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Blogs / Cultura
El toro, por los cuernos
Por Antonio Lorca
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Rafaelillo, un artista de la lidia y un gran héroe estrellado contra las tablas

El riesgo está presente en todos los que se visten de luces, pero en unos más que en otros

Momento en el que Rafaelillo es estampado contra la barrera por un toro de Miura en Pamplona.
Momento en el que Rafaelillo es estampado contra la barrera por un toro de Miura en Pamplona.Miguel Osés/Navarra.com

Lo verdaderamente sorprendente es que Rafaelillo esté vivo; roto por dentro, sí, pero con los ojos abiertos, una prueba irrefutable de que los milagros existen. La imagen del fotoperiodista navarro Miguel Osés, publicada en Navarra.com, es tan impactante como conmovedora: Rafaelillo estrellado contra las tablas como un muñeco.

El segundo informe médico es estremecedor, (siete costillas rotas en el lado izquierdo, cinco en el derecho, varias vértebras fracturadas, un enfisema subcutáneo, lesiones focales hepáticas compatibles con hemangiomas, un neumotórax izquierdo que ocupa aproximadamente el 50 % de la caja torácica; otro derecho que ocupa un tercio de la caja torácica, policontusiones, un grandísimo trauma…), un auténtico parte de guerra.

No se sabe muy bien qué es lo que ha quedado intacto entre la cintura y el cuello del torero, y si tiene algún hueso en su sitio. Si algo queda claro para el profano, por encima del intrincado lenguaje médico, es que el cuarto toro de Miura del domingo de San Fermín, no mató al torero murciano porque no era su día, pero el animal lo atropelló con la cierta intención de mandarlo a mejor vida. Y, con suerte, estará recuperado para la feria de El Pilar de Zaragoza según las previsiones del doctor Ángel Hidalgo, jefe del equipo que lo operó en la enfermería de Pamplona y sigue su evolución en el Complejo Hospitalario de Navarra.

Hoy se puede ser figura sin oler de lejos a un toro fiero

Tiene que haber otra vida mejor para Rafaelillo, sin duda, porque esta se lo está poniendo muy complicado. El topetazo de Pamplona ha sido de los más gordos que se puedan ver en una plaza de toros, y hay que tener mucha afición para seguir adelante, jugándose el físico cada tarde ante los toros más grandes y complicados.

El riesgo y la posibilidad de la muerte están presentes en todos los que se visten de luces, pero en unos más que en otros. Y a Rafaelillo le ha tocado la peor parte; al menos, cuenta con las papeletas que nadie quiere, las que garantizan el sobresalto permanente, la voltereta cercana y la frecuencia cardiaca por las nubes. Rafaelillo es un torero que conoce mejor que ningún otro a qué sabe el corazón humano porque en cada corrida le sale por la boca, abrumado por el peligroso empuje de sus oponentes.

Tiene que haber toreros para todos los toros, se podría argumentar. Claro que sí, pero en la evolución de la tauromaquia ha habido ganadores y perdedores.

Hoy se puede adquirir la condición de figura sin oler de lejos a un toro fiero; se puede gozar del favor del público sin anunciarse jamás con toros de verdad; porque se valora más el pellizco ante un becerrote noble y bobalicón que la gesta heroica ante las extremas dificultades de la casta.

Otra secuencia de la espeluznante cogida de Rafaelillo.
Otra secuencia de la espeluznante cogida de Rafaelillo.Álvaro Barrientos (AP)

Por cierto, ¿qué es el arte del toreo? ¿Manejar con prestancia las muñecas? ¿Mostrar elegancia en los andares? ¿Poseer pellizco? ¿O también capacidad sobresaliente para la lidia y un derroche de inteligencia, poderío, gallardía y mando en la cara de los toros?

¿Acaso, pues, no es artista Rafaelillo?

Hay que ser algo más que un ser humano valeroso para lidiar un toro como el miura Rabanero, de 640 kilos, que le sacaba dos cuartas al torero murciano, quien anduvo solvente y sobrado de técnica ante un oponente dificultoso en extremo; hay que ser algo más que un buen profesional para cortarle una oreja a Nevadito, otro miura en Pamplona, este de 660 kilos, el año pasado. Sin chaquetilla, ni chaleco, con los tirantes rotos y hecho un mar de lágrimas recogió la oreja de ese cuarto toro que le abría la puerta grande. Se había jugado la vida ante un marrajo complicadísimo que le propinó una espantosa voltereta cuando trataba de pasarlo con la mano derecha. El toro lo empaló, lo lanzó por los aires y lo estrelló contra el suelo. El golpe fue de tal calibre que su semblante lo decía todo. Lo había atropellado una excavadora.

Se valora más el pellizco artístico ante un noble animal que la gesta ante un toro encastado

Y este año se ha repetido parte de la historia: otro morrocotudo atropello, pero salió por la puerta de la enfermería, y estará varios meses fuera de las plazas.

¿Acaso, pues, no es un artista Rafaelillo?

Sí, claro que lo es, él y todos los que como él bailan con admirable dignidad con lo más duro y bronco del campo bravo. Pero no se les reconoce como tal.

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Los espectadores e, incluso, los aficionados más exigentes los miran con simpatía, pero también con un indisimulado desdén porque no son más que ‘obreros del toreo’.

Hoy, cuando Rafaelillo está en un hospital, roto por dentro y vivo de milagro, el buenismo imperante, ese que limpia conciencias, hace quedar bien y tan poco esfuerzo exige, ha vuelto a poner de moda el hashtag #FuerzaRafaelillo, un mensaje de sincero afecto, sin duda, pero vacío de contenido.

Un héroe como Rafaelillo bien merecería otro trato y consideración por parte de todos.

¿Qué le espera a Rafaelillo cuando vuelva a vestirse de luces? Más miuras, y, en el caso de una nueva voltereta, más #Fuerza Rafaelillo.

Qué injusto y vano es el mundo del toro. O naces con estrella o estrellado; o te cobija el sistema o te maltrata.

Ojalá algún día, toreros como Rafaelillo adquieran la condición que se han ganado en el ruedo.

Mientras tanto, he aquí un homenaje de respeto y admiración hacia un torero que, por razones del destino y del maldito azar, solo conoce la cara más dura de la fiesta. Un torero comprometido y pundonoroso, merecedor de un mejor destino.

Para héroes como él, el hospital no es más que una parada en el camino…

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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