Huelva,
el verano infinito
comienza
en otoño

Huelva, el verano infinito comienza en otoño

La costa onubense, con sus largas playas de arena fina y dorada, recibe desde septiembre al visitante que busca estar y disfrutar, con el parador de Mazagón como refugio, y al que no quiere parar, con Doñana como espacio natural exclusivo y La Rábida, el origen del viaje que cambió el mundo en 1492

Mariano Ahijado

Todo es grande en la costa de Huelva. El verano, porque no termina y se perpetúa en septiembre y octubre. Lo son las playas, largas y espaciosas siempre, pero más cuando muchos visitantes están ya de vuelta en sus lugares de origen. Como lo es en particular la que se despliega a los pies del parador de Mazagón, ubicado en lo alto de un acantilado desde el que vencerse sobre el Atlántico y descubrir los monumentos naturales que las mareas han creado. Enorme es el pino de 300 años y 23,5 metros de ancho que gobierna el bosque en el que se halla el hotel. Inmenso, y único por las dunas y las marismas, resulta el Parque Nacional de Doñana, en el que el lince sestea escondido. Y gigante por alterar el orden mundial fue la figura de Cristóbal Colón, que acudió en 1485 al monasterio de La Rábida en busca de apoyo y patrocinio para su viaje a las Indias, que partió del muelle de Palos de la Frontera, hoy convertido en un museo con réplicas de las tres carabelas. Lugares que visitar con quietud y reflexionar sobre su grandeza, en una época del año en la que disminuye el ruido.

EL PARADOR Y SU COMARCA

Entre dos y cuatro metros oscila la altura del océano cada seis horas, el tiempo que tarda en alcanzarse la pleamar o la bajamar. Las mareas determinan los momentos más propicios para la pesca de sargos, bailas, mojarras o pargos, que el parador se encarga de sublimar en su restaurante al aire libre con vistas al mar. La recta y larga costa onubense permite a los andarines patear y patear y escuchar el mar o solo verlo si llevan música en los auriculares, o ni siquiera si dirigen la mirada al interior, donde se erigen unos acantilados conocidos como médanos. Se trata de unas dunas sedimentadas, una barrera natural a la que se agarran los pinos, la antesala de la playa. Algunos de estos médanos ocres y amarillos y blancos son territorio solo de los vecinos de la zona, pero no por ser de su propiedad, sino porque son los únicos que los conocen y guían al de fuera si se les pregunta. Hasta que el nuevo se convierte en alguien veterano porque repite y repite. A Mazagón no se va solo una vez.

Luci Márquez gestiona en verano el servicio de hamacas y sillas de la playa del Parador, que recibe el nombre por su proximidad al hotel aunque puede acceder todo el mundo. El resto del año se emplea como administrativa en una fábrica de fresas de Palos de la Frontera. Nació hace 49 años en el poblado forestal de Mazagón, un asentamiento a 1,5 kilómetros del parador que se creó en 1954 para albergar a las familias encargadas de reforestar la zona con pinos piñoneros. Esta conífera parece que siempre estuvo aquí y así fue, pero no en tal cantidad. Una decena de personas viven en esta barriada formada antes por chozas y después por casas bajas, que tuvo escuela y cantina y en la que se mantiene una ermita. Márquez conduce al visitante hasta los médanos para contemplar el océano, tal vez la puesta de sol, y le informa del camino que tiene que tomar para bajar a la playa a darse un baño.

—Se vuelve loquita la perra aquí con tantos bichos.

Luci Márquez, durante su paseo hasta los médanos próximos al poblado forestal de Mazagón, unos acantilados desde donde asomarse a la playa y al océano Atlántico.
Luci Márquez, durante su paseo hasta los médanos próximos al poblado forestal de Mazagón, unos acantilados desde donde asomarse a la playa y al océano Atlántico.Juan Luis Rod

En su casa tiene gallinas, un gato y la perra, y un huerto coloreado de tomates y pimientos. Pero más llama la atención la vivienda de su tía Lucinda Pizarro y su marido Juan Antonio Hinestrosa, antiguo maître del parador, garantes de la información etnográfica porque han vivido allí toda la vida y por su demostrada locuacidad. Pizarro comienza a sacar de su cuidada y colorida casa fotos descoloridas de su boda y de gente del poblado. En una se ve a un grupo de hombres con un lince muerto a los pies. Eran otros tiempos los sesenta, se cazaba cualquier cosa para alimentarse, como cuentan. Hoy el lince, muy vivo en Doñana, es el que da de comer.

La explicación técnica de la zona corre a cargo de Ana Sánchez, que organiza paseos en el pinar presidido por el ejemplar centenario de 12 metros de altura. La visita al bosque, a las dunas y a los acantilados se encuadra dentro de las actividades Naturaleza para los sentidos, un programa que el parador de Mazagón acaba de poner en marcha. Sánchez dirige también la observación de estrellas desde el hotel, que goza de la certificación Reserva Starlight (avalada por la Unesco). Planes amables, de unas dos horas, para el que se atreve a abandonar la inmensa playa por un rato, o la piscina de temporada o la climatizada o el jacuzzi, porque en el parador hay mucho que hacer.

DENTRO DEL PARADOR

Esta onubense señala el rastro en la arena que crea la hormiga león, un insecto similar a la libélula, y apunta a las sabinas, con cuya madera se construían las chozas del poblado y las de Doñana, que se pueden visitar, y embarcaciones para navegar por el Atlántico. Los piñones de las piñas de estos pinos se comen, un manjar que se añade a los tarros de miel. No hay muchas piñas en los árboles, un indicador económico inexacto que señala malos tiempos en la zona. Si aumenta el desempleo, más población solicita permisos para recolectarlas y ganar un dinero.

El esplendor de Doñana

Para visita larga, toda la mañana, está el Parque Nacional de Doñana, que solo se recorre en vehículos autorizados. A las 8.30 parten los convoyes, que conducen al visitante por las marismas, las dunas, la playa y el bosque. Son cuatro ecosistemas bien diferenciados los que convierten a este espacio natural en un lugar especial. La belleza de Doñana, que cuenta con zona clasificada como parque natural (donde se halla el parador) y otra como parque nacional, no impacta de primeras; se cuela por los ojos despacio pero permanece. Al pino piñonero le acompaña sin hacerle sombra el enebro, con el que se elabora ginebra. Sorprende encontrar juncos, tan asociados al agua dulce, en lo alto de las dunas, que soterran acuíferos, la explicación de todo.

DUNAS, PINOS Y MÉDANOS

La fauna, siempre tan celebrada por el visitante, merece atención y buen ojo pues no hay rejas: vacas marismeñas, muy parecidas a las texanas, se ven siempre. Caballos, también. Probablemente un ciervo pastando o un gamo brincando. Con casi total seguridad, una piara de jabalíes y, solo si hay mucha suerte, uno de los 100 linces que habitan en el parque. Guías turísticos como Álvaro Cordón se encargan de conducir el vehículo y de captar la atención del visitante con sus explicaciones durante cuatro horas. Suelta chistes y lanza retos como el de averiguar el peso del águila imperial que se cruza delante del parabrisas: 3 kilos y una envergadura de 2,10 metros.

—A vuestras dos, un gamo. Sí, es un gamo porque tiene manchas blancas. Y mirad: salta, no como los ciervos.

Cordón imagina una esfera de un reloj para advertir animales con más precisión y evitar el más espontáneo “a la derecha” o “al frente”. Las 12 se refieren al frente y las 3, a la derecha. Pero hay posiciones intermedias. Uno no quiere perderse el lince si sale a cazar un conejo.

TRES SALIDAS SIN SALIR DE LA PROVINCIA

Tampoco conviene perderse el monasterio de La Rábida, a 20 minutos en coche del parador. Se trata de un convento franciscano habitado por cuatro frailes al que acudió Cristóbal Colón en busca del mejor contacto que pudiera acercarlo a los Reyes Católicos. El conquistador provenía de Portugal, donde recibió una negativa a sus planes, y estuvo a punto de dirigirse a Francia si no llega a ser por las capitulaciones de la reina Isabel, que aceptó sus pretensiones, firmó y auspició el viaje. La historia la cuenta una audioguía o uno de los frailes si hay suerte.

Fray Eloy Majadas, de 86 años, teatraliza la visita por momentos. En el papel de Cristóbal Colón y en el de fray Juan Pérez, el contacto que le llevó a la reina. El itinerario arranca con modestia, pero fray Eloy va sumergiéndose con hondura en esta historia que cambió la Historia. En La Rábida, el genovés sigue en los altares; en otros lugares están moviendo la peana. No es óbice para la grandilocuencia.

—Aquí se gestó la epopeya más grande de los últimos mil años.

PARADORES RECOMIENDA

Hay clientes del parador que lo conocen ya todo. Se alojan en el hotel no como punto de partida sino como destino final. Van y vienen de las tumbonas de la piscina a las de la playa, del restaurante interior al exterior, tal vez se acercan a El Choco a cenar, un sitio de pescado en Mazagón. Luz Rey y José Antonio Sainz, procedentes de Madrid, llevan reservando una habitación desde hace 12 años. Sainz resume el encanto de esta parte de la costa onubense.

—El hecho de que no se pueda construir en los alrededores convierte a este lugar en un paraíso.

ANDALUCÍA, EN 16 PARADORES

CRÉDITOS

Redacción y guion: Mariano Ahijado
Coordinación editorial: Francis Pachá
Fotografía: Juan Luis Rod
Diseño y desarrollo: Juan Sánchez, Rodolfo Mata y Belén Polo
Coordinación diseño: Adolfo Domenech
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