Abogados
En 'The Good Fight' la factura es muy correcta, se nota que Ridley Scott es el productor ejecutivo. Pero no siento ni frío ni calor
Nunca he tenido la virtud de la paciencia, pero, al envejecer, sabiendo que el tiempo se acaba, no hago el menor esfuerzo por prolongar algo que inicialmente no me gusta o me aburre. Tonterías, las justas. Me ocurre con libros, películas, personas. Gente a la que respeto me habló con entusiasmo de la serie The Good Wife. Además, la progonizaba Julianna Margulies, tan atractiva la actriz como la dama, la sensual yonqui de Los Soprano. Aquí interpreta a una abogada. Después de tres capítulos deserté. Me aseguran que la quinta y sexta temporada son las mejores. Me las perderé. No tengo tiempo para llegar hasta ahí.
Y empiezo a ver la secuela (spin off, me aclaran) de The Good Wife. Se titula The Good Fight. Sobrevive el personaje que interpretaba Christine Baranski. Es la única socia blanca en un lujoso bufete de negros (perdón, de afroamericanos) especializado en querellas millonarias contra la brutalidad policial. Y detestan a Trump. Como yo. Y la factura es muy correcta. Se nota que Ridley Scott es el productor ejecutivo. Pero no siento ni frío ni calor. No me sugieren nada grato las series estadounidenses de abogados. No me gusta esa gente tan trascendente, me resulta muy lejana. En el sexto capítulo me despido de ellos.
O sea, voy a retornar al gran cine de abogados. Al delirante golfo que interpreta Matthau en En bandeja de plata. A Stewart liberando a un asesino que, además, se larga sin pagarle, en la magistral Anatomía de un asesinato. A Peck y a sus niños en la preciosa Matar a un ruiseñor, que siempre me hace llorar. Al borracho y acabado Newman venciendo a los invencibles en Veredicto final. A Laughton cegando con su monóculo a los testigos molestos en Testigo de cargo.
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