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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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¡El horror! ¿El horror?

La acumulación y reiteración de lo gore en la nueva novela de Carmen Mola es un componente que crece sin control literario

Manuel Rodríguez Rivero
Anthony Hopkins, en 'El silencio de los corderos'.
Anthony Hopkins, en 'El silencio de los corderos'.

1. Manierismos

Ya está en las librerías, y dispuesta a pulverizar la cota de los 150.000 lectores que los editores afirman que tiene su autor, La Nena (Alfaguara), última entrega de la peculiar saga sobre la Brigada de Análisis de Casos (BAC; nada que ver con la prestigiosa editorial religiosa) que ha ido construyendo en solo tres años Carmen Mola, a quien de ahora en adelante llamaré “autor”. A las dos primeras, La novia gitana (2018) y La red púrpura (LRP; 2019), me referí elogiosamente en su momento. Tanto que sus editores aprovecharon para, sin tener la cortesía de comunicármelo, incluir algunos de mis juicios en los paratextos de cubierta. Y tengo que confesar que empecé la lectura de la nueva con un entusiasmo que se prolongó hasta algo más allá de la mitad del libro; la última parte se me hizo cuesta arriba (estaba deseando que se terminara de una vez, un mal síntoma), probablemente porque resulta muy difícil que un autor que logra un éxito apabullante con sus dos primeras novelas (suponiendo que no tenga otras con distinto nombre) no caiga en la tentación de repetir fórmulas y estilemas. Si en LRP me atrajo su logrado ritmo y el hecho de que la intriga no impedía la reflexión y la cercanía emocional, en La Nena la acumulación y reiteración de lo gore, un componente que crece sin control literario hasta producir una sensación de desagradable hartazgo, termina acercando la trama a las del Grand Guignol, por referirme a aquel subgénero, heredero tardío del gótico, que tanto triunfó a principios del siglo pasado, y que se caracterizaba por la acumulación ilimitada de horrores naturalistas para mantener la atención de la audiencia. A estas alturas nadie duda de que Carmen Mola posee suficiente talento para construir intrigas “negras”, pero ahora se me antoja que su mayor peligro es el de morir de éxito. En La Nena lo sanguinolento y repulsivo cobran una presencia más argumentalmente gratuita que en LRP, y mientras la leía me venía a la cabeza, más que el Hannibal de Thomas Harris (con los “gruñidos ensordecedores” de los cerdos vengadores, en realidad hilóqueros), la versión más simplona y efectista con que trataba la historia Ridley Scott en su película homónima (2001). Los cerdos, símbolos de “la transformación de lo superior en inferior y del abismamiento amoral de lo perverso” (Cirlot), son también protagonistas pasivos de esta novela recargada de horrores e ingenuidades efectistas, y que, quizás, podría funcionar mejor con un centenar de páginas menos; pero ya se sabe que a los editores les gusta que las novelas de autores de éxito engorden, para venderlas un poco más caras. Queda como gran personaje Elena Blanco, que regresa a la BAC, y que es el mejor y más redondo de todo el elenco. Y entre los villanos, Anton, el más fundamentado. Y espero fervientemente que su autor, que sigue interesándome, alivie las presiones que recibe o se autoimpone y se tome con más calma construir su próximo éxito de ventas. Sus seguidores lo agradeceremos.

2. Duce

En el prólogo a la edición de las Prensas de la Universidad de Zaragoza de su estupendo trabajo El cuerpo del duce. Un ensayo sobre el desenlace del fascismo, Sergio Luzzatto argumenta que “si hay un país en Europa (y en el mundo) en que el cuerpo del jefe supremo ha seguido condicionando el curso de la historia tras su muerte (…) es precisamente España”, como se ha demostrado, recientemente, con el episodio de las sucesivas exhumación de Cuelgamuros e inhumación de Mingorrubio. Para Luzzatto, Mussolini es, “junto con Berlusconi”, el político más corporal del siglo XX italiano, y su apasionante y bien documentado libro (en el que sólo se echan de menos algunas ilustraciones) es un recorrido por las representaciones (incluidas las literarias) del dictador fascista y su impronta en el imaginario de los italianos antes, durante y después de su oprobiosa muerte. De la pasión al odio, del entusiasmo a la venganza: todo un panóptico de un régimen encarnado por quien le dio cuerpo y carisma. Y que funcionó como inspirador de la parte más oscura de los oscuros años treinta.

3. Barea

William Chislett, que, entre otras cosas, fue corresponsal de The Times en España durante los años cruciales de 1975-1978, y desde hace tiempo trabaja como investigador asociado del Real Instituto Elcano (en cuyas publicaciones sigue escribiendo sobre política española), es una de las personas que más han hecho en los últimos años por mantener viva la memoria de Arturo Barea (1897-1957). En su prólogo al breve ensayo Unamuno (Espasa Calpe), escrito originalmente en español e inmediatamente traducido al inglés por Ilse Barea, esposa del gran novelista extremeño, para una colección británica de divulgación (1952), Chislett proporciona un sucinto y exacto contexto de las circunstancias en que Barea compuso el librito, así como de los sentimientos del autor hacia su biografiado, de cuya rebeldía intelectual se sentía cercano. El texto, retraducido al español por el escritor y publicista uruguayo Emir Rodríguez Monegal, se explaya particularmente en el análisis de Del sentimiento trágico de la vida, la obra de Unamuno más conocida por los lectores del Reino Unido, donde fue traducida en 1921.

4. Galdosiana

Con el tomo (1.282 páginas) consagrado a la Quinta serie de los Episodios nacionales se cierra la publicación en 10 volúmenes (los tres primeros editados por Emilio Blanco y el resto por Ermitas Penas) de la magna obra de Galdós de la Biblioteca Castro, la más completa y cuidada a la que se puede tener acceso; incluyendo, claro, la clásica de Aguilar, en cinco incómodos volúmenes a dos columnas y con letra para liliputienses.

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