Disco ruina
Irene de Andrés despliega en el Museo Patio Herreriano su glorificación de la ruina contemporánea
El título de la muestra de Irene de Andrés (Ibiza, 1986) es una premisa tan falsa como las pinturas rupestres que decoraban la entrada de la discoteca Festival Club de Ibiza. En Donde nada ocurre pasan muchas cosas, entre otras, una revisión de la corriente romántica de la glorificación de la ruina. En lugar de vestigios de templos griegos, la artista despliega una enorme variedad disciplinar y estilística para adentrarse en el ocaso de la cultura de club ibicenca. Desde fotografía, grabado, maquetas, merchandising, material encontrado —como vinilos de DJ rotos— hasta sondeos geotécnicos. Lo que queda de Festival Club, Idea, Heaven, Glory’s y Toro Mar son igualmente restos de civilizaciones superiores: al menos, en el arte del subiduqui.
Pero el interés no se limita a vanagloriar el desfase de pasadas generaciones, en una épica de lo decadente. En los trabajos audiovisuales, los formatos y la edición intercalan la época dorada de los escenarios de las fiestas más espídicas con imágenes actuales de esos mismos contextos, hoy cochambre. Narraciones sin narrador y denuncias sin rúbrica; no hay necesidad de ninguna de las dos. El vuelo de los flamencos en paralelo a un avión comercial, en el entorno de una antigua discoteca edificada en un parque natural, es suficientemente elocuente. Las aves regresan a un espacio que fue colonizado por un turismo pastillero. En otra de las salas se recopilan todas las informaciones, en un periódico exclusivo, relativas a especulaciones, litigios, corrupciones, ilegalidades y demás vicisitudes que hasta hoy se asocian a las discotecas citadas. Consecuencias de la falta de política, o del exceso de la misma; de la urgencia edificadora y la pachorra justiciera.
De todo eso son testigos las polvorientas pistas de baile, casa de fantasmas de una época suspendida. La discoteca es el sitio en el que nada ocurre, el lugar sin edad, sin sombra, sin nombres, sin culpa. Esa Ibiza pateada y palmeada ha sido glosada por Ben Clark, cuyos poemas se transcriben en algunos de los muros de las salas, incluyendo Sepulcro en Ibiza: “Somos una tumba / donde vienen los cuerpos a vivir / y que tanta alegría nos ha dejado, ya, expuestos para siempre y sepultados”. Palabras que repican mientras vemos al DJ Nano Vergel buscando reliquias entre los escombros de Glory’s, o escuchamos una de sus sesiones de antaño sobre y bajo un montaje que junta los espectros de la etapa gloriosa con las estructuras arquitectónicas del lugar, arquerías que fueron, en sus inicios, recinto de hipódromo.
La artista despliega una gran variedad de disciplinas y estilos para adentrarse en el ocaso de la cultura de club ibicenca
Hay una sintonía de estos elementos en este espacio, el Museo Patio Herreriano, conformado a partir de un patio procesional monasterial. Los remanentes del siglo XVI aún se vislumbran en algunos recovecos, recordando en su fragmento el periodo más exitoso de la historia de Valladolid. El ejercicio de Irene de Andrés es de contraste, y también de arqueología y reconstrucción, de documentación y sugestión. “Donde nada ocurre” es un verso de la canción Heaven, de Talking Heads, que tan bien encaja en esta revisión becketiana del centelleo de la juventud, como la más literal Ibiza Bar, de Pink Floyd, náufragos en el primer paraíso artificial de la Ibiza de los sesenta. “Y el epílogo se lee como una canción triste”, cantan en una estrofa.
Nadie predijo que el sonido electro de los ochenta se iba a escuchar, décadas más tarde, con un eco tan afónico y tan agónico como una bola de espejos hecha pedazos.
Donde nada ocurre. Irene de Andrés. Museo Patio Herreriano. Valladolid. Hasta el 6 de octubre.
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