Susan Sarandon y Tim Robbins regresan a los ochenta rodando una comedia en cintas VHS
Jack Henry Robbins cuela a sus padres en un ‘collage’ nostálgico que reivindica el cine independiente de su infancia
Jack Henry Robbins (Nueva York, 1989) era un niño cuando hizo una prueba para interpretar en una película al hijo de su propio padre. Tenía que dar la réplica a Tim Robbins en un drama de Clint Eastwood. Pero eligieron a otro candidato. “Nunca habíamos hablado del asunto hasta que mi padre empezó a hacer bromas sobre ello hace un par de años. No pasar el casting no hirió mi orgullo, pero parece que él no termina de creérselo”, cuenta a EL PAÍS. La película era Mystic River (2003). "En ese momento, aparecer en una historia con menores asesinados y abusados no es que me pareciera un planazo, admite.
A pesar de que su madre Susan Sarandon y su hermano Miles Guthrie Robbins también trabajan como actores, él asegura que solo quiso serlo durante un instante, durante su infancia. “Era muy pequeño y no tenía mucha idea de la vida”, suelta con cierta maldad. Con 12 años, ya era consciente de que prefería dirigir cine, cuando jugaba con las cámaras VHS-C y Mini-DV que sus familiares le iban regalando. Algo similar le ocurre al protagonista de su nuevo largometraje, VHYes, estrenada en el Festival de Cine de Róterdam.
Rodada en formato VHS para ambientar sin trucos el año 1987 en que transcurre la trama, los 72 minutos de película son precisamente eso: retazos grabados en una vieja cinta casera. A Ralph le regalan una cámara en navidades y, ansioso por registrar el mundo que le rodea, agarra la primera cinta que encuentra. Es la de la boda de sus padres. Lo que el espectador ve en pantalla es el caótico diario visual que el joven construye sobre las antiguas imágenes felices de un matrimonio que se está desmoronando. Ese compendio de secuencias intercala las grabaciones caseras que Ralph hace con su mejor amigo con escenas de los programas de televisión nocturnos que no debería estar viendo y los pocos recuerdos del enlace que sobreviven en la cinta.
Aunque la premisa pueda resultar marciana, no se aleja de un programa de zapping de los años ochenta con vocación de retrato generacional. El resultado es un salteado de géneros televisivos de la época que, vistos con la perspectiva del tiempo, están llenos de humor involuntario: programas de aerobic, tutoriales para amas de casa, teletienda y porno de bajo presupuesto. Robbins le añade a la mezcla una dosis extra de ironía a los sketches protagonizados por humoristas como Mark Proksch (visto en The Office y Better Call Saul) y Thomas Lennon (Funny or Die) y por sus famosos padres. Parte de esas premisas ya aparecían en sus dos cortometrajes, Painting with Joan (Dibujando con Joan) y Hot Winter (Invierno caliente), también rodadas en VHS y que le llevaron al Festival de Sundance en 2017 y 2018.
El estadounidense, que se reconoce un nostálgico obsesivo, se ha alimentado de una de sus aficiones para encontrar inspiración en su debut en el largometraje. Pasa parte de su tiempo libre rebuscando en tiendas de segunda mano para encontrar cintas de vídeo de personas desconocidas, donde encuentra joyas bizarras similares a las que aparecen en su película. “La televisión es la memoria subconsciente de cada época y analizarla es una forma de hacer antropología. En esa época nació la sociedad que conocemos ahora. Fue la primera vez que pudimos registrar nuestro día a día, como ahora hacemos en Instagram o YouTube. El VHS fue el primer iPhone de nuestra vida”, comenta desde la ciudad neerlandesa.
Digno hijo de sus combativos padres, Robbins también añade a esta comedia retro una lectura política cercana a la actualidad. El control de armas, el cambio climático, el feminismo y el odio al extranjero resuenan en los sketches que componen su película. De ellos también parece haber heredado su gusto cinematográfico. “Empecé a ver el cine correcto en el momento adecuado. Los Hermanos Coen o Paul Thomas Anderson… esa es mi gente”, cuenta el treintañero, al que la comedia independiente Academia Rushmore (1998), de Wes Anderson, y las películas de Hal Ashby le marcaron de por vida. “Tengo que agradecer a mis padres que me criaran en Nueva York y no en Hollywood. Me empapé de la mejor parte de la industria del cine y de la fauna social de una ciudad en la que, al contrario que en Los Ángeles, te cruzas con personas por la calle. Y te cuentan sus historias y sus secretos”.
Por eso no se ve a sí mismo rodando una película con pantalla verde. “Las mejores partes de la última de La Guerra de las Galaxias son las que están rodadas en escenarios reales. En la película original, incluso en la primera Jurassic Park, había elementos físicos. Eso es lo que me gusta de la limitación tecnológica de entonces. Tenías que ser muy creativo con lo que rodabas. El cine se compone de sueños y, si lo piensas, soñamos en analógico, no en digital”.
Babelia
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