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MEMORIAS

Cristina, escritora

En las memorias de la expresidenta argentina, la musa es su propio tono de voz, y el mundo, un entramado de enemigos

Cristina Fernández de Kirchner, vista por Sciammarella.
Cristina Fernández de Kirchner, vista por Sciammarella.

En su célebre ensayo, Ricardo Piglia plantea que Sarmiento escribe cuando la literatura es imposible, porque “la política invade todo”. Pero en Argentina la literatura invadió todo, incluso la política. Lo que en sitios más prosaicos llaman fake news, en el país pos-Kirchner fue el despunte de un género nuevo: el Estado literario.

Aunque el lanzamiento de Sinceramente, el debut de Cristina Kirchner, se vivió como una revelación, poco había de sorpresa: Cristina siempre escribió. Nos cuenta que le hacía los discursos a Néstor, y comenta que su capacidad para “hablar sin leer, de corrido, con un vocabulario muy amplio” era “motivo de orgullo nacional” y “admiración en el exterior” (habría que preguntarle al exterior qué siente cuando los argentinos hablan por horas). Cuando fue elegida presidenta, afirmó: “Los argentinos nos merecemos un nuevo relato”. Aunque no podíamos saberlo entonces, ungía al electorado como lectores.

Como toda autora novel, Cristina buscó pompa y prestigio: se presentó en mayo en la Feria del Libro sentada junto a su editor, Juan Boido, a quien Claudio López Lamadrid solía apodar con cariño Napoleón. Aunque la feria es un evento público, controló personalmente la lista de invitados: de los medios “opositores” sólo avaló a gente de cultura. Tras un año de proceso editorial, el libro se volvía un best seller.

Si bien la portada lo define como un texto escolar, en la tradición peronista de acercar la propaganda política a las escuelas, Sinceramente es una novela de tesis: la necesidad de suprimir el sistema judicial que la persigue. “Estamos ante una campaña de ataque y demonización a nivel regional”, asegura; como Lula en Brasil y Maduro en Venezuela, Cristina es la expresión de los pueblos amenazados por el imperialismo. Su yo literario es una sinécdoque de la patria: tocarla a ella es tocar la nación. El libreto de los años sesenta sigue intacto; el pasado se repite, nos dice, esta vez en manos del villano máximo, Mauricio Macri, el presidente que derrotó al peronismo en 2015. El enemigo uno y múltiple atraviesa todo el libro; éste es, sin duda, su costado más previsible y ramplón.

Pero Cristina descolla en la creación de una voz narradora hecha de sombras transparentes. Se horroriza ante el cirujano que la va a operar: “El tipo tenía una cara que no se podía creer. Yo era la presidenta de la nación y no me sonreía”. Llama de inmediato a su secretario: “Wado, andate urgente a Abuelas e Hijos y averiguá si este tipo es hijo de algún militar acusado de lesa”. “Lesa” es crimen de lesa humanidad, un diminutivo tierno como “cerve” es cerveza para un borracho. La mirada del otro requiere edición; la falta de adoración se lee como signo de una falta moral o de un complot. A veces, de llana estupidez: “Vi en la televisión un reportaje que le hacían a un hombre de barrio, bien moreno, que decía: ‘Yo voté a Macri’. Cuando lo escuché me pregunté: ‘¿Qué pensaba este hombre? ¿Que lo iban a invitar al Jockey Club y a Punta del Este por votarlos?”.

El mundo es un entramado de enemigos con agendas conectadas, una matrioshka de Goliats donde Cristina siempre es la víctima. Es una trama revolucionaria a prueba del tiempo y del poder, porque ¿qué humano sensato no se identificaría con David? Esto le da a su yo una unidad militante que no esquiva la comedia. Cuando a su hijo le ponen una mala nota en el colegio por mala conducta, la entonces esposa del gobernador provincial le dice al maestro: “Si usted nos tiene bronca venga a tirarnos piedras a la Casa de la Gobernación, pero no se la agarre con el chico”. Cuando el profesor de educación física aplaza a su hijo obeso que no sabe hacer la vertical, Cristina “se pone verde” y renueva el despliegue combativo de su lengua (el primogénito nunca pisó la universidad).

Al leer pensaba en el profesor Kinbote, de Pálido fuego. En la formidable novela de Vladímir Nabokov, Kinbote es un académico ruso obsesionado con un poeta americano, y la mitad del libro está contada por él: Kinbote persigue a Shade y podemos ver, en velos transparentes, lo que Kinbote cuenta y también aquello que tiene delante y su locura no le permite ver. En teoría literaria ese narrador se llama “poco fiable”. Nos hace sospechar de su sinceridad: o el narrador esconde la verdad, o nos hace dudar de su habilidad para leer la realidad. “Eso del triunfo del neoliberalismo y lo que pasó después con mi caniche mini toy Cleo”, reflexiona Cristina en un recuerdo, le permite colegir que “los animales pueden detectar cosas que nosotros no”. Es que, en una reunión, su perrita le había ladrado sin parar a Magnetto, dueño de Clarín, eje del club del mal.

Mitre, otro expresidente escriba, se dedica a traducir La Commedia en su tienda de campaña, y Sarmiento conquista el francés “en una noche”, como cuenta en Recuerdos de provincia, pero la lengua literaria de Cristina es otra. A diferencia de la propia Eva Perón, la musa principal de Cristina es su tono de voz, que traslada con puntos suspensivos e interjecciones como ¡mamita! y ¡qué se yo! El resultado es un manejo magistral del cotorreo de la señora de barrio, sin los manierismos miméticos de un Manuel Puig.

“Si usted nos tiene bronca venga a tirarnos piedras, pero no se la agarre con el chico”, le dijo a un maestro de su hijo

Acaso lo esencial de Cristina escritora es que sienta las bases de un gesto nuevo en su repertorio: la falsa modestia (lo más importante en un escritor, según César Aira). El artilugio de la escritora pasa a primer plano: en su nueva mutación política, Cristina se postula como candidata a la vicepresidencia.

Como Nabokov, Cristina persigue un sueño autoral férreo: tener el control total de lo que se lee, que ese control sea ley. La originalidad de Cristina reside en ser una autora que se realizó primero en el Estado, donde llevó adelante su narrativa con fiereza. Nabokov, que escapó del Ejército Rojo, jamás hubiera soñado con un jefe de Gabinete como Coki Capitanich rompiendo un diario en tevé, diciendo “mentiras, todas mentiras”. Cristina siempre estuvo en guerra con las palabras, una guerra donde ella sigue buscando el reconocimiento de un talento impar. Su causa es contra los lectores que rompen el pacto de suspensión del descreimiento, los que se resisten al encanto de su voz. Si se postula, es para derrotarlos a ellos. O para salvarlos: porque si descreen, es que han sido manipulados por sus enemigos.

Sinceramente. Cristina Fernández de Kirchner. Sudamericana, 2019. 600 páginas. 20,90 euros.

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