Las Sinsombrero: la reconstrucción femenina de la historia del arte

El teatro Fernán Gómez acoge una exposición que reivindica el papel de las mujeres de la Generación del 27 con objetos personales y obras propias expuestas por primera vez

Algunas imágenes de las artistas pertenecientes a Las Sinsombrero en la exposición del teatro Fernán Gómez.Teatro Fernán Gómez

Cuando la escritora María Teresa León volvió a España del exilio tras la Guerra Civil, en la puerta del aeropuerto le esperaban unas pocas decenas de personas y algún medio de comunicación. En ese mismo avión viajaba Rafael Alberti, su marido y poeta, también exiliado. A su salida, la gente se agolpaba para darle la bienvenida, hasta el punto de que el equipo de seguridad tuvo que hacerle un pasillo. Dos recibimientos completamente diferente...

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Cuando la escritora María Teresa León volvió a España del exilio tras la Guerra Civil, en la puerta del aeropuerto le esperaban unas pocas decenas de personas y algún medio de comunicación. En ese mismo avión viajaba Rafael Alberti, su marido y poeta, también exiliado. A su salida, la gente se agolpaba para darle la bienvenida, hasta el punto de que el equipo de seguridad tuvo que hacerle un pasillo. Dos recibimientos completamente diferentes para dos autores del mismo periodo y con casi las mismas vivencias. León era mujer y una sinsombrero, término con el que hoy se denomina a las artistas de la Generación del 27 cuyas obras fueron olvidadas y sepultadas por el régimen franquista. El vídeo que muestra la vuelta de la pareja de escritores a España se puede ver en la exposición que el centro Fernán Gómez de Madrid alberga hasta el 15 de enero de 2023. Comisariada por Tània Balló, que fue la primera que las rescató con esa etiqueta, la muestra reconstruye la historia de aquellas mujeres a través de objetos personales y obras propias, algunas de las cuales se exhiben por primera vez.

La etiqueta de Las Sinsombrero está inspirada en un episodio protagonizado por la pintora Maruja Mallo junto a Federico García Lorca, Salvador Dalí y Margarita Manso, que un día de los años 20 decidieron pasear sin sombrero por Madrid: se lo quitaron en acto de rebeldía ―para liberar las ideas― y al pasar por la Puerta del Sol les apedrearon. Mallo y otras artistas de la época como la escultora Marga Gil Roësset volcaron en su arte el anhelo del nuevo concepto de mujer y artista que abanderaban. “Eran hijas de su tiempo, mujeres modernas y autónomas, con un sueño de libertad e igualdad que pudieron lograr con la llegada de la Segunda República”, explica Balló. Estaban adelantadas a su tiempo, asegura Laila Ripoll, directora artística del Fernán Gómez, siempre formaron parte de las vanguardias y buscaban innovar.

Ennegrecido dentro de una vitrina, se encuentra uno de los primeros ejemplares de Tea Rooms. Su autora, Luisa Carnés, era de clase obrera y tuvo que sobrevivir sirviendo tés. Así encontró la inspiración para escribir sobre lo que conocía: la realidad de las mujeres trabajadoras. “Es una novela social que se anticipa a muchas creadas más tarde por hombres”, apunta Ripoll, que el año pasado dirigió una adaptación escénica de la novela de Carnés. Margarita Xirgu, actriz y directora teatral, también fue un ejemplo de innovación, pues fue una de las precursoras de los carteles publicitarios de películas y obras de teatro: cambió la retahíla de nombres de los actores por un dibujo representativo del espectáculo.

A la derecha, la evolución de los carteles publicitarios en la que participó Margarita Xirgu expuesta en el teatro Fernán Gómez.

No fueron las primeras en acudir a la universidad, pero sí las que hicieron de la educación superior algo habitual entre las mujeres. Ripoll se emociona al ver las cartillas con las notas de algunas de ellas. “Ya no son el bicho raro que tiene que ir acompañado de su madre”, cuenta. Destaca la figura de María Moliner, que estudió en Zaragoza con sobresaliente. La autora del Diccionario de uso del español dedicó 15 años de su vida a redactarlo en sus ratos libres con una máquina de escribir portátil. “Nunca llegó a ser académica, aunque hizo el diccionario más importante de nuestra lengua”, comenta.

En la sala dedicada a las ultraístas —uno de los primeros movimientos vanguardistas españoles— destaca un cuadro de pequeñas dimensiones con una golondrina en el centro, Otoño (1920). Es una pintura de Ruth Velázquez, una de las artistas más desconocidas y cuya obra se expone ahora por primera vez al público desde los años treinta, cuando la cocina de su casa se convirtió en su galería. “Los museos parecen no prestarles mucha atención a estas mujeres”, afirma Ripoll. La mayoría de las piezas que exhiben pertenecen a la colección privada de las familias, hecho que ha provocado, en algunos casos, el deterioro de las obras como Otoño cuya esquina derecha ha perdido el color.

En un vídeo en blanco y negro suena otra obra que poca gente conoce. Aparece una banda de música en el centro de una plaza de toros capitaneada por Adela Anaya, la compositora del primer himno republicano que se barajó, aunque finalmente se impuso el de Riego. “Se le encargó a una directora de orquesta, algo que después del 39 tardaríamos mucho tiempo en volver a ver”, explica Ripoll.

La Guerra Civil produjo un atraso en la calidad de vida de las artistas. Vieron cómo la Sección Femenina se imponía al Lyceum Club, el primer centro cultural femenino, en el que sus inquietudes políticas y artísticas encontraban debate. Apenas quedan documentos de este lugar y los pocos que se guardaron caben en cuatro vitrinas. Pero la guerra no pudo borrar su legado intelectual: entre los papeles está una solicitud para la abolición de la prostitución. “No compartían algunas premisas de carácter ideológico, pero supieron crear un espacio donde todas convivían y crecían”, alaba Ripoll frente a la división actual del feminismo.

Algunas de estas mujeres se quedaron y tuvieron que aprender a vivir en una sociedad en la que su concepto de mujer no tenía cabida. “Tienen que asumir, desde su lucha interna, que hay un cambio del rol de la mujer hacia la sumisión, donde su destino es ser madre y esposa”, señala Balló. Entre las que no se exiliaron destacan dos obras que resumen el cambio social que supuso Franco. Delhy Tejero pintó, años antes de la Guerra Civil, a dos mujeres desnudas junto a un río. Con la caída de la República, Tejero rayó la imagen de una de ellas hasta hacerla desaparecer por el miedo a que tuviera represalias por estar casada. Francis Bartolozzi y su marido taparon los valores progresistas que habían defendido: en el reverso de uno de sus lienzos se esconde un cartel propagandístico del bando republicano.

Pero muchas tuvieron que huir y ahora se puede admirar la cara de pena con la que salen en su ficha de extranjería. La actriz y periodista Isabel Oyarzabal —fundó la primera revista española exclusivamente femenina— entró en México con 60 años huyendo de la guerra en calidad de “asilada”. No llegó a regresar, murió en la capital del país que la recibió casi cuarenta años más tarde. A pesar de implantar la semilla de la igualdad de género —llegó a reclamar personalmente a Primo de Rivera el sufragio femenino en 1923—, su lucha no se estudia en los libros. “La participación de las mujeres en el ámbito cultural, social y político no ha sido tomada en cuenta a la hora de escribir el relato de nuestra historia en mayúsculas”, sostiene Balló. El mensaje es claro: sin ellas, la historia no está completa.

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