_
_
_
_
LIBROS

En las fronteras del bien y del mal

La reedición del ensayo de Safranski sobre la libertad reaviva un dilema que lo vincula a pensadores como Arendt, Berlin o Taylor

Juan Luis Cebrián
Mapa del infierno (ca. 1480-1495), de Sandro Boticelli. 
Mapa del infierno (ca. 1480-1495), de Sandro Boticelli. 

Gabriel Arias-Salgado, ministro de Información de la dictadura franquista, pronunció en su día una frase que explica mejor que nada la ideología del nacionalcatolicismo: “Libertad, sí, pero libertad para el bien”. No sabía que la existencia del mal es precisamente el precio de la libertad. Esta sencilla afirmación resume la tesis que Rüdiger Safranski defiende en su ensayo ahora reeditado sobre El mal o el drama de la libertad. Después de veinte años no solo mantiene una perenne actualidad sino que parece escrito para los tiempos que ahora corren.

Safranski no es solo un pensador sino un divulgador del pensamiento ajeno. Discípulo de Adorno, biógrafo de Nietzsche, Goethe y Heidegger, entre otros, se hizo famoso gracias a sus apariciones en un programa de televisión dirigido por Peter Sloterdijk, otro intelectual formado inicialmente en la Escuela de Fráncfort. Es además autor de una abundante producción literaria, traducida a más de veinte idiomas, escrita tanto para especialistas como para el común de los lectores. Posee un estilo ágil, casi novelesco, un punto apasionado, al que suma una enorme erudición no exenta de cierto sarcasmo interpretativo. En cualquier profesor alemán de filosofía parece difícil percibir el sentido del humor, pero él lo bordea con desparpajo. Una vez leí declaraciones suyas en las que afirmaba que la especulación filosófica es más divertida que los programas de entretenimiento. Tras leer este libro no cabe la menor duda al respecto.

Su reflexión no versa tanto sobre el mal como sobre la libertad, entendida como libertad de escoger. Puesto que somos libres, somos capaces de hacer tanto cosas buenas para nosotros como otras que nos perjudican. “El mal no es ningún concepto: es el nombre del una amenaza”, la misma que comporta el riesgo de la libertad, que desde los orígenes del mundo se ejerce en nombre de la desobediencia a un mandato divino. Las relaciones entre la libertad política y la encarnación de esa amenaza enseñorean la historia de la cultura, de la que el autor lleva a cabo un original relato que incide de lleno en un debate sobre el que no hay filósofo que no haya participado. Si para él el mal es una opción, para Hannah Arendt era en cambio la esencia del totalitarismo, la destrucción de la persona como sujeto de derechos, aunque matizaría más tarde dicha acepción al hablar de la banalidad del mal en su libro Eichmann en Jerusalén. Habiendo sido fugitiva del terror de los nazis, consideraba que este activo colaborador del Holocausto no era ningún monstruo como el fiscal que lo llevó al cadalso pretendía, sino un obediente burócrata que cumplía órdenes. En ningún caso pretendía exculparle moral ni jurídicamente, sino poner de relieve que personas “normales” son capaces de cometer los más execrables crímenes en según qué circunstancias. Lo que suscita la inquietud de quién puede proteger al hombre del riesgo de la libertad. San Agustín, dice Safranski, confiaba en la Iglesia, la institución sagrada. Pero decretada la muerte de Dios, el pensamiento liberal se acoge a la racionalidad de las instituciones. Estas y el derecho “confieren duración, firmeza y límites a los asuntos humanos”.

La libertad es también el origen de la diversidad, la búsqueda de la diferencia, que es preciso compaginar con el anhelo de unidad y su vocación comunitaria. Isaiah Berlin, en su memorable ensayo La traición de la libertad, señala que el conflicto que los filósofos tratan de resolver es cómo combinar la libertad individual con la autoridad que garantice la unión y el orden en una comunidad. El dilema radica en discernir las fronteras entre la voluntad de cada cual y lo que ya Rousseau definió como voluntad general, en clara alusión al Estado. En respuesta a la interrogante, otro clásico todavía en vida, el canadiense Charles Taylor, insiste en su libro La libertad de los modernos en la necesidad de construir algún tipo de sociedad política para no dejarlo todo al ensueño anarquista de “una cultura y una sociedad propicias a la libertad que surjan espontáneamente de las comunas”. Ecléctico hasta el fin, Taylor reconoce que esto último se trata de algo teóricamente posible pero irrealizable en la práctica, y “si las condiciones de supervivencia de nuestra propia identidad solo pueden realizarse en alguna forma de gobierno representativo al que todos debamos obediencia, esa será la sociedad que deberemos tratar de crear y sostener”. De modo que si Taylor tiene razón, es improbable que el asalto a los cielos que iluminó los sueños del movimiento 15-M pueda acabar con el actual sistema. En qué medida albergue este un impulso liberalizador y reformista o acabe jugueteando con la represión en nombre de la voluntad general es el gran debate de nuestro tiempo, ahora que la deliberación se ha vuelto global gracias a las redes sociales y a los avances tecnológicos.

Safranski clausura su meditación planteando una cuestión mayor a este respecto: la civilización técnica nos pone en contacto con “fuerzas que están más allá de nuestro poder de disposición”. “Si las estructuras y la lógica del sistema nos determinan, se convertirán en una especie de lo sagrado, en un ámbito racional y misterioso a la vez. Actúan a través de nosotros, pero no somos ya dueños de ellas”. Me pregunto entonces si tras decretar la muerte de Dios decretaremos también la de nuestro libre albedrío entregándolo a los algoritmos.

El mal o el drama de la libertad. Rüdiger Safranski. Traducción de Raúl Gabás. Tusquets, 2020. 288 páginas. 19 euros.

La libertad de los modernos. Charles Taylor. Traducción de Horacio Pons. Amorrortu Editores, 2005. 305 páginas. 22 euros.

La traición de la libertad. Isaiah Berlin. Traducción de María Antonia Neira Fondo de Cultura Económica, 2004. 235 páginas. 19 euros.

Eichmann en Jerusalén. Hanna Arendt. Traducción de Carlos Ribalta. Lumen, 2019. 448 páginas. 19,90 euros.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_