De cómo la crisis económica ha mejorado la calidad del toro de lidia
El auténtico protagonista de la fiesta ha sido otro de los grandes triunfadores del año
Damasco, Gobernador, Arrogante, Aperador, Cumpleaños, Fogoso, Pijotero, Español, Sillero, Despreciado, Afortunado, Poeta, Carasucia, Asustado, Zahareño, Brujito, Florista, Ruiseñor, Bonito, Portugués…
Estos nombres no son famosos, pero corresponden a grandes figuras actuales de la tauromaquia. No están todos los que son, pero sí son todos ellos toros destacados del año 2019; toros de triunfo, bravos unos, artistas otros, encastados, nobles, bonancibles, alegres, prontos, obedientes, poderosos, agresivos, armoniosos, serios, exigentes, incansables, vibrantes, codiciosos, fieros... Toros de primera división, lidiados en plazas de superior categoría, que triunfaron por sus excelsas cualidades y propiciaron el éxito de sus lidiadores.
No han sido los únicos, pero sí los más sobresalientes de una temporada torista por excelencia. Tanto es así que no son pocos los aficionados que piensan que el toro ha sido el gran triunfador del año, que ha embestido mucho y muchos en todos los ruedos y en todas las épocas de la temporada. Han salido menos sobreros, han escaseado los inválidos y han sido cantidad los que han colaborado con los toreros, aunque no todos los toros hayan caído en las manos que su calidad merecía.
¿Qué ha pasado?
No todos los toros han caído en las manos del torero que su calidad merecía
Dicen los que saben que la culpa la tiene la crisis económica, esa que tantos estragos produjo en las empresas, el empleo y el bolsillo. En la época de las vacas gordas (quizá, nunca mejor dicho) se organizaron más festejos de los necesarios, y la alta demanda permitió a la oferta levantar la mano de la exigencia en la selección del toro. Las circunstancias impusieron la ley del todo vale, de modo que los ganaderos —tanto los vocacionales como los que surgieron por los beneficios del ladrillo— aprobaron todo animal de cuatro patas, y contribuyeron a la degeneración del producto. Así, la tauromaquia se mercantilizó a requerimiento del mercado y sufrió una profunda degeneración.
Llegó la crisis y todo cambió: paulatina disminución del número de festejos, drástica reducción de las camadas, desaparición de ganaderías, mayor competencia y un nuevo concepto en la selección, basado en la exigencia. Ya no vale todo, sino lo mejor.
Pero, ¿cuál es el prototipo de toro del siglo XXI?
Dice el ganadero Juan Pedro Domecq que “es el público el que marca el camino de la tauromaquia, el que puede emocionarse de muchas formas y determina hacia dónde va la fiesta; mi objetivo —añade— es que los grandes toreros hagan grandes faenas a mis toros”.
Según esta teoría, extendida entre los taurinos, hay que criar un toro para los toreros, nada aparatoso de hechuras, bonito de cara, cómodo de pitones, y, sobre todo, un toro de buena condición y vocación de artista, generoso, de nobleza infinitiva y mirada amiga, un animal con el que las figuras del toreo puedan disfrutar en una faena de muleta interminable.
Así nace el toro moderno, —de calidad contrastada y homogéneo, y previsible también— que acude a los engaños con mucha clase, y crea un problema adicional al escalafón de aspirantes a la gloria: no todos los que visten el traje de luces están capacitados para salir airosos de la lidia con un animal artista.
En fin, que en 2019 han abundado los toros con clase, algunos realmente excepcionales, y no han sido pocos los que han llegado al desolladero con las orejas puestas y el honor mancillado.
Cuanta más calidad atesoran los toros, más complicado resulta emocionar a los tendidos
Damasco, Gobernador, Arrogante… y todos los demás antes citados, y esos otros buenos toros a los que el azar les ha impedido la sutil y etérea gloria mundana por haber vendido sus vidas en plazas de menor categoría tienen una familia, un hierro, un encaste, una ganadería y un autodidacta de la genética llamado ganadero que merecen ser reconocidos.
Ahí van, pues, algunas casas triunfadoras del año 2019.
—Fuente Ymbro, Montalvo, Algarra y El Parralejo lidiaron buenos ejemplares en Fallas y la Feria de Julio de Valencia.
—Hubo muchos toros destacados en la Feria de Abril: dos encastados de Torrestrella, muy nobles los de Garcigrande y Jandilla, bravos, encastados y dificultosos los de Victorino Martín, un gran espectáculo protagonizaron los toros de Santiago Domecq, y tres sobresalientes por su casta de Fuente Ymbro.
—La larga Feria de San Isidro también proporcionó momentos toristas estelares. La corrida inaugural de La Quinta fue un fogonazo de casta; destacaron el día siguiente los toros de Fuente Ymbro, muy nobles los de Montalvo, Parladé y Zalduendo, encastada la corrida de El Pilar, bravos los toros de Pedraza de Yeltes al igual que uno de Las Ramblas, dos de clase de Garcigrande, un toro espectacular (Carasucia) de Valdellán, otro bravo de Santiago Domecq y nobles los toros de Victoriano del Río.
—Núñez del Cuvillo, Victoriano del Río y La Palmosilla alcanzaron una buena nota en la Feria de San Fermín.
—Y toros sueltos de Torrestrella, V. del Río y Jandilla propiciaron buenas tardes en la Semana Grande de Bilbao.
Ahí queda eso… Y no son más que ejemplos cogidos a vuelapluma. Son muchos más los toros que han merecido el honor del reconocimiento. Y es evidente que el número de toreros triunfadores no se corresponde con el de los grandes oponentes que han saltado a los ruedos.
Ser torero es cosa de elegidos, y cuanta más calidad atesoran los toros, más complicado resulta emocionar a los tendidos.
En suma, la de 2019 ha sido una temporada torista en el seno de una tauromaquia torerista; quizá, por eso el torrente de emoción ha tenido menos caudal de lo esperado. Esa es la razón, sin duda, de que el año pase a la historia por el recuerdo de un manojo de buenas faenas y no por la clase contrastada de un gran puñado de toros.
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