias había sufrido una operación de tendón de Aquiles. Si era el de siempre o había perdido algo de su capacidad era un asunto que había que comprobar enseguida.
La carrera no fue muy rápida, pero sí complicada. La táctica keniana consistía en romperles el ritmo a los etíopes. Gebreselassie, el hombre que corre de puntillas porque de pequeño, en los pedregales de Arssi, en el altiplano etíope, a 3.000 metros de altitud, era la única forma de no destrozarse las plantas de los pies persiguiendo cabras, es, sobre todo, un atleta con un final rapidísimo, un cambio de ritmo increíble, después de aguantar altísimos ritmos de marcha (de hecho, es aún el plusmarquista mundial de 5.000 y 10.000). Así que cuando Gebre lograba que sus compañeros marcaran un ritmo regular, llegaban enseguida las tropas kenianas y aceleraban, forzando el cambio, para frenarse repentinamente. Así, una y otra vez. Así pasaron los miles. Los primeros 5.000 se pasaron lentos, en 14.15 minutos. Gebre, poco a poco, se desgastaba.
Había una preocupación añadida para el etíope: hace unos días sufrió una gripe. Con fiebre de 39 grados incluso visitó el hospital una madrugada. La enfermedad no le hizo perder velocidad de crucero, pero sí le vació, le dejó sin apenas cambio de ritmo. Entre la fiebre y el tratamiento keniano, el etíope, que oficialmente tiene 29 años, aunque hay dudas sobre el asunto, sufrió un duro castigo.
El segundo 5.000 fue otro cantar (se hizo en 13.37 minutos). El segundo 5.000 fue el del esplendor español. El del brillo de Roncero y compañía. Los kenianos fueron incrementando el ritmo. El propio Gebreselassie se vio obligado a ponerse delante y cortar el ritmo para volver a su compás. Entonces, faltaban 4.000 metros, entró en acción Roncero. El de Canillejas, torrente incontenible de palabras, ideas y zancadas, se dio un lujo. No se aguantó las ganas de acelerar la carrera, harto como estaba de ir a tirones, de aguantar y sufrir la ley del pelotón, patadas, codazos y tacos clavados en las espinillas. Tiró una vez y todos se pusieron en fila india tras de él. Se hizo el acordeón, pero otra vez el impaciente madrileño volvió a estirar al grupo. La cosa ya se puso seria de verdad. Poco a poco empezó a seleccionarse la cuestión. Empezaron 28. En el 8.000 sólo quedaban una docena delante, entre ellos los tres pelados españoles. En el 9.000 el grupo es de ocho, tres kenianos, tres etíopes y dos perlas blancas, dos españoles de frente brillante, pómulos afilados, piel pegada a los huesos, carrera incansable, ojos determinados y brillantes. Martínez, el atleta con menos cambio de ritmo, había sucumbido.
Cuando sonó la campana, cuando sólo faltaban 400 metros y Gebreselassie intentaba economizar al máximo sabiendo que pocas fuerzas le quedaban para poder llegar solo, Roncero aún aguantaba. El único europeo en el grupo decisivo. El madrileño aún pudo ver de cerca el ataque, esperado, aunque débil para lo que acostumbraba, del etíope a falta de 200 metros, al inicio de la última curva. Kamathi, el único hombre capaz de correr a más de 2.000 metros de altitud un 10.000 de 27.47, le aguantó fácil, también su compatriota más joven, el aprendiz de Gebreselassie llamado Assefa Mezgebu. Para cuando Kamathi, aparentemente fresco como una rosa, cambió de ritmo de verdad, con gran dureza, a falta de 150 metros, mediada la curva, Gebreselassie ya estaba asfixiado. Roncero y Ríos, detrás, corriendo desesperados hacia el quinto y sexto puesto, aún los vieron en la última recta. Kamathi, luego Mezgebu, que tomó ya el relevo del maestro, y tercero Gebreselassie. Después otro etíope.
Más tarde dos españoles, quinto y sexto. Suficiente para llenar de alegría al fondo español, un grupo de amigos que disfrutan corriendo, guiados por técnicos de altísimo nivel.
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