Kit de supervivencia cultural para el encierro (día 11)
'Babelia' recomienda los mejores libros, discos, películas, series, cómics y videojuegos para disfrutar en casa
‘Babelia’ propone un libro, un disco, una película, una serie, un cómic y un videojuego cada día, mientras dure el confinamiento en los hogares y la parálisis del sector del ocio, para poder disfrutar de la cultura desde casa.
UN LIBRO: El gato encerrado, de Andrés Trapiello
Hace ahora 30 años Andrés Trapiello publicó El gato encerrado, primera entrega de uno de los grandes proyectos narrativos de la literatura española reciente: la publicación regular de sus diarios bajo el título general de Salón de pasos perdidos. Hoy que lleva 22 tomos –más de diez mil páginas– y que la autoficción es el pan nuestro de cada día, parece fácil prever el éxito de aquel empeño, pero en 1990 el género era aún sospechoso en España: cosa de flojos, franceses, misántropos. Lo rechazaron cinco editoriales. Pre-Textos se atrevió y los lectores descubrieron unos cuadernos que no se parecían a nada porque eran un organismo vivo y no una mera suma de fragmentos con fecha: cada entrega empieza el 1 de enero y termina el 31 de diciembre y en ellas se alternan notas del campo extremeño con paseos por el Rastro, Chueca, Nueva York, Cuba o Roma. Dotado como pocos para el retrato, a Trapiello le debemos estampas dignas del mejor humor sobre Pere Gimferrer o Giorgio Agamben además de emocionantes tributos a Francisco Brines o Ramón Gaya. Y cada tanto, aforismos como este que muchos repiten sin citar la fuente: “Si Cervantes viviera, el primer premio Cervantes se lo hubiera llevado Lope de Vega”.
Aunque Trapiello sustituye los nombres propios de los ciudadanos ilustres por una X, da pistas suficientes para despejar la incógnita. La gracia está en el punto de vista y en la palabra justa. Más que el Gran Mundo, desde hace ya tres décadas, esos miles de páginas contienen la vida familiar –una novela en sí– de un escritor que ha visto cómo el tiempo le daba la razón y convertía en santos de devoción masiva a autores que él se empeñó en sacar a un tiempo del purgatorio y de las cofradías: Baroja, Juan Ramón, Chaves Nogales, incluso Galdós. “Sin escepticismo no puede escribirse literatura. Sin entusiasmo no podría leerse”, anota en El gato encerrado. Nada más que añadir. Javier Rodríguez Marcos
El gato encerrado. Andrés Trapiello. Pre-Textos, 1990. Está disponible en Todos tus libros, Fnac o Amazon.
UN CÓMIC: Poulou y el resto de mi familia, de Camille Vannier
Muchos y muchas serán los que descubran estos días a sus familias. Millones de confinados por todo el mundo tendrán por fin un parón en sus aceleradas vidas para encontrarse con que parejas, padres, madres, hijos, hijas y demás convivientes de eso que llamamos “la familia”, tienen sus vidas, sus ideas y sentimientos, sus pasados y aspiraciones. Quizás, es un decir, hasta hablen más estos días y se conozcan. Digo yo que de todo habrá en la viña de San Eisner: desde los que simplemente reiteren lo que ya sabían o sospechaban, hasta los que se queden sorprendidos ante revelaciones inesperadas; mire usted por dónde, los habrá que se enteren de pasados gloriosos o de infames secretos, que todo puede ser. Quién sabe si a alguno le atravesaré un frío escalofrío pensando en que convive con gourmets del cerebro humano en tartar, o por el contrario, que sientan la cálida compañía de la comprensión y el amor del ser querido.
La casuística, como siempre, irá por barrios, pero puestos a escoger para estos días, a mí me gustaría que la revelación fuera por la línea de Poulou y el resto de mi familia, de Camille Vannier, autora francesa residente en Barcelona a quien las preguntas sobre su abuelo le llevaron a un personaje sin parangón, tan protagonista de las páginas de las revistas del corazón como de la crónica de sucesos más alocada. Una historia de éxitos, famoseos y, sobre todo, fracasos, tan estrepitosos como imposibles, próximos al humor almodoraviano, pero interpretado al estilo bufonesco de Louis de Funès y con toques de cruel ironía berlanguiana; eso sí, con el glamuroso escenario de la Costa Azul de fondo. Vannier juega con la página, con un lenguaje visual vistoso y colorido, rompiendo la viñeta para crear un fresco retrato coral, inédito, que hace de la realidad una ficción chispeante. Álvaro Pons
Poulou y el resto de la familia. Camille Vannier. Roca Libros. El libro está disponible en Todos tus libros, Fnac y Amazon.
UN DISCO: Tails, de Lisa Loeb
Propulsado a la vez que empañado por el estreno de Reality Bites, el clásico grunge sentimental de los noventa, el primer disco de Lisa Loeb, Tails (1995), dio pie a la explosión de un stand alone femenino con más o menos garra que caracterizó a lo que quedaba de década: no se explican sin él Natalie Imbruglia, Jewel o Meredith Brooks; ni siquiera se explica Alanis Morissette. ¿La culpable? Una canción ideal para estos días en los que no podemos no quedarnos (en casa): Stay, una canción que hablaba de una ruptura de la que una de las partes no quería ni oír hablar, y que acabó convirtiéndose, junto a My Sharona, de The Knack, en la sangre (musical) que corría por las venas de la película que hizo de Winona Ryder la musa de la década.
Dulzón, potente y de un recién inaugurado songwriterismo heredero de una Carole King sin un solo amigo, el álbum, por el que circulaban otros clásicos de la luego perdida Loeb –lo último que se sabía de ella era que andaba grabando discos para niños hasta que volvió hace unas semanas con el irregularmente extraño A Simple Trick To Hapiness, del todo apto para nostálgicos de la mujer que hasta se probó como actriz en la curiosa y pretendidamente aterradora House on Haunted Hill–, como Do You Sleep?, supuso en su momento una alternativa no mainstream –los pocos recursos con los que se fraguó el álbum son más que evidentes, hasta se oye el rechinar de las sillas en el estudio casero– a un riot ggggrlismo en evidente apogeo. El logro bien merece, estos días, una apasionada (y, por qué no, melancólica) reescucha. Laura Fernández
Tails. Lisa Loeb. Geffen Records, 1995. El disco está disponible en Spotify y Apple Music.
UNA PELÍCULA: La última noche, de Spike Lee
La última noche (2002), de Spike Lee: palabras mayores. El neoyorquino ha tenido una carrera irregular, aunque, cuando toca a rebato y suelta una de sus bombas cinematográficas, arrasa. En La última noche (su título original es 25th Hour), un camello de altos vuelos encara su último día en Nueva York junto a sus amigos, novia y padre, antes de entrar a cumplir una condena de siete años en prisión. Suena a argumento sencillo, ¿verdad? Y sin embargo, Lee coge a su protagonista (al que encarna Edward Norton) y, a través de él, retrata un estado de ánimo y un espíritu de supervivencia: sabe lo que va a vivir, y por ello decide dejar sus cosas resueltas. Basada en la novela de David Benioff (ahora famosísimo por ser el creador de la serie Juego de tronos), La última noche plasma en cine el zeitgeist de inicios de siglo: el cineasta aprovecha para retratar un Nueva York marcado en su estado de ánimo y en su físico por el 11-S. La fabulosa toma del boquete dejado por las Torres Gemelas, acompañada de la partitura del trompetista Terence Blanchard, pone los pelos de punta. Además, Lee y Norton dejan para la historia el famoso monólogo del baño (con ecos a Haz lo que debas), en el que el protagonista da rienda suelta a su furia contra todo y contra todos, para acabar en sí mismo, auténtico culpable de sus pecados, y en su confinamiento forzado.
Asegura Lee, exquisito aquí con los movimientos de cámara, que no le preocupa dejar huella, pero que, si su carrera queda para la historia por algún título como La última noche, él sería feliz. Tuvo suerte con un Norton en horas altas y con secundarios como el fallecido Philip Seymour Hoffman, Anna Paquin, Barry Pepper, Brian Cox y Rosario Dawson. Lo dicho, palabras mayores. Gregorio Belinchón
La última noche. Spike Lee. 2002. La película puede verse en el canal TCM y en Google Play.
UNA SERIE: Halt and Catch Fire
“Lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. La frase de Samuel Beckett que suelen usar como lema los emprendedores se puede aplicar a los informáticos, empresarios y visionarios que centran este drama. Halt and Catch Fire está protagonizada por un puñado de ficticios pioneros de Internet, gente que buscaba conectar a las personas a través de la Red pero a la que le costaba conectar con el que estaba al lado, obsesionados con perseguir el futuro en la carrera tecnológica que se desató. Además, fracasaron, y varias veces, como tantos otros entonces y ahora. Fracasaron, se levantaron y volvieron a fracasar. Y así unas cuantas veces. ¿Quién no se vería identificado con un grupo de perdedores?
Tras una buena primera temporada, tuvo tres entregas más de altísimo nivel. El salto lo dio cuando sus responsables se dieron cuenta del potencial enorme de sus personajes femeninos: la trama giró hacia ellas y la serie ganó en profundidad y altura. Más allá de los términos informáticos y tecnológicos, esta es una historia de personajes y de sus conexiones, de sueños y limitaciones. Y la historia de una época, con su selección musical y su toque nostálgico antes de que la nostalgia inundara todo en la televisión. Lee Pace, Kerry Bishé, Scoot McNairy y Mackenzie Davis son los cuatro protagonistas de una de las mejores series de la última década que, lamentablemente, solo vieron unos pocos. Entre otras cosas, porque después de pasar por su cadena, AMC, su acceso fue imposible. Filmin —con muy buen ojo en este otros casos— la ha recuperado y desde ayer está disponible al completo. No dejen pasar esta oportunidad. Natalia Marcos
Halt and Catch Fire. Christopher Cantwell y Christopher C. Rogers. AMC, 2014. Las cuatro temporadas de la serie se pueden ver en Filmin.
UN VIDEOJUEGO: Outer Wilds
En 2016 salió a la venta un videojuego que prometía cambiar el mundo interactivo. Se llamaba No Man’s Sky y era un juego de exploración espacial en primera persona. El jugador podía subirse a su nave y saltar a cualquiera de los billones (no es una exageración) de planetas que el juego, de forma procedural, iba generando. Aunque el sabor único y el sentido de la aventura eran genuinos, la expectación fue comparable al chasco: el juego estaba vacío y los incontables planetas eran una suma de elementos aleatorios e inconexos. Pues bien, el año pasado llegó el juego que No Man’s Sky hubiera querido ser: el independiente Outer Wilds.
Mucho más modesto, nos permitía viajar solo a un puñado de planetas (de planetitas estilo El Principito, en realidad) pero esta vez el invento sí funcionaba: el sentido de la aventura, la inmensidad del cosmos, el peligro del sol y la personalidad de cada planeta sí colmaban nuestras ansias espaciales. Disponible en Windows, PS4 y Xbox One, la aventura que Mobius Digital nos planteaba mezclaba la odisea cósmica con las ansias de aventura naif de los boy scouts. Cada planeta era un desafío, pero también algo más: un hogar en el que tocar nuestro banjo y asar unos malvaviscos alrededor de una hoguera. Jorge Morla
Outer Wilds. Mobius Digital. El juego está disponible para Windows, PS4 y Xbox One.
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