Josh Ritter y la habitación donde combatir a la bestia
El músico, encerrado en su casa, compuso el álbum más confesional de su carrera en el que buceaba en el dolor de la soledad tras la ruptura con su esposa
Theodore pasea mucho solo por la ciudad, pero esas caminatas no son tan duras como cuando llega a casa. Allí, pasa todo el tiempo solo. Desde los ventanales de su piso se ven los grandes edificios iluminados de la metrópoli, con sus lucecitas como estrellas irreales, que le llevan a parecer más diminuto en su propia soledad. Al contrario de lo que creen sus compañeros de trabajo o cualquiera que le conozca, no es un hombre solitario. No lo es porque no vive voluntariamente sin nadie. Theodore es un hombre solo, hundido por los recuerdos y las sensaciones de su anterior vida en compañía de su mujer.
En su aislamiento, Theodore llegará a enamorarse de un sistema operativo llamado Samantha, pero, tal y como se explica en Her, la maravillosa película de Spike Jonze, aunque a veces broten sentimientos reales, es una forma de fingir algo que ni Samantha ni Theodore son. Porque Samantha es simplemente una inteligentísima máquina, perfecta pero sin corazón, mientras Theodore es un ser humano latiendo desconsoladamente sin su verdadero amor.
A Josh Ritter no hacía falta explicarle cómo se sentía Theodore cuando escribió The Beast in Its Tracks, el álbum más confesional de su carrera en el que buceaba en el dolor de la soledad tras la ruptura con su esposa, la cantautora Dawn Landes. Tanto Her como The Beast in Its Tracks vieron la luz en 2013, una de esas raras coincidencias que no significan nada, pero nos ayudan a situarlas aún mejor en un mismo espacio temporal y emocional. Ambas tratan el desamor desde la perspectiva de la soledad, ese territorio nuevo e inhóspito que surge de un día para otro, tanto en mitad de una gran ciudad indiferente, como en Her, como en plena noche silenciosa en un apartamento, como en The Beast in Its Tracks. Un territorio salvaje, habitado por bestias, tanto que Josh Ritter incluyó esta palabra en el título de su disco: “La bestia es el desamor, la pena. Es como aquello que viene cuando cae el sol y comienza la noche. Es ese momento que hay dentro de una larga noche de invierno y es peligroso”.
Después de abandonarle su mujer, Ritter se quedó viviendo en la casa que ambos habían compartido. Sería el mismo lugar en el que, desde su marcha, cada noche se le aparecía “la bestia”. Esto es, una depresión de caballo, que le obligó a dejar de tocar y consumirse en su propia soledad. La depresión le llevó al insomnio y el médico le recetó más pastillas para dormir, pero nada mejoró. Con tanto medicamento, llegó incluso a sufrir una necrosis muscular, que casi se lo lleva al otro barrio. Ahogado en su pena, Ritter era como un pez muerto hasta que una noche tomó una decisión crucial: la bestia o él. Uno de los dos tenía que vencer al otro.
Confinado en su casa, convirtió una habitación en estudio casero y se puso a componer. Era su forma de luchar mano a mano contra los efectos de los relajantes químicos y contra sus propios fantasmas. De esta forma, no había noche que Ritter no agarrase su guitarra y buscase acabar con la bestia. Noche tras noche, canción a canción, acorde tras acorde, hasta ir creando música con aire hogareño, como susurrada a media luz. Como reconoció tiempo después: “En la oscuridad nocturna compuse el material más destructivo del álbum”.
Con su personalísimo folk, Ritter compuso canciones aún más desnudas de lo que había hecho en trabajos anteriores como Hello Starling, The Animal Years o Runs the World Away. Son las canciones que, con su eco tímido y toque oscilante, dominan la primera cara del álbum, en la que el dolor adquiere la forma de un ojo diabólico que no deja de observarle en la duermevela (Evil eye), de un rayo de luz extinguido entre las sombras (A Certain Light) o de cualquier pesadilla invasora (Nightmares). Las distintas formas de la bestia. Y la bestia, siempre puntual, se viste con todo tipo de trajes porque su destino está atado a la espera. Como afirmaba Theodore en Her: “Sigo esperándola porque me importa”. Como escribió el filósofo Roland Barthes: “La fatal identidad del que ama no es otra cosa que ese ‘yo soy el que espera’.
En Her, Theodore conoció otro amor en Samantha. Con sus frases ingeniosas, su sensibilidad programada y su compañía virtual, el sistema operativo le volvió a colocar en el mundo. También le dijo una frase definitiva: “El pasado es solo una historia que nos contamos a nosotros”. Theodore acabó derrotando a su bestia cuando, observando por la misma ventana que le recuerda su soledad, dicta una carta de despedida a su exesposa. También es una carta de agradecimiento.
Josh Ritter conoció otro amor en otra mujer. Cuando crees que The Beast in Its Tracks va a caer más hondo, se transforma en la segunda cara en algo más luminoso. Asciende. Es el mismo disco de identidad dolida, pero encontrando otro camino desde que suena New Lover (Nueva amante). Luego, llegan, con el mismo espíritu de folk nómada, In Your Arms Awhile, Joys to You Baby… hasta cerrar con Lights. “Alegría para la ciudad / Alegría para las calles / Y alegría para ti, cariño, donde sea que duermas… Y alegría para mí también”, canta Ritter en la última del álbum. Lo canta con lentitud, como si fuera la letra precisa de una carta que escribe para la que fue su esposa. Como si fueran las palabras medidas y sinceras que dicta Theodore a su exmujer. Como si, después de vencer a la bestia, se alumbrase que lo peor del monstruo es dejarle que nos convierta en lo contrario de lo que fuimos.
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