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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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Más allá del arcoíris

De 'El mago de Oz' a un vademecum de Tintín: recomendaciones literarias para niños y jóvenes

Manuel Rodríguez Rivero
Un momento de la película 'El mago de Oz'.
Un momento de la película 'El mago de Oz'.

1. Fantasías

Hace ahora 80 años, uno de esos testarudos tornados frecuentes en el Medio Oeste estadounidense arrasó los trigales de Kansas y se llevó consigo todo lo que se interponía en su camino. También la cabaña en la que se había refugiado la joven Dorothy Gale (Judy Garland), que se elevó por los aires hasta que cayó sobre el verdoso cuerpo de la Bruja Mala del Este, a la que aplastó. Cuando, por fin, Dorothy consiguió salir de entre los escombros de la cabaña, descubrió que había pasado de un mundo color sepia a otro en fascinante tecnicolor. De hecho, El mago de Oz (1939), la soberbia película que había empezado Victor Fleming y terminado King Vidor, fue una de las primeras en sacar partido a la nueva tecnología que, tras el invento del sonoro, impulsaría el cine norteamericano. La película —protagonizada por la adolescente Garland, de la que este año se ha conmemorado medio siglo de su muerte— estaba basada en el libro del mismo título de Lyman Frank Baum, publicado en 1900, alabado por la crítica de entonces como una especie de nuevo Alicia en el país de las maravillas y convertido rápidamente en un éxito de ventas. La cinta, que sigue fascinando a niños y niñas, encierra, como todo clásico, diferentes lecturas: hay quien afirma que el tornado es una metáfora del malestar social, que el hombre-lata (que lleva un embudo en la cabeza) es el proletariado; el espantapájaros, el campesinado; las brujas, las fuerzas del mal (quizás el fascismo), y los 100 enanos —hoy queda mejor decir la “gente pequeña”—, contratados por la Metro Goldwyn Mayer a razón de 125 dólares a la semana para alimentar el ejército de bailarines Munchkins, vaya usted a saber qué representaban. Pero la alegoría que en realidad me importa para hablar de los libros infantiles está mejor representada por el paso del mundo en tonos sepias (la realidad-real) al mundo en color, a la fantasía, a la ilusión insaciable que supone el descubrimiento de la lectura. Y no es que esté abogando por que los libros infantiles aíslen y alienen a sus lectores de la realidad y sus abismos —incluidos los apocalipsis que conjuran en todo el planeta los niños que admiran y siguen a Greta Thunberg, un personaje que se me antoja la contrafigura “real” de Dorothy Gale porque, como asegura la joven sueca, “le han robado la infancia”—. Lo que ocurre es que, desde que nuestros ancestros pintaban en las cuevas o se contaban historias maravillosas o terribles al calor de la lumbre, la fantasía viene formando parte fundamental de la realidad del género humano, el único que existe. Y ningún tiempo es mejor para experimentarla que la infancia y la primera adolescencia: tengámoslo muy en cuenta cuando busquemos libros “apropiados” para los niños.

2. Infantiles

Para un adulto, como yo intento ser de vez en cuando, lo bueno de leer libros infantiles o juveniles —uno de los segmentos de la producción editorial que más satisfacciones produce a libreros y editores— es lo poco que se tarda. A los niños más pequeños hay que leerles cada noche el mismo libro que les gusta (en tres de cada cuatro hogares con menores de seis años, los padres o tutores lo hacen): se trata de una lectura intensiva en la que menos libros terminan sabiéndose de memoria. Lo bueno es que ese ejercicio prepara a los futuros lectores para sus propios descubrimientos —cada vez más extensivos— posteriores. En las últimas semanas he ojeado o leído varias docenas, pero, en todo caso, la mejor recomendación es acudir a cualquier librería especializada y dejarse aconsejar por los profesionales, particularmente preparados y vocacionales en ese sector. Entre los libros para los más pequeños (3-5 años) que a mí me han gustado selecciono el precioso Juego de letras, de Antonio Rubio y Óscar Villán, y El perro de Milu, de Mariann Máray (traducción de Jorge Díez Aragón), ambos de Kalandraka. El primero es un pequeño abecedario en forma de pop-up (desplegable) muy sencillo y sugerente; el segundo es una hermosa historia de amor a los animales. Para lectores adolescentes recomiendo tres estupendas reediciones: La famosa invasión de los osos en Sicilia, de Dino Buzzati (Gallo Nero; traducción de Juan Antonio Méndez), con dibujos del autor; El río, de Ana María Matute, ilustrado por Raquel Marín, y De la Tierra a la Luna, de Jules Verne (traducción de Mauro Armiño), ilustrado por Agustín Comotto, ambos de Nórdica. Si usted, improbable lector/a, es un fervoroso/a tintinófilo/a, no deje de aprovechar la visita a la librería de sus hijos para regalarse el estupendo Geografías y paisajes de Tintín (Fórcola), del geógrafo Eduardo Martínez de Pisón, un vademécum que contribuirá a enriquecer su conocimiento del personaje.

3. Encaje

Hay libros para jóvenes que más vale que reposen en la biblioteca de sus padres. Eso pasa con la auténtica joya que me he reservado para el final. Se trata de La cita, el nuevo álbum de la prolífica ilustradora y fotógrafa francesa Rébecca Dautremer (traducción de Elena Gallo Krahe), publicado por Edelvives, una editorial que cada diciembre nos sorprende con alguna maravilla. En esta ocasión se trata de un libro troquelado en cada página como si fuera un fabuloso encaje dotado de profundidad de campo, un prodigio de delicadeza y fragilidad (de ahí que haya que manejarlo con cuidado) que encierra una emocionante historia de amor, deseo e impaciencia. El conejo Jacominus Gainsborough, su protagonista, tiene una cita con Dulce en el puerto a las doce de la mañana y vive la espera con angustia y esperanza, como usted y yo cuando estamos enamorados y tenemos que decir algo que ya no puede demorarse más. Un libro para gozar y maravillarse. Sí, resulta un poco caro (48 eurillos), pero lo merece. Y además, ¿cuánto tiempo hace que no se da un buen homenaje que no tenga que ver con masticar o tragar?

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