Once excombatientes de las FARC se pasan a la literatura

Una obra reúne sus nuevas miradas sobre la selva colombiana

Karen Pineda, Manuela Marín, Doris Suárez y Yira Rivera, cuatro de las coautoras del libro 'Naturaleza común', relatos de no ficción de excombatientes de las FARC.Camilo Rozo

Nueve mujeres y dos hombres, excombatientes de las FARC, la que llegara a ostentar el título de la guerrilla más antigua y poderosa de América, se han puesto a escribir sobre sus años en la guerra desde la naturaleza. Durante casi seis meses, construyeron historias de no ficción en torno a selvas, montañas y planicies, del páramo del Sumapaz a las sabanas del Yarí, el lugar de la última conferencia en armas del grupo armado. El resultado es un volumen digital e ilustrado que recoge sus trabajos con el...

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Nueve mujeres y dos hombres, excombatientes de las FARC, la que llegara a ostentar el título de la guerrilla más antigua y poderosa de América, se han puesto a escribir sobre sus años en la guerra desde la naturaleza. Durante casi seis meses, construyeron historias de no ficción en torno a selvas, montañas y planicies, del páramo del Sumapaz a las sabanas del Yarí, el lugar de la última conferencia en armas del grupo armado. El resultado es un volumen digital e ilustrado que recoge sus trabajos con el título Naturaleza común, un proyecto del Instituto Caro y Cuervo y del Centro de Memoria Paz y Reconciliación de Colombia.

En las extenuantes caminatas nocturnas por trochas (caminos de tierra) que nunca había recorrido, Doris Suárez Guzmán, una de las participantes en este laboratorio creativo comandado por el periodista Juan Álvarez, se encomendaba a la guía de uno de sus compañeros con el alias Rollito, un hijo de campesinos “macizo como un árbol pequeño”. En esa oscuridad profunda que proyecta la naturaleza en Colombia, Rollito sabía con precisión cuándo estaban por llegar a su destino por el olor de la hierba, las hojas y el suelo. “Él, iletrado, era un lector instintivo y avezado de la naturaleza. Sus ojitos felinos leían de corrido y sin vacilar los aromas de las plantas, el canto de los pájaros, el grosor de los árboles, el tamaño de las piedras”, escribe Suárez, que antes de la firma de paz en 2016 entre las FARC y el Gobierno del expresidente colombiano Juan Manuel Santos, pasó 15 de sus 58 años en el monte. Durante otros 14 estuvo en prisión, donde hizo talleres de escritura y aprendió a encontrar su voz.

Yo desde niña he sido lectora y soñaba con ser escritora
Doris Suárez

“Yo desde niña he sido lectora y soñaba con ser escritora”, cuenta Suárez a EL PAÍS en una casa en Bogotá donde producen la cerveza artesanal La Trocha, uno de los proyectos de excombatientes en el que ha estado volcada los últimos dos años. Trocha, esa palabra que alude a un camino abierto en la maleza, es una de las más repetidas en los relatos. “Nunca antes me habían preguntado por mi relación con la naturaleza”, reflexiona.

Durante más de medio siglo, Colombia convirtió su territorio exuberante, con costas en dos océanos y tres cordilleras, que alberga cerca de la mitad de los páramos del planeta, revestido por selvas tropicales y bosques, en lo que los estrategas militares llaman el “teatro de operaciones” del conflicto armado. En armas, los guerrilleros (más de 13.000 apostaron por la paz en 2016) se topaban con jaguares, culebras, monos u osos hormigueros.

“Al pensar en algo que resaltar del páramo llegan a mi mente fotografías que reflejan su esplendor y la armonía de su composición; la misma vegetación se extiende tantos kilómetros que la vista no alcanza a dimensionarla, ni siquiera cuando el cielo es azul y el sol brilla y quema la piel al instante, mucho menos cuando la espesa niebla cae, pues te impide ver a más de dos metros de distancia cualquier cosa. Allí siempre fue fácil perderse, quedarse de las marchas o disgregarse”, escribe Manuela Marín, de 38 años, quien formó parte de la delegación de paz en los diálogos de La Habana. La firma de los acuerdos le ha permitido volver a esos parajes “ya sin la presión de perder a mi compañero de adelante”, y tomarles fotos “ya no mentales” a frailejones (la vegetación propia del páramo) y lagunas.

Preparativos para la X Conferencia de las FARC, la última en armas, en los Llanos del Yarí, en septiembre de 2016.camilo rozo

Naturaleza común sorteó considerables obstáculos. El Instituto Caro y Cuervo llevó en 2018 una serie de talleres de escritura y edición comunitarios hasta los espacios rurales de reincorporación donde los exguerrilleros hacían su tránsito a la vida civil. Llegaron hasta algunos de los lugares más golpeados por la guerra, como Tumaco, en el Pacíficio; Caldono, en el Cauca (centro del país), o La Montañita, en Caquetá (en el sur). Esa fue la semilla que le despertó una serie de preguntas a Juan Álvarez: ¿cómo era posible que el medio ambiente hubiera sido víctima, pero también beneficiario paradójico del conflicto armado? ¿Qué era lo que habían visto que nadie más había visto?

Hicieron varios intentos por acercarse a excombatientes interesados en escribir sobre su experiencia, pero ninguno prosperó. “Es tal el acecho al que está sometido cada uno de los miembros del partido Comunes [el nombre del partido político de las FARC], es tal la carga de estigma que seguimos arrojando sobre ellos desde la sociedad civil, es tal la desidia y la sinuosidad gubernamental frente al pacto de Estado comprometido en el acuerdo de paz, que a cualquiera de ellos le resulta imposible encontrar tiempo y espacio mental para algo más que el esfuerzo de supervivencia al que han sido arrojados en medio del asesinato de sus copartidarios, la búsqueda de un proyecto productivo para continuar con sus vidas y el deber de declarar ante la Jurisdicción Especial para la Paz”, escribe Álvarez en el prólogo del proyecto.

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A pesar de todo, a mediados de 2020 consiguieron ese laboratorio creativo para pensar la naturaleza como un escenario para el encuentro a partir de un puñado de memorias de exguerrilleros. Las FARC solían firmar sus comunicados “desde las montañas de Colombia”. Como la mayor parte de su tiempo en la insurgencia consistió en estar allí, cuenta Álvarez, se conectaron de inmediato con la propuesta de relatar esa experiencia “en las entrañas diversas de una geografía que, quizás no sea tarde, podemos recorrer como intento de reconciliarnos”.

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