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LA LECTURA QUE ME MARCÓ
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Adorada Violette Leduc

Iniciamos una serie donde un autor o autora escribe sobre nombres y titulos decisivos en su trayectoria

Jesús Ferrero
Violette Leduc en París en 1970. En la pared de su escritorio, fotografías de Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre.
Violette Leduc en París en 1970. En la pared de su escritorio, fotografías de Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre.Roger Violett (Cordon Press)

Cuando pienso en escritoras absurdamente olvidadas, me vienen a la mente Djuna Barnes y Violette Leduc. Si Marguerite Duras vuela con la lengua, Violette Leduc no se queda atrás. La nueva y vieja convencionalidad, a la que se entregan con desvergüenza tantos autores sobrevalorados, se encuentra a miles de años luz por detrás de escritoras como Violette Leduc, con la que Simone de Beauvoir fue de una generosidad inaudita, a la vez que la acusó más de una vez de obscena y de explícita. Podía ser cierto en la época en la que estas dos grandes escritoras tuvieron que vivir y sufrir, pero ahora no.

Violette Leduc no solo escribe, Violette Leduc derrama diamantes en cada frase, Violette Leduc hace restallar la lengua, la incendia, la convierte en un animal peligroso, la fustiga, la expande, la deja fluir como un río de estrellas derretidas en novelas como Thérèse e Isabelle. Violette era bisexual, y en la novela que acabo de mentar narra un amor-pasión entre dos muchachas que están descubriendo sus cuerpos y están renaciendo desde la misma piel.

Es dulce y es cruel, es radiantemente obscena y libre, es lírica hasta el mismo estremecimiento, está como al otro lado de la frontera. ¿De qué frontera? De la que divide y separa la gran escritura de la literatura simplemente correcta, y que tanto abunda.

Es la que va a sobrevivir en Francia, junto a Marguerite Duras y algunas otras, aunque murió cuando corría el mes de mayo de 1972. Físicamente, no era muy agraciada. En el Barrio Latino la llamaban “la fea”. Ya sabéis, el viejo racismo de la belleza.

Su vida fue muy difícil y Simone de Beauvoir la tuvo que ayudar en secreto. Llegó a pasar hambre, vivió al borde del precipicio, pero yo la quiero como si fuese mi hermana, y me bebo sus palabras como un licor exquisito.

El francés, en sus manos, es una dimensión de luz y de tiniebla, la una a la otra tan enlazadas como los dos mechones de una trenza. Todas sus novelas me interesan: La asfixia, La bastarda, La locura en la cabeza, Thérèse e Isabelle...

Ahora mismo en español solo están traducidas Thérèse e Isabelle, publicada por Mármara en el 2015, y La bastarda, recientemente editada por Capitán Swing. Basta con estas dos novelas (de entre las mejores de su obra) para darse cuenta de quién es Violette Leduc, que regresará del abismo para asombrarnos. Ya lo dije en otra ocasión: Thérèse e Isabelle es el Cantar de los cantares del safismo: una novela que desprende una luz irreal y que resistirá a la usura del tiempo como un diamante negro.

Cuando la lees empiezas a desdeñar la literatura cobarde, despojada de nervio y de fuego. Si aún no habéis leído Thérèse e Isabelle, enmendad pronto ese error. Dejemos que en la feria de las vanidades dance la literatura endeble y yerta. Hay otra literatura que está llamado a tu puerta y hay que sacar a esta mujer del reino del olvido.

No es la primera vez que hablo de ella ni será la última. La quiero como a una novia que llega del bosque de la noche con los cabellos húmedos y los ojos ardiendo. Beso su calavera, me arrojo a las luminosas tinieblas de su prosa.

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