Lorca, en la ciudad al margen

Este municipio murciano, que se extiende desde el valle del Guadalentín hasta la costa, se apoya en su arquitectura barroca civil, en la sinagoga del siglo XV y en el parador levantado donde se ubica su castillo para sorprender a esos visitantes que quieren salirse del circuito turístico convencional

Mariano Ahijado

Lorca, una tierra poblada desde hace 5.500 años, todavía ofrece a los visitantes esa sensación de estar descubriendo algo nuevo. Los habitantes de este municipio murciano, frontera histórica entre la corona de Castilla y el reino nazarí de Granada, siempre escuchan lo mismo por parte de los que se acercan a conocerlo: “No pensaba que esta ciudad tuviera tantas cosas”. Y son muchas: en el casco urbano esperan la antigua colegiata de San Patricio y la arquitectura barroca civil, representada en el Ayuntamiento o la casa Guevara. En el extremo sur aguarda el parque regional de Cabo Cope y Puntas del Calnegre, con sus calas y sus chiringuitos a pie de playa en los que tomar un arroz o un asado de pulpo. Y en el cerro desde el que se divisa el valle del Guadalentín, se erige el castillo medieval y el parador de Lorca, cuya construcción propició en los dosmil el descubrimiento de 18 casas judías y de una sinagoga del siglo XV, nuevos elementos con los que seguir sorprendiendo a viajeros interesados en la cultura y la historia, a exploradores que buscan salirse del circuito más turístico.

EL PARADOR Y SU COMARCA

Los lorquinos aman su castillo, al que suben cada 23 de noviembre en romería a celebrar la festividad de San Clemente, un día al año para recordar la conquista cristiana en 1244 dirigida por el infante Alfonso de Castilla. Tras la apertura del parador, las razones para subir al cerro con más asiduidad han aumentado. No solo por el uso que los lorquinos hacen de la cafetería, el restaurante y el spa del hotel, sino porque el parque arqueológico existente en este promontorio se beneficia de la existencia del parador: un mayor uso redunda en una mejor conservación. El patrimonio se protege y la historia se cuenta a los lugareños, que no tienen por qué conocerla toda, y a los visitantes en busca de riqueza visual y emocional. Hay peso en todo lo que sucedió en esa zona fértil ocupada desde finales del Neolítico. El río Guadalentín, hoy bajo tierra, se desbordaba y llenaba de limo los alrededores, lo que explica los tempranos asentamientos. Hoy Lorca atrae población y frena la desertización y el paro con el agua del trasvase Tajo-Segura y con el incipiente turismo, ayudada por el parador.

DENTRO DEL PARADOR

Enrique Pérez, guía turístico y arqueólogo, señala un aspecto enriquecedor para los lorquinos de las continuas excavaciones realizadas para la construcción de este hotel de cuatro estrellas, que han derivado en los descubrimientos de la judería: “Se ha avanzado en el conocimiento de la ciudad, se sabe más de Lorca”. La ubicación del parador generó un poco de recelo al principio en algunos lorquinos por el temor a que el hotel fagocitara el castillo, pero el resultado es un edificio en armonía que ha potenciado esta zona poblada en la Edad Media por árabes, cristianos y judíos: “Aunque se necesitaban los unos a los otros, coexistían más que cohabitaban”, cuenta Pérez, sin restarle importancia a esa convivencia, pero evitando la idealización. El parque arqueológico del castillo, abierto en 2003, ofrece la visita a la torre Alfonsina y a la torre del Espolón, a la mencionada sinagoga y a varios aljibes, de los que destaca el Grande, un depósito de 550.000 litros convertido en un espacio expositivo.

Ginés Ros, jefe de Recepción del parador, cuenta que, cuando los lorquinos atraviesan el túnel que los conduce al hotel, es como si se hubieran ido de vacaciones: “Vienen a comer, a tomar una copa, a darse un masaje…, a las grandes celebraciones como bodas o comuniones”, afirma. Otro tipo de cliente que se sirve de los 13.000 m2 del parador son las empresas que celebran un evento o una convención. El hotel cuenta con una zona multiusos panelable y versátil en la que caben hasta 350 asistentes sentados.

LORCA: CASTILLO, CIUDAD Y MUNICIPIO

Son clientes que bajan a Lorca a dar un paseo por la Corredera o que se asoman al museo arqueológico, que atesora 27 lámparas de vidrio reconstruidas a partir de restos encontrados en la sinagoga. También se acercan a la tienda de productos de calidad Localmente, que vende crespillos (unos panes crujientes de pimentón y aceite), queso de Zarcilla de Ramos o embutido de chato murciano, una raza autóctona de cerdo de pelo negro. “El cliente del parador busca calidad. La apertura del hotel ha traído otro tipo de turismo al que teníamos”, asegura Encarni Llamas, la propietaria de la tienda. “Ahora bien, Lorca no sabe venderse”, lamenta. Llamas movió su negocio del casco antiguo a una avenida más transitada para completar su clientela con gente de la ciudad. Puede parecer un negocio pensado para los de fuera, pero vende barras de pan a los vecinos en lugar de postales del antiguo pósito de panaderos a los turistas, de los pocos edificios renacentistas que se conservan en la ciudad: “Nos falta turismo todavía”, insiste Llamas.

La recuperación del casco antiguo

El terremoto de Lorca, acaecido el 11 de mayo de 2011, todavía se siente en la ciudad. Algunos edificios siguen apuntalados. Otros se han reconstruido y pintado de color blanco y albero: “Cada vez se está recuperando más el casco antiguo”, afirma Pérez para referirse a que han abierto nuevos negocios y vuelve a tener vida. No tanto por los daños causados por el seísmo, sino porque en ciudades de este tamaño los habitantes tienden a irse a las afueras a vivir y el centro pierde fuelle. “Lorca es una ciudad de servicios y que vive de la agricultura y la ganadería”, aclara. El turismo es un sector con margen de crecimiento, algo que se lamenta en el presente pero que se celebra en el futuro.

PARADORES RECOMIENDA

Hay fechas señaladas en las que la ciudad se llena de visitantes. La Semana Santa de Lorca está muy considerada. Tanto, que es fiesta de Interés Turístico Internacional desde 2007. No solo hay procesiones, sino que se ponen en escena el Antiguo y el Nuevo Testamento, con personajes y hechos bíblicos. Los mantos de la virgen, bordados en seda y oro, alcanzan los 40.000 euros, según Pérez, el guía turístico. Las dos cofradías principales, el Paso Blanco y el Paso Azul, compiten en ver quién va mejor ataviado. Nadie gana porque no hay concurso, aunque los dos están convencidos de que lo hacen. Hay rivalidad. Pérez, lorquino de 53 años, señala que el folclore de coros y danzas es muy rico en la zona y pone el foco en la feria en septiembre como otra oportunidad para seguir atrayendo visitantes, “cuando la gente vuelve de las playas y la ciudad recupera su pulso”, resume.

Lorca tiene mar

Los que se acerquen en verano, tienen la opción de conocer la ciudad por la mañana y desplazarse a la zona de playas para comer y darse un baño. El término municipal de Lorca llega hasta la costa, hasta Puntas del Calnegre, un pueblo de pescadores que no ha sufrido intervención en un siglo. La única concesión al turismo es una serie de chiringuitos de mantel de papel que se extienden sobre la playa y que sirven pulpo y pescados azules, lo que el Mediterráneo ofrece en esas aguas, junto con productos de la huerta y arroz.

TRES SALIDAS SIN SALIR DE LA REGIÓN

Por la playa de Calnegre pasean Claudio Pérez y Marina Gelardo. Esta mujer en la treintena viene al pueblo desde que nació. Portan material para bucear cerca de unas rocas que dividen la playa de Calnegre de la cala del mismo nombre, más concurrida pues es más cerrada y agradable. Santiago Espín, vecino de la zona, se acerca a hablar con la pareja. Artista retirado de efectos especiales cinematográficos, vive junto a su mujer en una casa que linda con uno de los chiringuitos, en primera línea de playa. Asegura que antes, por cada barca había 12 pescadores. Ahora dice que solo quedan tres hombres que salen a faenar. El pueblo, al estar dentro del parque regional de Cabo Cope y Puntas de Calnegre, ha quedado congelado en el tiempo. La protección abarca 17 kilómetros de costa, algo de lo que presumen los lorquinos. Cuando se ha paseado la ciudad, siempre guían al visitante en dos direcciones: las playas y el castillo.

CRÉDITOS

Redacción y guion: Mariano Ahijado
Coordinación editorial: Francis Pachá
Fotografía: Joaquín de Haro
Diseño y desarrollo: Juan Sánchez y Rodolfo Mata
Coordinación diseño: Adolfo Domenech


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