Regreso al futuro de ‘Black Mirror’, donde lo único peor que la tecnología es el hombre
La quinta temporada de la serie llega a Netflix con tres nuevos episodios sobre el uso de la tecnología en la sociedad
“¿Tecnofobia? El villano de la función en Black Mirror no es la tecnología, sino las personas”, puntualiza Charlie Brooker, creador de la serie que recorre el lado más oscuro de la era digital y nuestra dependencia de una multiplicidad de ingenios que llegan a convertirnos en rehenes. Producción inclasificable visto su incansable tránsito por géneros y formatos, la quinta temporada (5 de junio en Netflix) presenta tan sólo una trilogía de episodios, con tonos muy dispares y un reparto estelar que incluye a la ex estrella pop Miley Cyrus.
Brooker nunca se plantea una temática específica que permita distinguir cada temporada de la serie. “Aunque quizá en este caso un cierto nexo común sería la soledad del individuo”, tercia la productora Annabel Jones sobre las tres historias que componen esta temporada: un thriller claustrofóbico, un drama de giro imprevisible y el relato mucho más asequible para todos los públicos sobre la obsesión de una adolescente solitaria con una cantante juvenil. Dicho con más detalle: un descontrolado conductor de un servicio de taxis enganchado a su móvil, una pareja de amigos locos por los videojuegos que se ven arrastrados hacia un insólito triángulo (contar más sería incurrir en el spoiler) y la réplica de una ídolo musical con las formas de robot inteligente. Contar más sería incurrir en el spoiler pero sí se puede deducir una cosa: todas hablan de la alienación humana.
“Intentamos apuntar hacia diferentes direcciones y géneros, pero siempre buscamos ese regusto tan particular de Black Mirror que encierra una realidad incómoda incluso en los episodios más ligeros o divertidos”, subraya Brooker. Se parte siempre de ese punto de vista distópico e inquietante que la serie viene mostrando desde su estreno en 2011: cómo la tecnología ha transformado todos los aspectos de nuestra vida. Pero, agrega Brooker, “queremos que cada capítulo tenga su propia personalidad. Y esa individualidad es la que logra atraer a actores y directores de primera línea”.
Se refiere a los grandes nombres de esta temporada. Está Anthony Mackie, uno de los protagonistas del universo cinematográfico de Marvel, que en el episodio Striking Vipers hace de un padre de familia atrapado en su búsqueda de nuevos y arriesgados horizontes tecnológicos. O el irlandés Andrew Scott, conocido de los televidentes como el Moriarty de la serie Sherlock, desde hace poco pero quizá más comúnmente, como el cura sexy de Fleabag, que encara en el título Añicos el rol del taxista que se cree rehén de las redes sociales.
Y luego está Miley Cyrus, con quien Brooker y Jones ni soñaban porque debería hiciera un alto en su agenda para protagonizar una sátira sobre la industria musical. Pero les dio el sí, atraída por el tono sarcástico de la historia. “Miley es muy subversiva, anárquica, y tiene un gran sentido del absurdo”, describen sobre la transformación de la antigua estrella de la factoría Disney en una artista que ha hecho de la provocación su enseña.
El personaje de Cyrus, alguien seguro de sí mismo ante un público adolescente rendido, tiene en la intimidad otra cara, la de una chica muy vulnerable, que se siente enjaulada por la fama y la avidez de quienes le rodean. “Queríamos sacar a la artista de su pedestal”, fueron las intenciones de la pareja de co-creadores a la hora de narrar la extraña conexión tecnológica que establece una pequeña fan con su adorada cantante. Rachel, Kack and Ashley Too es el título de ese relato de fondo turbio pero con un formato muy blanco, alejado de los desenlaces desconcertantes que viene cultivando la serie. “Fracasaríamos si todos los episodios tuvieran el mismo tono y agradaran a todo el mundo”, esgrime Brooker sobre una de las entregas más complacientes de Black Mirror.
Si bien la serie empezó hace ocho años en la británica Channel 4, su traspaso a Netflix en 2016 le ha dado licencia para experimentar con formatos y la duración irregular de los episodios, sin “tener que estar pendientes cada semana de los índices de audiencia” como en las cadenas generalistas. O de desafiar los límites de la ficción televisiva, como demostraron el pasado diciembre con un episodio interactivo (Bandersnacht) en el que la audiencia pudo decidir los giros argumentales y la suerte del protagonista.
Brooker también alude a “la difícil promoción” en la parilla televisiva convencional de una serie sin continuidad argumental entre capítulos y, por tanto, sin finales en suspenso que conducen al público a reenganchar con el siguiente. “En Channel 4 fuimos muy libres”, reconoce, eso sí. La serie se estrenó con un episodio demoledor sobre un primer minisro británico forzado a practicar el sexo con un cerdo a cambio de la liberación de una popular princesa secuestrada. Aquel título, El Himno Nacional, es curiosamente el que ha suscitado mayor división entre los espectadores a lo largo de toda la singladura de Black Mirror, recuerda Brooker con orgullo. Su principal ambición –por encima de la tiranía de las audiencias- sigue siendo la capacidad que tiene su serie de generar debate sobre las incertidumbres de la sociedad tecnológica.
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