Roy DeCarava: el fotógrafo de la negritud
Dos libros celebran el centenario del artista que hizo visibles a los ciudadanos afroamericanos a mediados del siglo XX
Si algo distinguió desde sus comienzos como fotógrafo a Roy DeCarava (Nueva York, 1919-2009) fue su rechazo a aceptar la oscuridad como una limitación. “Lo que te enamora es lo que ves”, decía, “si introduces luz, lo cambias “. Así, gran parte de su lenguaje artístico se forjó en la noche, en las oscuras esquinas de los clubes de jazz, donde, quieto, esperaba cámara en mano ese momento de éxtasis que, intuía, tenía que llegar. En las calles de Harlem, de la misma forma y a la luz del día, retrataría la vida de sus habitantes, dando forma a una obra de callada elegancia y profunda poética y emotividad, exenta de cualquier ambición documental. En busca de una expresión creativa, tan libre de constricciones como un músico de jazz, captó aquellas tonalidades visuales que expresaban el sentir de una comunidad. El jazz no solo servía como motivo al fotógrafo, también inspiraba la técnica de una obra que dignificaba y hacía visible a la gente de raza negra.
Tras la exposición que David Zwirner dedicó al autor el pasado otoño en sus dos galerías neoyorquinas, ahora se publican dos libros: The sound i saw y Light Break (David Zwirner Gallery / First Print Press) [Ver fotogalería aquí]. Ambos conmemoran su centenario y subrayan su vinculación con el jazz. A pesar de su reconocimiento como uno de los grandes maestros modernistas de la posguerra en América —fue el primer fotógrafo negro en obtener la prestigiosa beca Guggenheim—, su figura ha quedado de alguna forma relegada al olvido. La muestra de Nueva York fue la primera a gran escala desde la retrospectiva que el MoMA le dedicó en 1996 y sus libros han permanecido descatalogados durante años. “Su estética pictórica, las calidades tonales de las negras imágenes de DeCarava y su sutil visión se situaban con frecuencia en contraposición con las convenciones de la fotografía de mitad de siglo (XX)”, escribe Radiclani Clytus en The sound i saw.
Nació en Harlem y quiso ser pintor. Como estudiante de arte, pronto comprendió que un pintor negro, para ser artista debía incorporarse al mundo de los blancos. De ahí que, cambió los pinceles por una cámara buscando alcanzar “un profundo conocimiento y entendimiento de los negros, que creo solo un fotógrafo negro podría interpretar”, tal y como él mismo expresaba. No tardaría en atraer la atención de Edward Steichen, director de fotografía del MoMA, quien incluiría su obra en la famosa exposición The Familiy of Man. “No había imágenes negras dignas, imágenes de gente negra bella. Existía un gran vacío, y trate de llenarlo”, diría en una entrevista en la radio pública nacional en 1996. Cuando el novelista y poeta Langston Hughes, uno de los pocos artistas de color que habían logrado vivir solo de su arte, vio sus fotos, le consiguió un contrato con Simon & Schuster y juntos publicarían en 1955 The Sweet Flypaper of Life (republicada el año pasado). En 1960, comenzaría a trabajar en un libro de artista, The sound i saw. Dedicado “a la incomparable Billie Holiday y sus colegas “, permaneció casi medio siglo sin publicar, convirtiéndose en una leyenda dentro de la comunidad artística norteamericana.
Coleman Hawkins sujetando su saxofón abre y cierra el libro. Entre medias, Ornette Coleman, John Coltrane, Miles Davis, Duke Ellington, Sarah Vaughan, Louis Armstrong, Thelonious Monk y Billie Holiday, junto con otros intérpretes y músicos de jazz quedan inmortalizados dentro y fuera del escenario. Son imágenes impresionistas compuestas por múltiples tonalidades plateadas, que fuera de foco rozan con frecuencia la abstracción. Retratos que emergen de la oscuridad como destellos. No podemos ver con detalles los rostros, ni los cuerpos que en ocasiones aparecen de espaldas o ladeados, tampoco solemos ver sus instrumentos, sin embargo, somos capaces de intuir lo que sienten. Oímos su música.
“No pienso en los músicos como músicos, sino como personas”, diría el fotógrafo, así las imágenes aparecen desprovistas de títulos. Un texto escrito por el artista sirve de hilo conductor entre los retratos de los músicos y las imágenes tomadas en las calles y en los hogares de Harlem, estableciendo conexiones entre el jazz y el tejido social de la comunidad de donde emana. “Improviso”, diría, “la improvisación trata de las interpretaciones individuales, de la expresión individual. Eso es lo que hago”. Para DeCarava, tanto el jazz como la fotografía requieren comprender que “en el intermedio de esa quinceava parte de segundo, existe un grosor”.
Huía de las imágenes contrastadas. Era en el cuarto oscuro donde reinterpretaba aquello que había visto, buscando una rica tonalidad de grises oscuros que contribuyó a consolidar su distintivo vocabulario visual. “No altero la luz, sino la imagen. De la forma necesaria para expresar los sentimientos que me provoca”, explicaba en una entrevista con Ivor Miller. Así en vez de intentar iluminar lo negro, en contra de toda expectativa y lo oscurecía aún más.
Light Brake está compuesto de cien imágenes realizadas durante más de medio siglo, editadas por la que fue su compañera, la historiadora Sherry Turner DeCarava. En su obra se evidencia su fascinación por los detalles de la vida cotidiana a través de los cuales indaga en la proximidad física y emocional de los humanos. Observó la fotografía como una práctica artística que “podía ofrecer a cada individuo un camino único hacia la belleza y la revelación”, escribe Turner DeCarava. “Como muchos de sus amigos músicos de jazz, su obra es moderna por excelencia: envejece bien mientras parece no envejecer. De hecho, la promesa del verdadero arte”.
The sound i saw. First Print Press / David Zwirner Gallery. 228 páginas. 67 euros.
Light Break. First Print Press / David Zwirner Gallery. 228 páginas. 54 euros.
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