Truco o trato todo el rato
El tira y afloja entre el Gobierno de la nación y el de la Generalitat constituye un estupendo recuerdo de los ritos de Halloween
1. Halloween
Por más que la he rastreado cuidadosamente entre los más de 10.000 versos en tetrástrofo monorrimo del Libro de Alexandre (edición RAE / Galaxia Gutenberg), no he sido capaz de encontrar referencia alguna a la celebración del Halloween en nuestra historia. Sin embargo, el artículo “Vida cotidiana y gestión del espacio agrario en la Hispania del siglo XIII”, del medievalista salmantino Edmundo Calcerrada Sarasúa, publicado en inglés en el European Medieval History Journal (LXX, 10-11, 2017), demuestra fehacientemente que el consumo de calabazas aumentaba exponencialmente cada mes de octubre en las actuales provincias de Soria y León en la época inmediatamente posterior a la batalla de las Navas de Tolosa (1212), y ello al mismo tiempo que entre la infancia aldeana y fronteriza de Castilla y León comenzaba a popularizarse el juego de llamar a las puertas de los vecinos solicitando, al grito de “¡truco o trato!”, un estipendio que sirviera para financiar la lucha contra el imperialismo almohade.
De la evolución y pervivencia de aquella ancestral costumbre peninsular da buena muestra la actual fiesta que moviliza a niños y mayores, y que abarrota nuestros comercios de gadgets, disfraces y otros elementos festivos. He pensado en ello a propósito del tira y afloja entre el Gobierno de la nación (por ahora) y el de la Generalitat (aún), o, mejor, entre sus dos presidentes, en los días posteriores a las grandes manifestaciones “pacíficas” y festivas (incluyendo, por no ir más lejos, las organizadas zalagardas al grito de “puta España” o el gracioso y medioambiental juego de lanzar basuras a los servidores del orden público). Perentorias cartas y envenenadas llamadas que no se contestan, elementales exigencias democráticas que no se cumplen, desencuentros que se afianzan y otras monerías más o menos infantiles (solo les falta competir sobre quién micciona más lejos) constituyen un estupendo recuerdo de aquel rito tan español y castizo del “¡truco o trato!” con que los niños amenazaban a los vecinos reacios a entregar la propina.
Y, por no apartarme de los clásicos, me temo que, a menos de que ocurra un milagro cada vez más improbable —dada la apabullante falta de liderazgo y la magancería electoralista de los líderes— o de que alguien arroje en los depósitos de agua de las ciudades españolas grandes cantidades de aquella droga del olvido —el Nepenthes pharmakon— que la divina Helena mezcló en el vino de Menelao y sus huéspedes (Odisea, canto IV) con el fin de que olvidaran el dolor de la pérdida de los amigos en la guerra troyana, si no ocurriera algo así, reitero, me temo que la sima que separa a la ya separada sociedad catalana de la del “conjunto de España” necesitará en el futuro un puente de la longitud del que une Danyang y Kunshan, en la provincia china de Jiangsu.
Por último, y referente a lo expuesto, recomiendo —además de la relectura siempre refrescante e inagotable de la primera y espectacular novela de nuestra cultura (Odisea, varias ediciones)— Grandes estrategias (Taurus), del siempre inteligente y buen divulgador John Lewis Gaddis, un apasionante ensayo histórico acerca del arte del liderazgo y de cómo elaborar estrategias que sirvan a los objetivos, entendidas como el alineamiento de las aspiraciones potencialmente ilimitadas a las capacidades necesariamente limitadas; un libro que da muchas pistas para comprender lo que nos falta y cómo ponerle remedio. Y en cuanto a lo del erudito salmantino, perdónenme la broma de Halloween o, si lo prefieren, el particular homenaje a mi admirado profesor Rico y al cigarrillo que nunca en su vida se había fumado.
2. Escapatorias
Otra solución, más discreta, es largarse, decir adiós a todo esto y salir a escape como alguien que huye de la explosión del petardo que lleva insertado (y con la mecha encendida) entre las nalgas. Claro que escapar no es siempre sinónimo de irse lejos o de salir de naja. En el Manual de escapología (Trotta), de Antonio Pau, un magnífico ensayo del que llevo tiempo queriendo hablar, se nos ofrece una treintena de métodos históricamente probados para romper con el entorno y —más importante aún— con lo que nos roe y amarga la vida. Desde los epicúreos hasta los neotribalistas, pasando por las diferentes utopías, arcadias, torres de marfil, ruralismos, alabanzas de la aldea, hippismos y hasta los conmigo-que-no-cuenten que expresa radicalmente el célebre mantra de Bartleby, Pau nos invita con rigor científico, erudición literaria y artística y amplia base cultural a irnos de una puñetera vez. Aunque sea al exilio interior, ya sea como los anacoretas de antaño o como los modernos hikikomori, esos misántropos jóvenes japoneses que echan la llave por dentro y no salen de su apartamento durante varios meses. Una lectura fundamental para que yentes y vinientes reflexionen con apoyo bibliográfico antes del 10 de noviembre.
3. Castigos
Soy bastante aficionado a los relatos del abogado alemán Ferdinand von Schirach. A los de Crímenes (2011) y Culpa (2012) se añade ahora los 12 de Castigo (todos sus libros en Salamandra). En el fondo, me importa un ardite si, como quieren los paratextos editoriales, estos relatos falsamente fríos y en un estilo que oscila entre el atestado judicial y el informe policial se inspiran en la propia experiencia penalista de este autor singularísimo cuyo abuelo paterno fue un criminal de guerra nazi sentenciado en Núremberg a 20 años de prisión, y su bisabuelo, el fotógrafo oficial de Adolf Hitler. Bueno, uno no elige a sus parientes. Lo importante es que estos relatos exploran con pulso impertérrito diferentes formas (morales y físicas) del castigo y la pérdida. Algunos recuerdan a Carver, otros son exquisitas piezas minimalistas que parecen guiones para novelas descartadas. Hay en ellos un sentido de justicia poética, de inevitabilidad no exenta de ternura ni de humor hacia las víctimas del castigo.
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