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Eurovisión va a Palestina

Los palestinos dan la espalda al festival, pero hay eurofans que visitan el territorio ocupado por Israel

El minarete de una mezquita asoma tras la zona de ocio de Eurovisión en Tel Aviv. En vídeo, dónde ver la final del festival este sábado.Vídeo: REUTERS | EPV
Juan Carlos Sanz
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La gala del Festival de Eurovisión

A los pies de las tumbas de Abraham, Isaac y Jacob —en la mezquita de Ibrahim, para el islam, o Cueva de los Patriarcas, para el judaísmo—, una pareja llegada de Barcelona visita por primera vez Hebrón. Claudi, de 57 años, y Javier, de 35, llevan desde el domingo en Tel Aviv, en la quinta edición de Eurovisión a la que asisten juntos. Guiados por la organización israelí Breaking the Silence (BtS, Rompiendo el Silencio), de veteranos del Ejército opuestos a la ocupación de Palestina, y escoltados por un pelotón de infantería con fusiles de asalto terciados, recorrían el jueves la calle de Shuhada, un distrito fantasma donde los cierres metálicos de sus más de 400 comercios llevan 25 años clausurados por Israel.

“Esto era como la Quinta Avenida en Nueva York”, explica Dean Issacharoff, portavoz de BtS, a un grupo de medio centenar de visitantes entre los que se encuentran eurofans como el contable Claudi, que al igual que su pareja no facilita su apellido. La ONG de exmilitares ha colocado un gran cartel publicitario en Tel Aviv que añade al lema del festival en Israel —“Atrévete a soñar”— tres palabras —“con la libertad”— para ofrecer una gira por Hebrón a los recién llegados al certamen musical. “Nosotros ya conocíamos esta organización israelí, nos apuntamos a la visita por Internet”, aclara el visitante catalán bajo el sol que abrasa al mediodía entre decenas de puestos de control, torres de vigilancia y barricadas.

“Venir a Palestina era como un cargo de conciencia para nosotros. Ya que viajábamos a Israel, al menos ver también la otra parte. No nos imaginábamos que Hebrón fuera así de duro”, argumenta Claudi, quien reconoce estar disfrutando en Tel Aviv de la “edición más gay de Eurovisión de toda la historia”. Las tres veces milenaria ciudad de Cisjordania permanece hoy dividida entre una urbe de 200.000 habitantes, administrada por la Autoridad Palestina, y el desolado centro histórico, que sigue en manos de Israel. Más de 35.000 palestinos permanecen allí junto a 800 colonos de los asentamientos, custodiados por cientos de soldados.

“Pretendemos ofrecer una imagen completa a quienes acuden al festival”, matiza Nadav Weiman, vicepresidente de Breaking the Silence, que cierra el cortejo por las calles de Hebrón con una minicámara de vídeo para disuadir a los ultranacionalistas judíos que intenten acosar a los viajeros. “Tel Aviv es una burbuja liberal y democrática, pero no muestra toda la fotografía del conflicto”.

Javier, dependiente de una tienda de moda en Barcelona, sigue atento las explicaciones. “Visitar Hebrón ha sido la mejor experiencia que he tenido hasta ahora en Eurovisión. Me ha llamado la atención la gente de un comercio palestino que persiste en seguir en su puesto a pesar de verse acosada”, relata con convencimiento. “Esto es real. Eurovisión no deja de ser una fiesta. Y siempre está bien conocer a fondo el lugar que visitas, no solo la superficie”.

Fuerzas policiales y militares escoltaban al grupo de viajeros europeos, americanos y asiáticos que recorrían como si fueran descubridores de un nuevo mundo el antiguo corazón de la ciudad palestina. “Bienvenidos a la primera capital de Israel”, rezaba una pancarta colocada en su camino, jalonado por retenes de soldados. En contra de lo habitual, las organizaciones de colonos no rodearon esta vez a los visitantes guiados por la ONG de veteranos del Ejército.

John Lucas, técnico comercial en Leeds (Reino Unido) de 33 años, lleva una gorra con los colores del arcoíris calada bajo el bochorno de Hebrón. Por la noche regresará al Eurovision Village, la zona festiva habilitada junto a la playa y a la vera de la histórica Jaffa, la antigua ciudad costera palestina hoy anexionada a Tel Aviv. “No tengo ninguna sensación de peligro”, afirma convencido el visitante británico en medio del despliegue de uniformados. “Necesitaba experimentar por mí mismo cómo se vive en ambos lados, tanto el israelí como el palestino”.

"No es nuestro estilo de música y además participa Israel"

Lourdes Baeza

La mayoría de los palestinos parecen vivir ajenos a la celebración del festival. Más allá de las polémicas generadas por la participación israelí, Eurovisión nunca ha tenido un gran seguimiento en el mundo árabe. Algunos países, como Marruecos -que solo participó en 1980-, son miembros activos de la Unión Europea de Radiodifusión (UER) y otros como Siria o Irán son miembros asociados por lo que podrían participar, pero no lo hacen. “No es nuestro estilo de música y además participa Israel”, alega Ayman desde su peluquería en Jerusalén Este.

La semana pasada, el Ministerio de Asuntos Exteriores palestino envió́ una carta a la UER en la que acusaba a Israel de “atrincherarse en la ocupación para normalizar su conducta ilegal” y le pedía que forzase la retirada de la publicidad israelí del evento. “El material promocional de Eurovisión aprobado por la UER es inaceptable (...) aparecen imágenes de la Explanada de las Mezquitas, situada en Jerusalén Este, y por tanto en territorio palestino ocupado, de acuerdo con la legislación internacional", alegaba la diplomacia palestina.

Tampoco ha ayudado a popularizar el evento entre la comunidad musulmana el hecho de que la organización del festival en Israel haya emplazado la ciudad eurovisiva -conocida como Eurovision Village- frente a la mezquita de Hassan Bey, el principal centro de culto de los musulmanes de Jaffa, al sur de Tel Aviv. “Tenemos que cerrar las ventanas y aun así apenas se escucha al imán”, se quejaba uno de los fieles.

Los musulmanes celebran estos días el Ramadán, el mes de ayuno y oración, y es precisamente al atardecer, con la ruptura del ayuno, cuando más eurofans se congregan en la zona acotada a pie de playa, a unos metros de la mezquita. Casetas de comida, pantallas gigantes y escenarios con la música muy subida de decibelios, molestan especialmente a los fieles de la mezquita.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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