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El hombre que tomó un trasatlántico, secuestró un avión y atracó un banco sin pegar un tiro

El portugués Camilo Mortágua protagonizó las acciones más espectaculares de la lucha contra el régimen de Salazar en los años sesenta

Camilo Mortágua, en su casa de Alvito.
Camilo Mortágua, en su casa de Alvito.João Henriques

La semilla la plantó Constantino, el panadero. Primero le inculcó el gusanillo de la lectura prestándole libros eróticos, después, con novelas de héroes, la revolución. El portugués que sin disparar un tiro ocupó un trasatlántico, secuestró un avión y asaltó un banco para combatir la dictadura de Salazar (1932-1968) riega el huerto de casa como si no tuviera pasado. A los 85 años, le falla el oído, pero no la memoria para contar historias de guerrillas, agentes secretos y penurias de exiliados, dignas de que se las escribiera un John Le Carré, aunque la imaginación nunca supere la realidad, al menos la de Camilo Mortágua.

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“Mientras los pobres gusten del capital, el capitalismo vence”, nos dice para encuadrar su vida. Mortágua sigue rompiendo platos. Sobre una mesa, a medio leer, El pueblo contra la democracia, de Yascha Mounk. El antiguo partidario de la “acción directa” tiene hoy a sus dos hijas, Mariana y Joana, sentadas en el parlamento. Son diputadas del Bloco de Esquerda.

El paquebote 'Santa María'.
El paquebote 'Santa María'.

A la edad en que Mariana se estrenaba en el parlamentarismo, su padre asaltaba un trasatlántico con 600 pasajeros a bordo. “El mundo cambia, los métodos también, pero los objetivos son los mismos”. Si las gemelas llevan en el ADN la conciencia política, su padre nació con un hambre ancestral que le llevó a emigrar a Venezuela con 17 años.

Panadero, lechero, hornero, motorista, agente inmobiliario, camarero... no hubo oficio que desconociera en sus años de emigrante, pero llegó al activismo político como locutor deportivo y casi sin querer. Aficionado al fútbol, compró una hora en la caraqueña Radio Rumbos para informar a la comunidad lusa de la actualidad deportiva de la patria. En aquel 1955, Camilo extendió su éxito a Radio Tropical, Radio Crono Radar, Radio Oriental, Radio Cultural, más un programa de televisión y el semanario Ecos de Portugal. Extranjero, apolítico, pluriempleado y bien relacionado, nada más inocente que el locutor Mortágua para servir de enlace entre los grupos que preparaban la sublevación contra el general venezolano Pérez Jiménez, en 1958. Exitoso el levantamiento, a los pocos meses requerían otra vez los servicios radiofónicos y publicistas de Mortágua, ahora para Cuba. “Fui enviado a hacer un par de entregas de comida y medicamentos en sierra Maestra, donde los barbudos se preparaban para entrar en La Habana”.

La caída de dictaduras animó a los exiliados de diferentes países que residían en Venezuela. Mortágua se apuntó a la Junta Patriótica, que pronto dejó de juntar. “Estaba dominada por el PC que quería derribar a Salazar por la acción de las masas; yo no era anticomunista, era simplemente curioso”. Tras varias reuniones, el capitán Henrique Galvão, que estaba por la acción directa, se fue. Y tras él Mortágua. “Eso de la acción directa tenía más que ver conmigo que las discusiones sobre los textos de los comunicados, que era a los que nos habíamos dedicado hasta entonces”.

La “acción directa” de Galvão se resumía en Mortágua y otras cinco personas, una de ellas, además, espía de la PIDE, la policía portuguesa. “Nuestra primera preocupación era comer, la segunda la presencia del enemigo”. A falta de elementos propios, Galvão se comunicó con exiliados españoles, antiguos combatientes en la Guerra Civil y con ellos formó el DRIL (Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación). Así nació en enero de 1961 la operación Dulcinea, que consistía en ocupar y desviar el paquebote Santa María.

El mecánico Coragem despresurizó varias ventanillas y sobre Lisboa volaron las cuartillas del 'Frente Antitotalitario de los Portugueses Libres en el Extranjero'

Si el personal era escaso, el presupuesto inexistente. Ni oro de Moscú ni de nadie, mas la inventiva para conseguir dinero no tenía límites. “Nuestro compañero Leonardo propuso secuestrar a su hermano; la secretaria de Galvão ofreció información de su mismo jefe a la embajada a cambio de un dinero, pero no picaron”. El español Sotomayor vendió su apartamento y Frias Oliveira su taxi. A los portugueses les faltaban varios billetes; uno se hizo pasar por inválido y otro le acompañó como buen samaritano para llevarle las maletas; por supuesto, no volvió a salir”. Ya estaban todos, todos menos el responsable de las armas, Mortágua. En su afán por forrarse el cuerpo con las herramientas perdió el billete. Finalmente, el apuro se solucionó porque su nombre constaba en la lista del pasaje.

“Éramos dos equipos de 11”, recuerda Mortágua. “El de los españoles y el de los portugueses, 22 activistas en un barco con más de 600 pasajeros. Para dar la impresión de mayor número, cambiábamos de posiciones constantemente”.

¿Quién disparó? El pueblo español

Cada uno de los equipos iba a su bola. El portugués, liderado por Galvão, quería atacar el puesto de mando por un lado; Sotomayor, líder español, por los dos lados. Mortágua fue nombrado oficial de enlace entre los gallitos, pero antes de que los portugueses ocuparan la radio del navío, sonaron disparos en el puesto de mando.

-¿Quién disparó?

-¡El pueblo!

-¿Algo más concreto?

-El pueblo español, diría yo.

“Eran más sueltos de gatillo que nosotros”, explica el Mortágua. “Tenían experiencia de la guerra civil. Si hubiéramos tenido que acudir a la violencia, el equipo portugués no hubiera sido el más adecuado, la mayoría ni siquiera cumplió el servicio militar”.

Mortágua nunca ha revelado el nombre del autor de los disparos, aunque fuesen accidentales. El herido fue desembarcado para que fuera atendido en un hospital, donde murió.

El mundo cambia, los métodos también, pero los objetivos son los mismos

Los días pasaron sin más contratiempos que los ideológicos, pues Galvão deseaba llevar el barco a Angola y los otros no. Diez días después, en febrero de 1961, el Santa María atracó en la brasileña Recife. El primero en abordarles fue un aguerrido periodista, Gil Delamare, que se lanzó en paracaídas sobre el barco; no acertó por metros, pero se ganó la portada de Paris Match.

A Mortágua le tocó formar una guardia de honor para recibir a los mandos de un submarino norteamericano que había brotado a su lado. “Junté un grupo de unas 10 personas con las mejores armas que teníamos, para dar el pego ante fotógrafos y periodistas. En primer lugar, dispuse lo más grande que teníamos, una vieja ametralladora Thompson, con el cañón inutilizado con un clavo, el siguiente fusil era de los de matar pajarillos”.

Los hombres del Santa María fueron las estrellas del Carnaval de Río de 1961. Tras la juerga, llegó la inactividad, la espera de nuevas órdenes superiores. “Para un combatiente de la libertad nada hay peor que la pasividad y el aplazamiento constante de nuevas acciones”. Los líderes no se ponían de acuerdo: el capitán Galvão quería tomar un cuartel en Portugal y resistir unas semanas; el general Humberto Delgado, asaltar el cuartel para coger las armas y salir. Entretanto, un avión sobrevolaría el país y lanzaría panfletos contra Salazar.

Llegó a Marruecos el grupo de Galvão y a los pocos días llega la orden de que se cancela la operación, sin embargo, los cinco de Mortágua deciden seguir por su cuenta. Tánger era como la película Casablanca. En el café Zágora coincidían los activistas portugueses, por un lado, y su policía secreta, por otro. “Nos conocíamos todos, tomábamos café cada tarde, copas a la noche, nos insultábamos y cada grupo regresaba a sus casas a dormir. La PIDE enviaba a Lisboa informes alarmistas sobre “fuerzas invasora” que se preparaban para atacar. “Ellos sabían que éramos seis, pero era su forma de asegurarse el puesto de trabajo y el envío de más dinero, pues también se quejaban de estar mal pagados”.

La policía marrroquí intenta subir a Mortágua a un avión para Chile.
La policía marrroquí intenta subir a Mortágua a un avión para Chile.

En una noche de esas noches, El 8 de noviembre del mismo 1961, los seis portugueses se subían en Casablanca a un DC-6 con destino a Lisboa. En esta ocasión les tocaban dos pasajeros por activista. Los panfletos y las pistolas habían pasado sin problema los escasos controles de la época. De los seis ‘bandidos comunistas’ -según la terminología oficial-, solo Mortágua y Palma habían participado en el asalto al Santa María. Tirar panfletos desde un avión no es fácil, pero el piloto inició la maniobra de aterrizaje, el mecánico Coragem despresurizó varias ventanillas y sobre Lisboa volaron las cuartillas del Frente Antitotalitario de los portugueses libres en el extranjero.

De regreso a Tánger, la policía marroquí intenta meter a los activistas en un avión de Air France con destino a Santiago de Chile. "Empezaron por el más pequeño, yo, pero me resistí de tal manera que nos dejaron en Marruecos hasta que Brasil autorizó el refugio político”.

Allí permanecieron hasta 1965. Paradójicamente, su acción más sangrienta ocurrió en uno de esos periodos de relax. Los fines de semana, Camilo mantenía la tensión guerrillera del grupo con ejercicios de supervivencia. Fue en uno de ellos, hartos de pasar hambre por la montaña, que negociaron con una anciana el trueque de su cazuela por una gallina. Asegurado el condumio, los hombres debatieron la forma de ejecución del animal. El veredicto estaba cantado de entrada, pues a la gallina le habían opuesto de nombre Dictadura, pero había discrepancias sobre el sistema de ejecución. Dos votaron por quemarle las plumas primero y luego asarla, cinco estaban a favor de la guillotina. A falta de voluntarios, se eligió por sorteo al verdugo. Cuchillo en mano, el guerrillero -tampoco Mortágua quiere dar nombres- fue a por Dictadura, que se le escapó a mitad de faena, corriendo por el campamento y chorreando como un aspersor de césped. El comando, horrorizado por el baño de sangre, echó mano de su arsenal armamentístico, una pistola, y sobre Dictadura descargaron todas las balas sin acertar en el objetivo que, finalmente, cansado y desangrado, murió. Desde aquel día, Camilo propuso las jornadas de supervivencia en el gallinero del barrio más próximo

Camilo Mortágua.
Camilo Mortágua.João Henriques

En 1965, hartos de hacer la resistencia a miles de kilómetros de su país, Mortágua y sus compañeros decidieron acercarse a Francia. Otra vez, la aventura de conseguir dinero para los billetes. Tras un asalto fracasado de a la casa de un correligionario que, aparte de dinero, tenía buenos perros, Mortágua decidió llevarse la caja de la papelería que regentaba.

En París, Mortágua amplió su abanico profesional: jardinero, montador de andamios, productor de laxantes en una farmacéutica... mientras reclutaba a operarios para su siguiente objetivo, el Banco de Portugal en Figueira da Foz. En febrero de 1967, 33 años después de su salida, pisa de nuevo Portugal. En esta ocasión, la banda fabricó silenciadores de plástico para sus pistolas, que no tuvieron que emplear. Aunque esperaron pacientemente 15 minutos para que se abriera la caja fuerte, se llevaron todas las sacas de billetes, con el inconveniente de que el 60% nunca se había puesto en circulación. Fue el gran éxito propagandístico de la LUAR (Liga de Unidad de Acción Revolucionaria), “la única organización que no salió del PC ni de la burguesía intelectual politizada”.

Por fin con algún dinero, Mortágua es encargado de comprar armas para ampliar el combate. “Era un pardillo en un mercado oscurísimo. No teníamos ningún contacto, pero había acabado la guerra de los Seis Días en Israel y pensamos que allí sería posible. Me llevaron de aquí para allá y acabé viviendo un mes en un kibutz en los Altos del Golán. Un sábado, sin avisar y sin armas, me volví. Éramos un grupo sin patrón y fuera del orden ideológico imperante. El gran mercado estaba en Checoslovaquia, pero eso era terreno vedado por los comunistas”.

Con la revolución de los claveles de 1974, Mortágua regresó y se asentó en la región más roja de Portugal, en el Alentejo. “Jamás fui juzgado ni condenado, tengo la hoja de penales limpia”, recuerda el excombatiente en su casa de Alvito, donde sentó cabeza y en 1986, a los 52 años, fue padre de dos gemelas, hoy diputadas del Bloco de Esquerda.

“Discutimos mucho. Nos llevamos 50 años, ellas creen en cosas en las que yo ya dejé de creer”. Otra larga pausa. “Digamos que tengo grandes dudas democráticas sobre los partidos políticos. No puede ser que la militancia partidaria conlleve la dimisión completa de las opiniones propias. Si no estoy de acuerdo, no me callo. A eso me dediqué 30 años”.

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