Alison Bechdel, dibujante de cómics: “EE UU está tan polarizado que ya no somos capaces de ver la humanidad en el que piensa distinto”
La autora de la magistral ‘Fun Home’ publica una sátira sobre un grupo de ‘boomers’ frente a las trampas del capitalismo y las contradicciones de estar siempre del lado de los buenos
Alison Bechdel ha escrito una novela gráfica protagonizada por una tal Alison Bechdel. Ambas son famosas dibujantes de cómic, viven en Vermont con su pareja, una artista llamada Holly, y tuvieron un fenomenal éxito que aún están asimilando con un tebeo autobiográfico sobre la homosexualidad del padre.
En el caso de Bechdel, la autora de Fun Home, obra capital del noveno arte, su cómic lo adaptaron en Broadway y arrasó en los premios Tony.
Bechdel, el personaje de ficción, vive atormentada por la versión televisiva de su obra y por las libertades que su showrunner se toma con la historia, así como por la sensación de haber vendido su independencia artística por un (buen) puñado de dólares.
Para completar el experimento, la Bechdel de carne y hueso ha rescatado a algunos de los personajes de Unas lesbianas de cuidado, la influyente tira cómica con la que se dio a conocer en los ochenta. La autora imagina que, pasados los años, esas criaturas de ficción viven en comunidad, cerca de la Bechdel de tinta y papel.
El resultado se titula Consumida (Reservoir Comics) y es una divertida reflexión sobre las contradicciones de estar siempre del lado los buenos, las trampas del capitalismo, el desgaste de los ideales con el paso del tiempo y las concesiones que uno va haciendo con la edad, además de un brillante retrato sobre lo que significaba estar vivo, en un ambiente liberal, en el Estados Unidos de Joe Biden. También habla de las dificultades de concentrarse en un mundo inundado de noticias, una sensación que la dibujante resume con su brillantez acostumbrada en unas viñetas en las que los titulares de esos años (de la viruela del mono a los juicios de Donald Trump o la prohibición del aborto) flotan en el aire como el olor de una bomba fétida.
La culpa de todo ese lío entre la realidad y la ficción la tiene Karl Marx, según explicó Bechdel en una entrevista celebrada hace un par de domingos en New Haven (Connecticut), dos días antes de su 65 cumpleaños.
Tras publicar su último cómic, El secreto de la fuerza sobrehumana, que trataba de la obsesión por el ejercicio en la mediana edad, pensó en “escribir otra autobiografía normal”, algo del estilo de sus anteriores álbumes. Son tres, y conforman un género propio que inauguró la magistral Fun Home. Una familia tragicómica, una historia sobre la agridulce relación de la autora con su padre, gay reprimido y director de una funeraria (de ahí el título) en la Pensilvania profunda.
“Esta vez me propuse investigar seriamente sobre el capitalismo para reflexionar sobre mi vida”, dice Bechdel. Ese plan incluía leer El capital, pero no pasó del índice, que tomó prestado, eso sí, para nombrar los capítulos de Consumida. Abandonó el proyecto cuando pensó que este le iba a obligar a estudiar sobre cosas, como la economía, que no le interesan. Y así es como decidió renunciar al monólogo y probar con la autoficción, lenguaje no tan gastado en el cómic como en la novela. De ahí que su protagonista sea una dibujante embarcada en un libro sobre el poder corruptor del dinero.
Como consecuencia de ese cambio de idea, le ha salido una obra “mucho más ligera” que las anteriores. “A veces me pregunto si no demasiado”, explica en una elegante sala de la facultad de Humanidades de la universidad de Yale.
Normalmente vive en una esbelta cabaña de cedro en los bosques de Vermont donde en lo más crudo del invierno la única manera de moverse es esquiando. En Yale, imparte durante un semestre una asignatura de cómic, que, cuenta, ha tenido que inventarse sobre la marcha. A sus alumnos les enseña cosas como que no “necesariamente tienen que ser grandes dibujantes” para expresar sus ideas. Para probarlo, abre su ordenador durante la entrevista y busca un boceto que la leyenda del underground Harvey Pekar garabateó en una servilleta cuando ambos se conocieron en Cleveland y Pekar la invitó a dibujar una de las historietas de su serie American Splendor. “Aquel fue mi primer salto hacia delante”, recuerda ella.
‘Unas lesbianas de cuidado’
Con su tira Unas lesbianas de cuidado, para la que se inspiró en sus amigas de los años en los que vivió en Nueva York, Bechdel ingresó en 1983 en el club de la gran novela gráfica estadounidense ―junto a sus héroes, de Robert Crumb a Art Spiegelman, todos hombres―. A ese club aportó un punto de vista queer y feminista, especialmente con el Test Bechdel, tal vez su gran aportación a la cultura popular.
La idea proviene de una una tira de 1985, en la que una amiga le dice que solo ve películas que cumplan tres requisitos: que aparezcan al menos dos mujeres, que hablen entre sí, y que cuando lo hagan no sea sobre un hombre. En la última que pudo ver, Alien, los personajes femeninos hablan entre sí… de un monstruo. Desde entonces, el Test Bechdel examina productos, no solo audiovisuales, como una especie de prueba del algodón de la representación femenina en la cultura.
Dejó de dibujar Unas lesbianas de cuidado en 2008, cuando se hartó de la “obligación de la regularidad” y “también un poco de los personajes”, esos que ahora recupera en su nuevo libro.
“Me hizo gracia volver a verlos”, aclara, “y comprobar que no han cambiado tanto: siguen trabajando para organizaciones sin ánimo de lucro, intentan salvar el mundo…. Fue divertido imaginar cómo habrían envejecido físicamente. Es tan extraño envejecer…”.
La autora no ha resucitado, con todo, a la pandilla al completo, sino solo a Lois y Ginger, dos lesbianas de cuidado, a J. R., estudiante no binaria, y a sus padres, Stuart y Sparrow, pareja heterosexual que decide probar con Naomi, una vieja conocida, un experimento poliamoroso que prefieren llamar trío y no “polícula”, porque eso suena a enfermedad de la piel.
La acción de Consumida transcurre entre 2021 y 2022, así que el grupo usa mascarillas y se hace pruebas de coronavirus cuando se citan en una casa que luce un cartel de Black Lives Matter en el porche. La pareja formada por Alison y Holly tiene una granja de cabras (y eso también es ficción; Bechdel no siente especial pasión por ellas). Compran comida orgánica absurdamente cara por la inflación galopante, juegan a un nuevo juego llamado pickleball, ella da charlas sobre libros prohibidos por los republicanos y para celebrar un Acción de Gracias “anticolonial” cenan pavo de tofu que cortan con un cuchillo eléctrico. “¡Qué pena que Fox News no esté grabando esto!”, dice un personaje, mientras otro ya se imagina el titular: “Ideóloga de género confunde tofu con pavo”.
La pandilla cumple, en suma, con todos los estereotipos de eso que la derecha llama la “cultura woke” para denigrarla. ¿Contempla Bechdel que un lector desavisado pueda entender el cómic en clave de sátira maliciosa? “Sí, es posible. Y me parece bien. Esos personajes tienen sus debilidades, pero también las mejores intenciones. No es una sátira en el sentido de dejarlos en evidencia, y estoy de acuerdo con todos sus puntos de vista”.
El reparto, que Bechdel trata, como siempre, sin asomo de cinismo, lo completan una hermana trumpista y Holly, la pareja de la protagonista, que alcanza fama como influencer rural y está inspirada en Holly Rae Taylor, pareja en la vida real de Bechdel y responsable en buena medida del viaje al color de la dibujante, que empezó su carrera expresándose en un blanco y negro de línea clara. Este cómic es el segundo que ha coloreado la optimista paleta de Taylor, inspirada en Tintín. “[Holly] Fue muy generosa al dejarse convertir en un personaje. Como veía cada plancha una vez estaba terminada, pudo ejercer cierto control sobre el contenido”, explica la viñetista.
En cuanto a la hermana ―arrojada en brazos del credo MAGA (Make America Great Again) y convencida de que los niños son adoctrinados en las escuelas― el personaje es pura ficción: Bechdel tiene dos hermanos varones, sí, pero siempre ha tratado de dejarlos fuera de sus memorias. Con ese personaje, se aprecia su esfuerzo por tratar de cruzar al otro lado del espejo de las dos Américas. “Nos hemos polarizado tanto en Estados Unidos que ya no somos capaces de ver la humanidad en el otro”, opina Bechdel. “Eso pretendía con Sheila: crear un personaje que intenta prohibir el libro de Alison en su distrito escolar, pero siguen conectadas. Son hermanas. Tienen una historia en común”.
¿Qué cree que pensarían las radicales queer que salían en Unas lesbianas de cuidado de ese intento de contemporizar? “Algunas dirían que me estoy vendiendo o que soy intelectualmente deshonesta”, considera Bechdel. “Otras creo lo entenderían. De eso va el libro; de ser consciente de las críticas que te pueden hacer y de burlarte de ellas”.
Una de esas críticas surge del hecho de que, desde que salió su último libro, Rupert Murdoch, propietario de Fox News, compró la editorial en la que publica Bechdel. “Cuando supe de la venta, me planteé dejarla, pero luego no había ninguna editorial que me pagara tan bien, y eso también es consecuente con el dilema que plantea el cómic: ¿Qué concesiones hacemos? ¿Dónde ponemos el límite?”.
El libro también trata del activismo en el ocaso acomodado de la vida. “Me pregunto a menudo si me estoy haciendo más conservadora”, dice Bechdel, “Siento que, superficialmente, no, pero creo que una parte de mí sí está haciendo ese viaje. Entiendo cada vez con más claridad que la política progresista es la única manera de salvar este planeta y de sacarnos de esta terrible crisis. Pero empiezo a entender también que [desde la izquierda] no hemos logrado conectar con la gente, y no sé cómo solucionarlo. En cierto sentido, el monopolio del discurso por parte de los activistas de élite alienó a la gente, que sentía que las cosas iban demasiado rápido y eso nos ha hecho mucho daño”.
A la dibujante también le ha decepcionado comprobar cómo las empresas que se sumaron a las causas progresistas hace cinco años tras el asesinato de George Floyd ahora pliegan velas ante los ataques de la Casa Blanca a las políticas de diversidad, equidad e inclusión. “Era un buen negocio; ya no lo es. No había ideología ahí. Tampoco me extraña. Muchas de las conquistas de la comunidad gay llegaron en los noventa porque las compañías descubrieron que éramos un buen segmento de consumo”, recuerda la dibujante, que afirma que “por primera vez” ha empezado a pensar que el matrimonio igualitario, aprobado en 2015, está en peligro en su país: “No es una buena idea cuando tus derechos dependen de tu poder adquisitivo”.
Vivió con frustración el empecinamiento de Joe Biden en volver a presentarse a la presidencia y la derrota de Kamala Harris, con la que sí llegó a ilusionarse. “Doné tanto dinero a los demócratas el año pasado… desde que perdieron, he decidido destinarlo a otras causas”. Le costará reconciliarse, dice, con el partido ―al que ve perdido―, pero no con Bernie Sanders, que es senador por su Estado, Vermont. No lo conoce personalmente, pero lo admira y acaba de ilustrar con una imagen de sus años jóvenes la portada de una biografía que está a punto de publicarse y que muestra en su ordenador portátil con orgullo.
Con Trump en la Casa Blanca, ha vuelto, como hizo la primera vez, a racionar el consumo de noticias para no desanimarse. “Una parte de mí se siente optimista”, asegura. “Las cosas están tan mal que la gente tendrá que ponerle fin. Aunque hasta ahora no vea ese fin. Los cambios están yendo muy rápidos. Y son globales. Pero la verdad es que no me siento deprimida, lo cual me asombra. Aún tengo pendiente descubrir cómo vivir en esta nueva normalidad. Me alegra tener un trabajo como el de las clases, que me mantiene ocupada. Eso me da un propósito hasta que descubra qué debería estar haciendo”.
Para su próximo proyecto le está dando vueltas a una secuela de Consumida, con los mismos personajes “navegando los tiempos de Trump”. “Me parece que necesito algo de perspectiva”, dice.
En el último capítulo de la novela gráfica que ahora publica en español, la Alison Bechdel de tinta y papel corta las lilas del jardín tras un “invierno desgarradoramente templado” mientras se pregunta sobre la “posibilidad de que el experimento estadounidense se tuerza aún más”. “¡Pero al menos, sale el sol!”, exclama.
“Eso es lo importante”, dice la Alison Bechdel de carne y hueso antes de despedirse al término de la entrevista y perderse en la llovizna por las calles de edificios estilo colonial de New Haven. Y al día siguiente, salió el sol.