_
_
_
_
_

El Columpio Asesino regresa para combatir la felicidad por obligación

Después de un parón de seis años, la banda alerta contra la presión social por aprovechar el tiempo y aboga por los momentos improductivos

Raúl Arizaleta, Cristina Martínez, Albaro Arizaleta y Daniel Ulecia, el 20 de febrero en Madrid.
Raúl Arizaleta, Cristina Martínez, Albaro Arizaleta y Daniel Ulecia, el 20 de febrero en Madrid.SANTI BURGOS

La obsesión, ya no por aprovechar el tiempo, sino por explotarlo, es uno de los males contemporáneos que preocupan a los componentes de El Columpio Asesino. Y por eso, para combatirla, han inventado una expresión que da título al último disco de la banda navarra y, también, a la canción que cierra el álbum: Ataque celeste. “El ataque celeste es un término que acuñamos para explicar la angustia, la presión que sentimos algunas personas en estos días azules, interminables, porque hay imperativo de aprovechar ese día al máximo como si tuviera que ser totalmente especial, ese deber de felicidad obligada”, explica Albaro Arizaleta (44 años), batería y cantante del grupo. "A mí muchas veces me colapsaba y me provocaba lo contrario, me daba cuenta de que me encontraba mucho más tranquilo en los días más oscuros, más grises, porque son días en los que no se espera nada de ellos, entonces te relajas y es cuando, a veces, surgen las cosas”.

“Parece como si todos los pasos debieran tener un fin productivo, y a veces la vida contemplativa es necesaria”, añade Daniel Ulecia (48 años), bajo y sintetizadores de la veterana banda indie, que arrancó su andadura hace más de dos décadas, en 1999. “Y eso nos lleva a una especie de autoexplotación. Es como si nos hubiesen metido al jefe dentro”, cierra Albaro. Por eso, la canción recita en bucle, casi como un mantra, “Yes we can”, el famoso eslogan que lanzó el demócrata Barack Obama en la campaña presidencial de 2008 que le llevó a la Casa Blanca. Según El Columpio Asesino, el lema se ha pervertido, si en principio tenía una finalidad más de superación personal y colectiva, casi se ha convertido en un “Yes We Can” de autoexplotación.

Quizá por eso, porque hay veces que no se puede, porque hay veces que hay que parar, El Columpio no sacaba un disco desde Ballenas muertas en San Sebastián (2014). Y quizá por eso, dice Albaro, para “aceptar el silencio, la angustia, el vacío, porque forman parte de la vida”, incluso se tomaron algo más de un año sabático, entre enero de 2016 y marzo de 2017, en los que se olvidaron de la banda.

“Estábamos muy cansados porque la gira de Diamantes (2011) fue muy larga, empalmábamos disco con gira y al final no acabábamos de desconectar”, recuerda la cantante del grupo, Cristina Martínez (50 años), “tras Ballenas acabamos tronchados y decidimos parar. La premisa fue no hablar ni una sola palabra del Columpio entre nosotros durante ese año, y lo cumplimos a rajatabla”. Al parecer, se veían como amigos —“Pamplona es muy pequeño”—, pero la música, ni mentarla.

Cristina, Daniel, Albaro y el hermano de este, Raúl Arizaleta (44 años, guitarra), se encuentran a finales de febrero en Madrid para promocionar el que quizá sea el disco más pop de su trayectoria. Falta el actual quinto integrante, Jaime Nieto (teclados), que se ha incorporado tras la reciente marcha de Iñigo Sola. “Por la banda han pasado un montón de gente, todos amigos, porque en principio siempre ha sido eso, un grupo de amigos”, explica Albaro, “hasta que con Diamantes se fijó la formación con la que más tiempo hemos estado”.

Precisamente Diamantes supuso un punto de inflexión en la carrera del grupo. Con él arrasaron en los Premios de la Música Independiente, con cinco galardones, y una de sus canciones, Toro, les puso en el mapa, se convirtió en el himno del grupo navarro y hasta Fangoria les hizo una versión. “No pensábamos que Toro lo iba a petar tanto, la verdad”, confiesa Cristina, que se percató del salto cualitativo en un directo cuya ubicación no sabe precisar: “En un concierto me quedé alucinada con la chiquillería, cuando tocamos Toro y digo ‘Te voy a hacer bailar…’ todos lanzaron los cachis [vasos de plástico de un litro de cerveza] y se pusieron a saltar. Me dije: ‘Esto es grande, esta canción es potente’. Ahí fui consciente”.

El éxito supuso el espaldarazo a la decisión de dedicarse profesionalmente a la música. Durante los primeros años, los miembros compaginaban la banda con empleos de todo tipo. “Por entonces había trabajo, en una fábrica, en una obra, y encima te pagaban bien, las cosas como son, con 18 años ganaba 180.000 pesetas al mes”, cuenta Albaro. Es decir, un sueldo mileurista pero, eso sí, hace más de 20 años. “Era un coñazo trabajar en una fábrica, pero como decía mi padre: ‘Haber estudiado’. Lo bueno es que, cuando salías y fichabas, te olvidabas de todo. Con la música, no, como si se te hubiera metido una lechuza en la cabeza”. Ya con la crisis se plantearon poner todos los huevos en la cesta de El Columpio Asesino. Y se profesionalizaron aún más con la incorporación de Daniel Ulecia con el disco Ballenas muertas en San Sebastián: “Creo que hemos perdido frescura, pues antes mezclábamos las cosas de una manera inconsciente, y con el tiempo hemos ganado en artimañas. Hemos afinado mucho más el tiro”, comenta Albaro, en referencia a un “trabajo de laboratorio” en el que usan más el estudio que el local de ensayo.

En cuanto al nuevo disco, la intención de la banda era cerrar la etapa que identifican con Ballenas. “Aquel disco correspondía a un momento tanto social como personal oscuro, y el sonido también lo reflejaba. Queríamos también recuperar el espíritu de los primeros discos”, aclara Albaro, en referencia a darle mucha importancia a la melodía. “La única directriz es que no se podía ir más oscuro que Ballenas… porque entonces ya caería en un pozo sin fondo”, puntualiza Daniel.

Las canciones, pese a su luminosidad, sobrevuelan, como si fueran buitres, “la misma vaca muerta”, en palabras de Albaro, el portavoz oficioso de la banda: “El conflicto interior de esas dos voces que tenemos las personas dentro. Esa especie de guerra civil que tenemos. Son canciones de conflicto interior, de no encajar tus dos lados”.

Finalmente, los músicos de Pamplona cierran la entrevista con una nueva “no explicación” del truculento nombre del grupo. “Nos hemos inventado tantas trolas que ya no sabemos ni de donde viene”, comenta Albaro, que también aclara que “no hay detrás una tragedia”. Y zanja el tema: “Tiene un punto dadá, ha habido sus más y sus menos con el nombre e incluso hubo un tiempo en que me decía ‘la madre del cordero, cómo se me ha ocurrido’, pero ahora me mola mucho”.

Ataque Celeste. El Columpio Asesino. Oso Polita Records.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_