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Cuando hablamos del dron

Alicia Kopf aterriza en la galería Joan Prats estirando del hilo de los modos y nodos relacionales. Un juego entre interioridad e interfaz

Obra de Alicia Kopf, que expone en la Galería Joan Prats de Barcelona.
Obra de Alicia Kopf, que expone en la Galería Joan Prats de Barcelona.

Hay ternura en el espacio exterior?”. “¿Tenemos intimidad?”. Estas dos preguntas enmarcan, luminosas, el nuevo proyecto de Alicia Kopf (Girona, 1982), que presenta en la galería Joan Prats de Barcelona. La primera, redactada en un círculo planetario, nos interpela apenas traspasado el umbral. Y persiste a lo largo de una galaxia de papel, dispuesta en sala por medio de ilustración en pared y texto enmarcado. La segunda resuena en un vídeo donde una mujer, acostada, recibe la visita de un dron. La vemos, en un cuarto desolado, dialogar con un cleverbot, la aplicación web dotada de inteligencia artificial.

Las respuestas, más imaginativas que conceptuales, implican una original inflexión sobre las ideas de subjetividad, privacidad y sentimiento. En esta lógica del sentir, lo subjetivo se construye por medio de un trato particular con su opuesto, es decir, lo que carece, en apariencia, de empatía. La impersonalidad puede ser un catalizador de la sensibilidad. Kopf había explorado ya este principio, en relación con el tema del autismo, en su novela autofictiva Hermano de hielo, vinculada a su anterior trabajo en este espacio, Seal Sounds Under the Floor (2014). Aquí lo desarrolla por medio de un montaje que cuestiona la polaridad entre lo interior y lo exterior. Las sábanas son públicas; el cosmos, íntimo.

En el marco de la filosofía del afecto, Silvan Tomkins sostuvo que cualquier afecto puede asumir cualquier objeto. Por tanto, “la intimidad se consigue, en parte, por medio de un acuerdo sobre alguna materia impersonal”. Para el psicólogo norteamericano, los ejemplos favoritos son un área de conocimiento y un automóvil. Para la artista son la ciencia física y las tecnologías diseñadas para la interactividad y el control. De ahí que en sus intercambios epistolares, con autores como Agustín Fernández Mallo, los párrafos que versan sobre agujeros blancos los leamos como poesía y, en cambio, se hayan tachado, en renglones negros, los pasajes “personales” de las cartas. Cualquier objeto: las atracciones gravitatorias, la materia oscura y el punto de vista —retina y metal— de un telescopio.

En tiempos recientes, el llamado giro afectivo ha encontrado su mejor expresión estética en el género de la ciencia ficción. No se trata ahora de la vieja SF “dura”, sino de un imaginario poroso y blanco —el color distintivo de Kopf— que indaga sobre los modos y nodos relacionales. Lo hace asumiendo los procesos de tecnificación sin caer en la tecnofobia, y hallando en el objeto virtudes comunicativas que lo diferencian del fetiche. No encontramos aquí la usual lamentatio por la pérdida de lo humano y la apoteosis de la máquina, sino una vivencia de los vínculos que, más allá de los tratos interpersonales, se extiende a los seres inanimados, y a los discursos que les dan forma.

Este espejo del porvenir, speculum latente, nos muestra su imagen definitiva en el pequeño lecho que ocupa la última sala. Interioridad e interfaz, evoca una obra señera de los primeros días del new media art: Telematic Dreaming (1992), del británico Paul Sermon, que permitía al participante tumbarse en compañía del holograma proyectado de otro cuerpo. ¿Por qué no pensar en esos dos momentos como efemérides en una posible Historia de las Charlas de Almohada? Las ensoñaciones telemáticas y los secretos de alcoba de un Mavic Pro Zoom, ¿acaso no merecen un capítulo en nuestra historia de la sexualidad?

De ser así, esta exposición nos ofrece la materia visual y literaria para escribirla —y, con ellas, la blancura del lecho, del cuerpo celeste: de la página—.

Alicia Kopf. Speculative Intimacy. Galería Joan Prats. Barcelona. Hasta el 31 de julio.

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