El adiós de Thomas Pynchon, esquivo cronista de un EE UU lanzado en picado hacia su autodestrucción
El gran escritor de culto estadounidense vuelve a los 88 años y tras 12 años de silencio con ‘Shadow Ticket’, donde caben Hitler, Mussolini, Franco y Primo de Rivera
No es casualidad que hayan visto la luz de manera casi simultánea la última película de Paul Thomas Anderson y Shadow Ticket, la novela más reciente de ...
No es casualidad que hayan visto la luz de manera casi simultánea la última película de Paul Thomas Anderson y Shadow Ticket, la novela más reciente de Thomas Pynchon. Las afinidades entre ambos creadores van más allá de la mera coincidencia. Una batalla tras otra no guarda relación directa con Shadow Ticket, sino con Vineland, la quinta novela de Pynchon, publicada hace 26 años. Anderson, que ya había llevado al cine en Puro vicio otra novela del escritor estadounidense, Vicio propio, en 2014, no adapta Vineland, sino que destila la visión devastadora, grotesca y veraz que tiene el escritor de la sociedad estadounidense. Pynchon lleva décadas profetizando el advenimiento del fascismo en su país. Una reseña de Una batalla tras otra publicada en The Hollywood Reporter antes de que Shadow Ticket viera la luz sostenía que “si alguien ha sabido vaticinar la elección y reelección de Trump, fue Pynchon”. Los Estados Unidos de hoy son cada vez más pynchonianos y muchos de los caricaturescos personajes que se mueven en las esferas de poder en el mundo real parecen arrancados de las páginas de sus novelas.
La importancia de este escritor va más allá del mito asociado con su nombre. Cierto: no concede entrevistas, las únicas fotos suyas que se conocen se remontan a su adolescencia, se sabe que vive en Manhattan, casado con una agente literaria de reconocido prestigio, con quien ha tenido un hijo, y, sin embargo, nunca lo ve nadie. Todo esto es irrelevante. Lo único que nos quiere dar a entender con su alergia a todo tipo de reconocimiento público es que cuanto tiene que decir está en su obra. ¿Es Pynchon, como sostienen muchos, el escritor estadounindense vivo más importante de su país? Seguramente sí. ¿Es cierto que sus obras son de una dificultad tan proverbial como se dice? Sin la menor duda. ¿Cómo entonces explicar la feroz fidelidad de sus fans, que se cuentan por cientos y cientos de miles? Porque lo certero de su visión trasciende lo meramente literario y porque logra conectar con las zonas más impenetrables de la imaginación de quienes lo siguen, incluidos aquellos que no lo leen (caso de muchos de sus fans). No es raro que sus páginas se queden cortas a la hora de dar cuenta de la realidad (con ser disparatadas sus teorías conspiranoicas no lo son tanto como las que de hecho circulan por las redes sociales), solo que (esa es la función del arte) lo hacen con más eficacia. Pynchon ha sido siempre un poco la sombra de sí mismo.
Su último golpe de mano ha sido la publicación, a los 88 años de edad y tras 12 de silencio, de una novela con la que (supuestamente, con él nunca se sabe) se despide de sus lectores. El suyo es un universo de caos controlado, presidido por los signos de la paranoia y la entropía, una amalgama de datos científicos e históricos comprobables, fantasías delirantes, y una mezcla de alta y baja cultura, en la que lo obsceno se solapa con lo sublime, todo ello aderezado con un sinuoso sentido del humor. Sus personajes tienen nombres demenciales y ocupaciones aún más demenciales. En sus tramas, que no se molesta demasiado en asegurarse de que sean del todo coherentes, pasa de todo, pero están admirablemente bien documentadas. Su conocimiento de los detalles de la historia es prodigioso (en su recorrido por el fascismo europeo de los años treinta que lleva a cabo en Shadow Ticket encuentra el momento de evocar, junto a las figuras de Hitler y Mussolini, las de Franco y José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange). La suya es una literatura que jamás hubiera podido anticipar ningún algoritmo.
Autor de nueve novelas y un volumen de relatos, su trayectoria es prodigiosamente sólida, coherente e imposible de resumir. Su ópera prima, V. (1963), supuso la aparición en el panorama internacional de un modelo literario no euclidiano. Nadie había escrito antes así. Tras la elusiva La subasta del Lote 49 (1966) publicó la que muchos consideran su obra maestra, la monumental El arco iris de gravedad (1973), con la que obtuvo el National Book Award. Junto con Vineland, la primera mitad de la producción de Thomas Pynchon constituye el comienzo de una crónica certera de cómo EE UU decidió lanzarse en picado hacia su propia destrucción. A efectos de gratificación estética, su obra cumbre probablemente sea Mason & Dixon (1997), a la que siguió un mamotreto de difícil digestión, A contraluz (2006), tras el cual dio un quiebro sorprendente, pasándose a la novela negra. Fue una especie de traición, pero su estirpe de detectives existenciales no hizo más que afianzar su reputación. Después de la californiana Vicio propio, crónica del fracaso de la contracultura, Pynchon sometió a examen el estado de su país tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Al límite, ciberthriller que se sirve del género negro para examinar el papel de la literatura bajo el imperio de la tecnología. Como en todas sus novelas, tras la farsa, se oculta una visión trágica de la historia.
Un torbellino delirante
Shadow Ticket, la última entrega de su trilogía noir, es un torbellino delirante. El autor se niega a envejecer. Ágil, juvenil, breve, disparatada, divertida y, en comparación con los títulos mayores de su trayectoria, considerablemente accesible, Shadow Ticket es pulp fiction en estado puro. Pynchon fagocita el género negro reventando clichés tanto literarios (Hammet, Chandler) como cinematográficos (Bogart), sobre todo en los diálogos.
Estamos en Milwaukee en los tiempos de la Prohibición y la Gran Depresión. Hick McTaggart recibe el encargo de dar con una rica heredera, hija de un magnate de la industria del queso, que dejó a su prometido con dos palmos de narices para fugarse con un clarinetista. La acción oscila entre Estados Unidos y Europa, con enjambres de gánsteres, femmes fatales, músicos de jazz, mafiosos, espías, nazis, bolcheviques, fabricantes de golems, vladboys (jóvenes vampiros fascistas que recorren Transilvania en moto), grupos paramilitares que operan en la frontera entre Hungría y Croacia. Se trata de Pynchon, de modo que lo suyo es estar perdido. La novela ha merecido encendidos elogios por parte de narradores de la talla de William T. Vollman, pero no han faltado quienes juzgan que no está a la altura de sus mejores momentos. En su despedida, en cambio, Pynchon se muestra más festivo, abierto y burlón que nunca. A la vez seria y absurda, da cuenta con humor y sabiduría de los estertores de algo a lo que se refiere como “el vértice de un orden mundial que se hunde”.