Alejandro Talavante: “Tengo una espina clavada en el corazón que se llama Madrid”
Tras la mala imagen del pasado año, el torero vuelve a la feria de San Isidro con el objetivo de hacer en Las Ventas una faena nunca vista
“Tengo una tremenda espina clavada en el corazón, y se llama Madrid. El año pasado lo aposté todo a San Isidro, a cara o cruz, y, por desgracia, no tuve suerte. Después, viví la tarde de los tres avisos, el 12 de octubre, y no quise dar la sensación de que pretendía justificar lo que era un auténtico fracaso. Me metí en la cama y no quise ver a nadie. Lloré tanto que perdí la noción del tiempo. Estaba completamente hundido. Por eso, la feria de este año es la más trascendental de mi vida. Necesito sacarme ese dolor que llevo dentro, y quiero hacerlo de la manera más contundente”.
Alejandro Talavante (Badajoz, 1987) llega a la cita vestido de negro, con un aire de hieratismo de otra época, tímido e introvertido, tal vez, y con la seguridad de saberse diferente. Pero comienza a hablar y aparece un ser humano frágil, sumido en una especie de derrota interior que necesita superar con celeridad.
Después de salir cinco veces por la Puerta Grande de Las Ventas, se retiró de los ruedos en octubre de 2018, y reapareció en España en la feria de San Isidro del año pasado como el gran protagonista del ciclo. Pero cuando todas las miradas estaban puestas en la genialidad de su toreo, no se produjo el chispazo soñado a pesar de que llegó a cortar una oreja. Desde entonces, Talavante anduvo perdido por las plazas, sin hallar una razón que lo tranquilizara ni encontrarse a sí mismo.
Hoy, vuelve a hacer el paseíllo en Las Ventas, el primero de los tres que ha contratado, y dice que lo hace convencido de que puede romper el maleficio pasado a pesar de la exigencia a la que, está seguro, se verá sometido.
“Este San Isidro es mi feria más trascendental, pero mi toreo no surge por las ganas, sino por la inspiración”
Y lo dice solo unos días antes de este 26 de mayo, en el mismo ruedo de la plaza madrileña, que escudriña y husmea como si fuera un principiante asustadizo. “Me estaba fijando en los terrenos”, explica, “que son fundamentales para dominar a un toro”.
“Aquí salí el año pasado con la misma confianza en el triunfo que me ha acompañado siempre en esta plaza, y todos esperábamos algo grande que no llegó. ¿Por qué? No lo sé. Conmigo no hay términos medios. Siempre ha debido suceder algo emocionante para que se me valore, y he llegado a la convicción de que el nivel de excelencia que se me exige es muy alto en relación con los demás toreros, pero debo reconocer que esa circunstancia me motiva”.
Talavante vuelve una y otra vez a la espina de la derrota y por más que se extiende en explicaciones no es capaz de aclarar los motivos de esa desilusión. Lo que sí tiene claro es que la arrastró toda la temporada.
“Lo pasé mal, sí”, prosigue. “A estas alturas, cuando hay un fracaso, te llueven los palos, y la prensa fue muy dura conmigo. Además, soy muy perfeccionista, y, a pesar de que hubo fogonazos a lo largo del año, como la puerta grande de Bilbao, no quedé nada contento”.
Pregunta. Quizá le afectó la pandemia…
Respuesta. Lo que de verdad me afectó fue no tener suerte en Madrid. Y el bajón fue profundo. La gente esperaba mucho de mí y yo llegaba a las plazas sin ganas. Todo me parecía una mentira. Y se producía esa desesperante situación en la que como artista tienes que darle la vuelta a la situación, pero no puedes, porque a mí no me surge el toreo por las ganas, sino por la inspiración.
P. ¿Pensó en retirarse de nuevo?
R. Ganas me dieron, pero pensé que si me retiraba otra vez, quizá no volvería nunca más. La verdad es que me asusté un poco de mí mismo. Ahora, puedo afirmar que voy a ser capaz de reconducir la situación después de haber vivido una experiencia tan dura. Poseo esa fuerza mental para conseguirlo.
P. ¿Se considera un fracasado?
R. No. Soy un triunfador que sabe lo que es el fracaso. Me ha enseñado a madurar y a saber que todo pasa.
P. Durante un tiempo se habló de Talavante como líder de una generación de toreros…
R. Y creo que lo soy entre mis compañeros, pero para ello se necesita mucha regularidad y eso es muy difícil. Y buscar la perfección. En todos estos años me he dado cuenta de que el triunfo real, el que me a mí me satisface, es aquel en el que cada movimiento que ejecute esté aprobado por mi paladar. Si me traiciono, siento el yugo de la perfección, y sé que por ese camino no conecto con nadie.
“Voy a ser capaz de reconducir la situación después de haber vivido una experiencia tan dura. Poseo la fuerza mental para conseguirlo”.
Es verdad que el Talavante cercano transmite la sensación de que no es de este mundo, o que es un asceta en la permanente búsqueda de la perfección espiritual…
“Creo que puede tener parte de las dos percepciones; ciertamente, a veces, no me conozco ni yo, y siento que la senda para ese conocimiento es tan sinuosa que, a veces, es también desesperante”.
Hace unos años, una periodista le preguntó a Talavante si se reconocía como un desequilibrado, y él respondió: “Más o menos, sí”.
“Bueno… Dalí decía que la única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco”, añade ahora. “Creo que todos los toreros tenemos ese punto emocional, aunque la alquimia para quien nace con ese talento debe estar proporcionada entre la razón y la frialdad. Reconozco que, a veces, tengo esa frialdad propia de una persona que casi no está bien de la cabeza, pero en ese momento no soy una persona fría, sino que siento con todo mi corazón. El hecho de enfrentarte a un toro es algo muy personal”.
Se sigue reconociendo miedoso (“cuando voy con amigos a practicar deportes de riesgo, yo soy el que guarda las carteras y los móviles”), menos desordenado desde que es padre de tres hijos de 14, 10 y 6 años, admirador de José Tomás y lector de Proust.
Y radical y exigente consigo mismo…
“Sí, muy radical; al menos, cuando me pongo el vestido de torear, y en la plaza puedo ser quien soy. Menos en la vida cotidiana porque no debes herir a la gente que quieres, de modo que uno es salvaje hasta cierto punto”.
Y muy exigente cuando se le pide un análisis sobre su ya larga trayectoria de 16 años como matador de toros.
“Yo es que me tengo mucho asco a mí mismo”, dice. “No es eso”, aclara, “pero no valoro lo conseguido. Soy un inconformista. Estoy enrabietado con el pasado. A veces, creo que no le agradezco a Dios el talento que me haya podido dar para ejercer esta profesión”.
“Pero, ahora, lo único que me importa es Madrid”, insiste el torero. “Estoy tranquilo, pero cargo sobre mis hombros la máxima presión. Y pienso que me queda por rematar lo más importante, que es hacer en Las Ventas una faena nunca vista…”.
P. ¿Quiere usted decir que…?
R. Quiero decir que me encantaría sacarme la espina cortando un rabo. Me haría mucha ilusión, y creo que soy de los pocos toreros con opción para conseguirlo. Ahora que lo ha cortado Morante en Sevilla… No quiero hablar mucho de este tema, pero sería un sueño cumplido, aunque no me sentiría totalmente satisfecho, pero por lo que llevo dentro sería bastante merecido.
Tres oportunidades tiene para ello en esta feria: hoy, el próximo jueves y el 11 de junio. Será la prueba de fuego para este torero grande, genial, sensible, irregular y misterioso. Alguien que, sin ninguna duda, se sabe diferente.
“Sí, lo he notado desde niño; cuando entré en la escuela taurina de Badajoz, los chicos mayores me tenían un respeto que yo no merecía. Y supe entonces que tenía estrella. Es importante que un torero pueda hacer algo distinto. Ese es mi tesoro: saber que puedo ser diferente”.
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